Ojo con el buenismo

13 de noviembre de 2015

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Un problema muy serio con el que nos enfrentamos en nuestros tiempos es el del buenismo, que podríamos presentar así: ¿Cómo un Dios que es infinitamente bueno y que nos quiere hasta morir en la Cruz por nosotros, va a permitir que un hijo suyo se condene? Lo cual se puede traducir en dos preguntas: ¿Existe el infierno?, y ¿podemos ir a él?

Creo que nuestra opinión no tiene ningún valor ante lo que nos dice la Revelación. Por ello voy a hacer referencia a una serie de textos del Nuevo Testamento en los que está claramente contenido lo que Dios quiere decirnos sobre el tema.

Romanos 1,18: «La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que tienen la piedad prisionera de la injusticia».

Romanos 1,22: «alardeando de sabios, resultaron ser necios»

Romanos 1,32: «los cuales, aunque conocían el veredicto de Dios según el cual los que hacen estas cosas son dignos de muerte, no solo las practican sino que incluso aprueban a aquéllos que las hacen».

Romanos 2,5-6: «Con tu corazón duro e impenitente te estás acumulando cólera para el día de la ira, en que se revelará el justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno según sus obras».

Gálatas 5,19-20: «Las obras de la carne son conocidas: fornicación impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, discordia, envidia, cólera, ambiciones, divisiones, rivalidades, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen estas cosas no heredarán el reino de Dios».

Gálatas 6,7: «No os engañéis: de Dios nadie se burla. Lo que uno siembra, eso cosechará».

Efesios 5,5: «Tened entendido que nadie que se da a la fornicación, a la impureza o al afán de dinero, que es una idolatría, tendrá herencia en el reino de Cristo y de Dios».

Mateo 24,50-51: «el día y la hora que menos se le espera, llegará el amo, y lo castigará con rigor y le hará compartir la suerte de los hipócritas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes».

Lucas 11,37-52, en especial 11,42, que dice: «¡Ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de hortalizas, mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios! Esto es lo que había que practicar, sin descuidar aquello».

Mateo 25,41-43: «Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el demonio y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis».

1 Pedro 5,8: «Sed sobrios, velad. Vuestro adversario, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar».

En pocas palabras, se nos pone en guardia sobre lo que nos puede suceder. Indiscutiblemente es cierto que Dios nos ama y que ha muerto en la Cruz por nosotros, pero nos pide que le entreguemos libremente nuestra amistad, pues también .podemos escoger el Mal. Es cierto que todos nosotros somos pecadores, pero Dios nos concede su gracia y los sacramentos, en especial los de la Penitencia y Eucaristía para perdonar nuestros pecados y volver a ser sus amigos. Pero a quien rechaza la gracia de Dios y opta por el Mal, Dios respeta su decisión, aunque hará todas las trampas que pueda menos cargarse nuestra libertad para llevarnos al cielo.

Hace poco me contaron la frase que un médico abortista había dicho a un conocido suyo: «No tienes ni idea de lo que soy capaz de hacer por dinero». Y no nos olvidemos que el demonio existe y que tiene un gran poder de seducción, especialmente a aquéllos que rechazan e incluso llegan a odiar a Dios, sea a Él directamente, sea a esa representación suya que somos los seres humanos, porque como dice el libro de los Proverbios: «El que maltrata al pobre, injuria a su Hacedor» (14,31). No nos tomemos a broma estos textos de la Sagrada Escritura. Pero recordemos que lo específico del cristiano es la esperanza y que Dios nos ha hecho para hacernos hijos adoptivos suyos y alcanzar así la meta de nuestra fe, la salvación de nuestras almas (cf. 1 P 1,9).

 

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