Crónicas de un obsoleto 34. Nicanor Parra y Luis Oyarzún

01 de enero de 2016

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Considerados lectores:

 En la pasada crónica ya teníamos instalado al Obsoleto en el Internado Nacional Barros Arana, humillado ante sus compañeros en todo lo que se refería al futbol, pero cada vez más apreciado en materias de lenguas, historia y literatura. Mención se hizo de la academia literaria, fundada por él, respaldada por el profesor de castellano, aunque de asistencia más bien lánguida. La ventaja de esta creación consistía en que permitía esporádicas visitas a la entidad homónima del Instituto Nacional, que era más antigua y atraía más oyentes. Los agraciados con esos permisos especiales podían obviar por algunas horas los recintos cerrados del Internado, atravesar la siempre grata Quinta Normal, subirse al inolvidable tranvía número 25 y bajarse en pleno centro de Santiago en la estación “Universidad de Chile”, detrás de cuya Casa Central se hallaba y aun se halla el famoso Instituto Nacional. En el santuario de su biblioteca el Obsoleto pudo leer algunos de sus poemas en prosa, que arrancaron al público estudiantil algunos tibios aplausos.
 
Más honrosa fue en el segundo año (1945) la propuesta de la dirección del Internado de que el “gringo” se hiciera cargo de la “Revista INBA”, órgano del alumnado. Después de formar su equipo, en que no faltaban dibujantes ni caricaturistas, el Obsoleto juzgó que convenía invitar a colaborar con la revista a dos de los profesores favoritos y cercanos, Nicanor Parra y Luis Oyarzún. Ambos aceptaron con una benevolencia que a la distancia de los años parece más bien inmerecida. Su fama aun no había llegado al nivel que alcanzaría posteriormente (Parra estaba inaugurando recién su tercer decenio de vida y Oyarzún no tenía más que 25 años), pero ya anunciaban futuros esplendores, Papá Federico en Osorno, debidamente informado por su hijo de su promoción a director de la revista y de sus invitaciones a los profesores  Parra y Oyarzún, tuvo sus aprensiones por causa  de lo que él juzgaba como ingenua patudez de su hijo. Sus temores  se vieron confirmados por algunos percances del Obsoleto en su gestión directiva.
 
El primer tropiezo se produjo a raíz de las jocosas caricaturas que aparecieron en el primer número y que el alumnado apreció mucho: los compañeros del equipo de redacción habían decidido someter a toda la institución del Internado a una crítica de risa. Aparecían casi todos los profesores con sus gestos característicos, sus frases favoritas y sus tics. La enfermería era denunciada por su escasez de medicinas y el enfermero por su mal genio. Las fallas del régimen alimenticio y la monotonía de sus platos eran cruelmente puestos en evidencia. La revista pasó de mano en mano y en la redacción se ufanaban de su éxito. Pero a los pocos días el equipo entero, con el Obsoleto a la cabeza, fue citado a la rectoría. Allí estuvieron de pie  en mudo semicírculo ante el mismísimo rector para escuchar su filípica y su exhortación a que fueran más leales con el colegio y “lavaran la ropa sucia en casa” y no con vergonzosa publicidad. Se produjo un penoso silencio, roto al fin por la humilde promesa de total enmienda del director de la revista.
 
Más o menos al mismo tiempo o sólo un poco más tarde, se produjo la segunda falla: la larga poesía en prosa que había entregado Nicanor Parra como su preciosa colaboración, en la imprenta el tipógrafo “motu proprio” la había ordenado en forma de rígidos octosílabos. El poeta reaccionó muy molesto ante un compungido director que no supo sino explicar el desastre como ocurrencia exclusiva del tipógrafo. Las cosas no quedaron sólo allí, sino que desde Osorno vino la orden perentoria de papá Federico de que su hijo el Obsoleto presentara “excusas formales” al genio de Nicanor Parra. Requerido el tipógrafo explicó al director que el poema de Parra le había parecido “muy caótico e incomprensible” y que lo había puesto en orden en consideración a los alumnos lectores, para que al menos ellos comprendieran algo .Nicanor Parra en forma muy bondadosa había invitado al compungido director a su domicilio particular para una once conciliadora el domingo próximo, a las cinco de la tarde. Nicanor Parra residía en aquella época en la zona de Plaza Egaña, estaba casado con una joven mujer de tipo criollo y estaba presente su hijita llamada Catalina. El poeta estaba de excelente humor y con la revista abierta en su poema, transformado en ominoso octosílabo, se dio el trabajo de explicar  el sentido de su obra de arte. El Obsoleto, fiel al encargo de papá Federico, presentó “excusas formales”. La once fue sabrosa y muy cordial, pero de todos modos, no se produjeron ulteriores colaboraciones de Nicanor Parra para la revista del Internado.
 
Más libres de aquellos malentendidos se dieron los contactos con el segundo profesor favorito, Luis Oyarzún Peña. A la respetuosa y agradecida evocación del que fuera nuestro profesor de filosofía,  estará consagrada la próxima crónica del Obsoleto.

 

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