Cardenal Ravasi

11 de marzo de 2016

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El 14 de febrero el cardenal Ravasi escribía una carta a los masones: una carta amable, una carta en la que buscaba el diálogo con ellos, un carta en la que intentaba ir más allá de la tradicional agria hostilidad. Como es lógico, de inmediato, infinidad de laicos levantaron su voz contra el purpurado desde todos los confines de la Red. ¿Cuál es mi modesta opinión sobre el tema?
 
Pues, sencillamente, estoy totalmente con el cardenal Ravasi. Es cierto que la misma esencia de la masonería es incompatible con el Evangelio. Es cierto que la Iglesia ha sufrido mucho de parte de las logias en siglos pasados. No me voy a extender en esto, porque los Papas ya han hablado de forma clara y nítida sobre el asunto en varias encíclicas.
 
Pero una vez que se ha dejado clara la doctrina, ¿cómo el pastor (y el cardenal Ravasi es un pastor) no va a acercarse a las ovejas que no son del rebaño? Escribía cierta persona que no se podía dialogar con demonio. Tiene razón. Pero los masones no son el demonio. Son hijos de Dios a los que deseamos que llegue la voz maternal de la Iglesia.
 
Si a mí me pidieran una charla los del partido Podemos o los comunistas o el grupo humano más detestable, sin duda aceptaría su invitación. ¿Qué otra cosa deseo que predicar y predicar a los que están fuera o lejos o perdidos? ¿Si me pidieran una charla un grupo de satanistas, aceptaría? Por supuesto que sí. ¡Cuánto me gustaría predicar a satanistas, grupo tras grupo!
 
Pero el cardenal Ravasi no predica en esa carta. Y no predica porque la situación históricamente entre masones e Iglesia ha sido de perfecta hostilidad. El purpurado ya hace mucho con intentar construir un puente de diálogo.
 
Por supuesto que en el esfuerzo por tender puentes siempre se puede alegar el peligro de indiferentismo, el peligro de que las almas se desorienten. Pero para eso está la labor de los pastores: para dar el agua clara de la doctrina a las ovejas fieles y para buscar a las ovejas perdidas.
 
Por favor, por favor, demos siempre un voto de confianza a los sucesores de los Apóstoles. ¿Es que no suponemos que ellos son hombres de oración, que llevan las cosas ante el sagrario, que piden consejo a personas doctas y prudentes?
 
 Hoy he ido a una capilla de adoración perpetua y he visto a una persona que conozco que tenía un generoso tiempo de adoración en mitad de la noche. Y me alegró. Eso demuestra su fe y su generosidad. Pero acto seguido el pensamiento que me ha venido ha sido: Ojalá criticara y juzgara menos a los sacerdotes.


 

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