Crónicas de un obsoleto 36. El gran concurso literario

24 de marzo de 2016

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Estimados lectores:

Un buen día le vino la inspiración al obsoleto de organizar como director de la revista del Internado Nacional Barros Arana un gran concurso literario para todos los liceos y colegios de la capital. Lo consultó primero con Luis Oyarzún, su aplaudido profesor de filosofía, siempre servicial y atento con sus alumnos. Había bastante riesgo en el asunto, por el hecho de que la mayoría de los compañeros adherían a la cultura futbolística, que consiste, como se sabe,  en una inmensa información sobre el tema del futbol, tanto nacional como internacional y un interés muy precario por el resto del quehacer humano.
 
El obsoleto quedaba pasmado cuando oía las conversaciones de su curso, no sólo sobre clubes y goles, sino también sobre cada uno de los jugadores, de sus principales jugadas, de quién contrataba a quién, de las operaciones de la rodilla o del tobillo de los principales “cracks”, de sus sueldos y lugares de procedencia. Pero tratarles de literatura, de libros o de posibles certámenes literarios sonaba  para ellos ligeramente estrambótico. Gran milagro del profesor Oyarzún, sin duda, había sido el que los hubiera atraído hacia la filosofía. Pues bien, el mismo docente convenció al Obsoleto de que su iniciativa valía la pena. Inmediatamente sugirió que el jurado del certamen podría consistir en un triunvirato de Nicanor Parra, Luis Oyarzún y Pablo Neruda. ¿Por qué no? El Obsoleto objetó que un poeta de la fama de Pablo Neruda no podría perder su valioso tiempo revisando los escritos de colegiales. “Todo lo contrario” replicó Oyarzún, “Pablo es muy buena persona y le va a gustar que haya jóvenes que se interesen por lo que para él es lo principal, el trato con la lengua y las letras”. El obsoleto se sintió anonadado, pero rápidamente la conversación giró hacia qué libros se regalarían como premios, a la forma de los pergaminos de acreditación de los premiados, a la organización del correo de invitaciones a los distintos establecimientos educacionales. Habría un primer y un segundo premio en las tres opciones de poesía, cuento corto y ensayo. Para evitar favoritismos personales los escritos vendrían firmados con seudónimo. En sobre cerrado se revelaría la identidad de tal seudónimo, que se revelaría una vez otorgados los premios.
 
“Luchito” previó el primer domingo libre para visitar entre los tres a nuestro gran poeta. Rauda y bien jactanciosa salió la misiva a Osorno: “Papá, el próximo domingo voy a conocer a Pablo Neruda en su misma casa”. No se hizo esperar la respuesta: “Patudo”. ”No te infles”. El domingo siguiente, después de almuerzo, el Obsoleto, flanqueado por Nicanor Parra y Luis Oyarzún, se encaminaba como en sueños desde la Plaza Egaña, subiendo por avenida Larraín, torciendo a la izquierda, a la casa del famoso personaje. Todo en ella era espacioso y lleno de objetos curiosos y notables: dos estatuas gigantescas de negros que portaban lámparas, al pie de la gran escalera, mascarones de proa, colecciones de caracoles preciosos, anaqueles con libros antiguos. Muebles más bien vulgares. Daba la impresión de que se había tratado de evitar todo toque de elegancia burguesa. Muchas personas circulaban por todos los espacios, grupos de conversación, entre los que Neruda se desplazaba con calma de patriarca. Acompañado por Nicanor y Luis nos acercamos al poeta, quien ya estaba enterado de lo del jurado y me tendió la mano con cierta familiaridad. Primero chanceó acerca del aparente desinterés de los jóvenes por la literatura y le contesté que en nuestro curso  había un compañero que cuando estaba con penas de amor recitaba algunos de sus “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” y que yo también había disfrutado esa obra suya. Imprudentemente agregué que asimismo había estudiado su “Residencia en la tierra” (El profesor Oyarzún me había prestado el libro,  del cual no había entendido nada). Como un rayo pasó por mi cabeza la idea de que Neruda me podría hacer preguntas sobre esa obra, pero el peligro no se dio. Sin decir más comenzó a mostrarnos algo de su colección de caracoles y después de sus libros del siglo de oro español. Todo sin apuros, más bien con paternal benevolencia. Finalmente nos llevó a un cuarto lateral, donde estaba sólo su segunda esposa, Delia del Carril, de nacionalidad argentina (1886-1989). Estaba ante un atril trazando con un grueso lápiz de carbón una vigorosa cabeza de caballo. En realidad era una obra de arte. Neruda se despidió con bonhomía, yo le agradecí sus atenciones y me quedé con la que sería llamada “Hormiguita”, y moriría a la edad de 104 años. Tomé asiento a su lado para contemplar un buen rato su hermoso  trabajo. También ella manifestó su benevolencia, haciéndome preguntas acerca del certamen literario, sin interrumpir su quehacer. En aquella fecha (1945) Delia tenía 59 años de edad y Pablo Neruda 41. Aun no había creado su “Canto general”. Al poco rato reaparecieron Luis Oyarzún y Nicanor Parra y reemprendimos el camino de  retorno. Para el Obsoleto fue similar al de ida: con una fuerte impresión de que estaba en un sueño.

Con tan notable respaldo se iniciaron los trajines del concurso literario. El eco fue satisfactorio. La mayoría de los sobres que llegaron pronto provenían de colegios particulares. El Obsoleto envió un exhaustivo informe a papá Federico en Osorno y la respuesta contenía felicitaciones y la recomendación: “No te olvides de presentar tus agradecimientos expresos al profesor de filosofía, sin él no habrías podido avanzar mucho”. Eufóricos como estábamos en nuestra oficina de redacción el Obsoleto agregó en último momento unos poemas suyos y un pequeño ensayo y entregó después el paquete de los sobres enviados a Luis Oyarzún. El jurado triple sesionaría en la casa de Neruda y en un plazo de diez días anunciaría su dictamen. Los diplomas que acreditaban los premios habían resultado preciosos: en la parte superior lucía una buena fotografía de la fachada del INBA, tomada desde la Quinta Normal. Seguían después el título del certamen, la especificación del tema, el nombre del agraciado y finalmente los autógrafos de los tres jueces.

Pasaron los diez días y llegó una carta desde la casa de Neruda a la redacción de la revista anunciando los seis premiados, tres primeros y tres segundos premios. Para el Obsoleto la gran sorpresa fue que él mismo había ganado el primer premio de poesía y el segundo premio de ensayo. Sus compañeros de curso armaron la gran algarabía, bromeando en el sentido de que el director se había dado los dos premios para sí mismo, Entre gritos les explicó que el sistema de la firma con seudónimo había hecho imposible tal artimaña. Por fin los más benévolos dijeron: “Te felicitamos por el gol que metiste”. En Osorno había júbilo y los dos diplomas ingresaron al archivo familiar. La entrega de los premios tuvo lugar en un gran acto en el aula magna del Internado. El Sr.Rector recibió después al Obsoleto en su oficina y de este modo quedó definitivamente borrado el baldón de las caricaturas de la revista anterior.

 

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