El órgano que mejor habla

19 de septiembre de 2013

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Cuentan que un día llegó a la Clínica de un famoso cardiólogo cirujano, un viejecito, muy pobre, iba recomendado por el médico del hospital público. Tras horas de espera, el médico recibió al anciano y éste le explica la razón de su visita:
 
- “Mi médico del hospital público me ha enviado porque considera que únicamente Ud podría solucionar mi problema cardíaco y, en su clínica poseen equipos suficientes para esta operación”.
 
El médico ve los estudios y coincide con el colega del hospital. Le pregunta al viejito con qué Compañía de Seguros se haría operar. Este le contesta.... “Ahí está el problema Dr. yo no tengo seguro social y tampoco dinero. Soy muy pobre y sin familia... Lo que pido, sé que es mucho, pero quizá puedan ayudarme...”.
 
El médico no lo dejó terminar. Estaba indignado con su colega del hospital. Lo despidió con una nota explicándole al Dr. que lo remitía que su "Clínica era Privada y no un centro caritativo”.
 
Cuando el anciano se retiró. El médico se percató de que había dejado olvidada en una carpeta unos folios, eran poesías. Una frase suelta le llamó mucho la atención, decía: “El órgano que mejor habla es el corazón” y firmaba Hermógenes Fauvert. Le llamó la atención el nombre del autor.
 
Le hizo recordar los años de su infancia pues, en primaria, la maestra les leía hermosos cuentos infantiles de Fauvert. Y en la secundaria, el profesor de Literatura les enseñaba bellísimas poesías de este escritor y fue precisamente con una de ellas con la que declaró su amor a su primera novia.
 
A la semana siguiente, la enfermera con el periódico vespertino le dijo al médico: “¿Se ha enterado, doctor? Hoy han encontrado muerto a Hermógenes Fauvert en un banco de la Plaza del Ayuntamiento”. El médico contestó:
 
-“Hombres como él no deberían morir nunca. Como me hubiera gustado conocerlo…”
 
-“Pero, ¡cómo!... ¿no lo recuerda?”, le dice la enfermera y le muestra la fotografía del periódico.
 
-"Era el viejecito pobre que vino la semana pasada a consultarle. El conocido escritor, solitario y bohemio. No tenía parientes y...”. El médico no la dejó terminar. Le pidió que se retirase y sentándose, quedó pensativo, ensimismado.
 
Lloró como el niño que llevaba en su alma. Largo tiempo estuvo en la soledad de su consultorio. Luego, mientras secaba las lágrimas, sacó un Cristo que tenía en el cajón y, después de besarlo, decía: “Perdón Señor, no soy digno de que me mires. Todo lo que tengo, te lo debo. Me enviaste a un pobre y me habló con la voz del corazón. Y cegado por el egoísmo no lo escuché... mi vergüenza es grande.... Perdóname Señor”.
 
Desde el día siguiente el médico habilitó un sector para la atención a pacientes sin seguro médico y él personalmente practica las operaciones. Con el correr de los años, la “Clínica Hermógenes Fauvert”, como se denomina desde entonces, se hizo muy famosa.
 
¡Cuántas veces nos habrá pasado lo mismo a nosotros! Nos han hablado con la voz del corazón y no hemos sido capaces de escuchar la necesidad del hermano, ni atender a su demanda porque el orgullo nos ensordece.

 

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