El fin de las humanidades

29 de abril de 2016

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El Catedrático de Literatura Comparada de la Universidad de Barcelona, un intelectual de extraordinaria formación humanística, autor de un libro de lectura necesaria, Adiós a la Universidad, escribió el pasado domingo día 24 al País, diario en el cual habitualmente colabora, un artículo de título muy definidor: El Fin de las Humanidades. En él sostiene que el desarrollo de la ciencia, la industria, el comercio y la técnica a partir del siglo XIX, y más recientemente las nuevas tecnologías de la información, han desplazado, primero, y arrinconado, después, las humanidades que se habían construido en la Grecia clásica y Roma, basadas en el amor al saber y el tiempo de ocio dedicado a su cultivo, sin busca de ganancia ni negocio. Un proceso que había encontrado continuidad en la cultura medieval de los monasterios, una fuerte expansión en el Renacimiento y la Ilustración, hasta muy bien entrado aquel siglo XIX cuando empieza su repliegue, también a las universidades, que hoy han perdido sentido como lugar de saber para transformarse en una máquina de fabricación “de especialistas prácticos”. Llovet describe con dureza la situación de la Universidad, donde en lugar de humanidades se imparten un tipo de estudios “que irán a peor en favor de las banalidades que ha generado la era de lo denominado “políticamente correcto”: una alquimia en la cual se funden los feminismos y homosexualismos más insolventes con los estudios coloniales más improductivos y las ridiculeces más espantosas como métodos de análisis y crítica del saber humanístico heredado”.

Es la destrucción de aquello que podemos denominar cultura clásica, de su transmisión y relectura y reinterpretación adaptada a nuestro tiempo. Porque hay que entender como clásico en la definición de George Steiner, aquello en torno al cual todo es permanentemente fructífero. Rousseau era deudor de San Agustín, como Maritain y MacIntyre lo son de Aristóteles y Tomás De Aquino. Y es que en las humanidades, y a diferencia de la tecnología y de la ciencia, la fuente más vigorosa no viene del primer descubrimiento, sino de aquellos iniciales que el tiempo ha asentado y ha hecho florecer.

Llovet no es el primero, ni será el último, en criticar la devastación de las humanidades y la destrucción de la universidad como centro del saber. El propio MacIntyre en Dios Filosofía y Universidades hace una dura crítica, pero sí que es lo más cercano en tiempo y espacio, y lo hace desde una perspectiva muy laica, muy secular. Y esto aporta un plus de interés cuando afirma que además de las causas señaladas de la técnica asociada al provecho económico, a las ganas de éxito, hay otra razón en el declive: “la religión ha perdido adeptos en todas partes y con ella han desaparecido los referentes trascendentales que actuaban con sordina, pero con eficacia en todas las sociedades”.

Y este es un punto crucial de las causas. Hay que afirmarlo con la rotundidad del peso de la evidencia histórica. La cultura humanista nace y necesita para mantenerse del sentido religioso que, como escribe Luigi Giussani, es la capacidad de entrar en relación con Dios, y esta capacidad trae no solamente emparejada la trascendencia, la de no ser una persona auto referenciada, sino la de asumir una determinada dependencia en relación a una alteridad, y realizar una práctica de donación sin recompensa material. Las humanidades surgieron de la exploración de este infinito de trascendencia en dos sociedades, la griega clásica y la romana, fuertemente religiosas, una característica que a menudo se olvida, y crecieron y perviven gracias al cristianismo que actuó, a la vez, como vector de transmisión y recreador de aquella cultura. Incluso el pensamiento Ilustrado tiene como referencia de partida, aunque sea por su crítica, el cristianismo; esto cuando no se inscribe directamente en él, porque la Ilustración fue un movimiento cultural de una gran pluralidad en sus contenidos.

No es circunstancial la pérdida de las humanidades y del sentido religioso en nuestra sociedad; la desaparición de la conciencia de Dios. Y esta realidad es muy grave porque nos deja inermes ante los impulsos del deseo guiados por las grandes pasiones, poder, dinero, sexo, sin ningún defensa, sin contrapesos, escribe Flaubert -y cita LLovet -“Las ganas  de lograr el éxito, la necesidad de triunfar a toda costa–debido al aprovechamiento económico que se obtiene- ha minado la literatura moral hasta tal extremo que la gente se está volviendo idiota”.

Pero, una sociedad que no sea convulsa, que se asiente sobre una democracia fructífera, unas instituciones públicas y unas empresas que necesitan capital humano de calidad para funcionar, no puede prosperar sin aquel asentamiento rocoso de las humanidades, de la cultura clásica y el sentido religioso. Escribí La Sociedad Desvinculada,  para razonarlo con un cierto detalle.

Y esta es la cuestión vital y urgente: recuperar el cultivo de las humanidades y del sentido religioso, una exigencia humana a la que estamos llamados todos.


Fuente: Forum Libertas

 
 
 

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