La Iglesia debe volver a reconstruir Europa

20 de mayo de 2016

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La Iglesia debe volver a reconstruir Europa actuando sobre las causas de la trágica crisis actual y no solo, ni principalmente, sobre sus consecuencias.  Y esto es así porque debe aplicar su experiencia histórica.

La Iglesia ha sido decisiva en la configuración de Europa y clave en los momentos más difíciles. Ha actuado como minoría creativa que ha dispuesto de unos cuadros intermedios dotados de gran permeabilidad, los sacerdotes y religiosos, que cada vez más se han extendido al laicado. Su acción no ha respondido nunca a una llamada de los poderes, sino a la consecuencia de una necesidad objetiva, acertadamente interpretada. Hoy, esta necesidad vuelve a ser evidente.

Después de la caída del Imperio romano y el desorden inmediato que se montó, junto con la crisis económica ligada a la quiebra de las instituciones, la despoblación agrícola y la fragmentación de los mercados, un observador externo no hubiera dado ni un euro por la Europa Latina, la que después ha sido conocida como Europa Occidental. Débil demográfica, económica y culturalmente, tenía una presión sobre todas sus fronteras, musulmanes en el sur, el Imperio bizantino y los pueblos eslavos en el este, y los nórdicos, los Vikingos en toda su frontera marítima occidental hasta el Mediterráneo. Todo era tan frágil que París pudo ser atacada por los aguerridos nórdicos, y la cristiandad latina no pudo parar el Islam hasta más allá de los Pirineos. Dos siglos después todo había cambiado, y en esta modificación la Cristiandad fue fundamental. Juzgarla con ojos de hoy es un error histórico considerable, como lo es confundir el elogio de su tarea histórica con cualquier añoranza imposible. A partir de entonces, Europa, para lo bueno y lo malo, enlazó un periodo de expansión y crecimiento que tuvo alteraciones tan profundas como las del protestantismo y las guerras de religión, que acabaron por legitimar el intrusivo estado moderno, pero que sumado y restado significa un periodo largo y extraordinario, hasta el drama del siglo XX y sus dos destructivas guerras, que no solo asolaron sino que desarticularon la sociedad.

En todo este largo recorrido, Europa necesitó o produjo sucesivos renacimientos, no solo el que conocemos con tal nombre en el siglo XV, sino antes el Carolingio y el Otoniano.

En todos ellos, el papel del cristianismo, como fe, cultura y función institucional, fue determinante. Después del siglo XV, las guerras de religión, la Revolución Francesa y la modernidad, lo desplazaron hasta dejarlo en una situación defensiva, de la que no emergió con claridad hasta León XIII y el inicio de los partidos populares, inicio de lo que después fue la Democracia Cristiana. Y fue esa idea cristiana la que fundamentó la reconciliación moral y práctica que hizo posible la reconstrucción de Europa, que culminaría con uno de los máximos aportes a la humanidad desde las instituciones públicas, el estado del bienestar. Ese ha sido el último renacimiento cuyo impulso se ha agotado. En estos florecimientos existe, a pesar de sus grandes diferencias, un trasfondo común: los sujetos políticos son seculares, no religiosos, no se trata de impulsos teocráticos. El cristianismo como concepción está en la base y el horizonte, y la Iglesia, como institución, acompaña con una gran fuerza, pero no lidera.
Hoy, Europa vive una crisis que puede llegar a ser terminal, y la Iglesia parece como replegada, circunscrita solo a algunos temas, sin fuerza para impulsar una nueva Unión y, en todo caso, más atenta a algunas consecuencias de la crisis que a las causas. No existe ningún sujeto colectivo capaz de dar respuesta, y afloran las propuestas, que basan su éxito en la confrontación en lugar de la cooperación, en la separación y no en la Unión. Por eso, la Iglesia no puede continuar como hasta ahora, debe estar a la altura de la visión histórica y transhistórica que le es propia y del sujeto colectivo que representa. No puede quedar limitada a la percepción y actuación de una ONG. Eso sería falta de visión y de responsabilidad colectiva. Ella ha guiado a Europa, ha tomado o promovido iniciativas que encuentran su desarrollo en el campo secular, y eso es lo que ahora necesitamos desesperadamente. Un nuevo impulso que aúne altura moral y pragmatismo. Una nueva cultura que, inspirada en los precedentes, de respuesta real a los retos de una época nueva.


 Fuente: Forum Libertas


 
 
 

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