Capital moral, progreso económico y bienestar

03 de junio de 2016

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Hoy conocemos mejor la complejidad de los mecanismos que hacen posible el bienestar de la sociedad. La cohesión social, el desarrollo económico y su sostenibilidad dependen de factores como el capital humano, la innovación -que en parte también nos remite a aquel capital-, el buen funcionamiento de las instituciones, la extensión del aprender a aprender, practicando el learning by going y generando spillovers de conocimiento. Todos estos factores señalan la importancia decisiva de cada persona y de las organizaciones de personas; familias, instituciones públicas, empresas y organizaciones (partidos, sindicatos, asociaciones).

El Nobel de Economía Stiglitz en “La Creación de una Sociedad del Aprendizaje” señala que una sociedad aprende por medio de la fijación de objetivos. Por tanto, una cuestión central en el debate público es dar razón y definir cuáles son los objetivos necesarios que debe alcanzar nuestra sociedad. Y esta es una cuestión que entre nosotros está mal planteada, en realidad, ni siquiera es formulada.

El debate es sobre que fines debe perseguir nuestra vida en común y con qué medios los servimos. Y esto no solo es ideología en el sentido peyorativo del término, un corsé mental que impide reconocer las bondades de otras propuestas, ni tampoco solo técnica.

Es un error entender el aprender como una dimensión solo “técnica”, porque esta depende de unos cimientos previos decisivos; esto es, el sistema de valores y virtudes que dotan de eficacia a las técnicas y las leyes. Para situar una referencia: una sociedad no minimizará la corrupción con leyes, sino cuando asuma, reconozca y transmita la virtud de ser honesto. De ahí la importancia de las instituciones que son previas al estado, y que exigen para su funcionamiento unos determinados valores y virtudes, caso del matrimonio y de la familia, y que a pesar de ello, los estados tratan como si fueran de su propiedad y creación, como si fueran objetos que obedecen a los diseños del deseo. Buena parte de nuestros problemas presentes, inmediatos y mediatos, de presente y todavía más de futuro, surgen de ahí.

Douglas C. North, otro Nobel de economía, persona decisiva en la concepción de la Nueva Economía Institucional, escribe en “Estructuras y Cambios en la Historia Económica”, que “la solidez de los códigos morales y éticos de una sociedad son el cemento de la estabilidad social que hace viable un sistema económico”. Hay un verdadero capital moral, que como los otros tipos de capital, aumenta o disminuye, se puede medir, y está en la base del funcionamiento, también económico, de la sociedad. Fred Hirsh ya estableció su importancia en “The Social Limits to Growth” Nuestro país, por reacción, por ignorancia, por lo que sea, prescinde de esta evidencia. Mejor dicho la acota solo a unos pocos campos: la corrupción política, la violencia de género. Como si el capital moral, la moral en definitiva, fuera como mortadela y pudiéramos cortar solo unas rodajas, sin que todo el conjunto perdiera sentido. El sistema moral no se sirve en cómodas porciones, o va entero, o pierde todo su sentido prescriptivo.

España es hoy un fracaso extremo en el ámbito de la educación, en el de la gobernanza en un sentido amplio. Nuestras instituciones funcionan mal, muy mal, las leyes son deficientes, su cumplimiento irregular. Las familias cada vez tienen menos capacidad para cumplir con su misión.

Todo esto obedece en buena medida a la pérdida del capital moral: Mejor o peor la sociedad española tenía uno que se expresaba en aspectos básicos; otra vez la familia sería un ejemplo: El componente de la religiosidad era un motor de muchas cosas, incluso del rendimiento escolar, a pesar de las limitaciones. Existía un asociacionismo económicamente independiente de los recursos públicos. Todo esto, y más cosas, se han ido diluyendo. Es el “cambio”. El problema, decisivo, muy grave, radica en que es un cambio sin sustitución. Nos estamos quedando sin capital moral y eso a la corta y a la larga se paga muy caro. Solo los países con productividades muy altas -y no es nuestro caso- se pueden permitir esas alegrías, y aún no para siempre
 

Fuente: Forum Libertas

 

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