El cruel enemigo

03 de octubre de 2013

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Muchas veces hemos leído artículos sobre los aspectos luminosos de nuestra fe católica; sin embargo, es muy poco aquello que podemos leer, o se nos muestra sobre nuestro adversario más temible.   Es curiosa la poca atención que se le presta al demonio; incluso llego a pensar que de esta forma se le ‘hace un poco el juego’ al demonio, uno de cuyos objetivos es hacernos creer que no existe; por supuesto, ¿quién se preocupa de defenderse de algo que no existe?   Si no existe el demonio, tampoco el infierno, así que por qué preocuparse entonces de ‘cuentos de viejas’ para mantenernos ‘en el buen camino’. Es fácil darse cuenta de la efectividad de esta táctica.
 
Nuestro Señor Jesucristo se ha preocupado de contrarrestar ese ardid, comunicándoles a muchos santos y santas verdades sobre el demonio y el infierno (véase las vidas de Santa Teresa de Ávila y Sor Josefa Menéndez). Pocos católicos se ocupan en informarse sobre esto.  

Hace algún tiempo vi la película ‘El Rito’. En ella un sacerdote dice algo que me llamó profundamente la atención: “Elegir creer que el demonio no existe no te protegerá de él”. Sabia conclusión. Me lleva a recordar lo que, según Sor Josefa, el Señor le había mostrado; leamos su descripción: "Vi varias almas caer dentro del infierno, y entre ellas estaba una niña de quince años, maldiciendo a sus padres por no haberle hablado del temor de Dios ni por haberla avisado de que existía un lugar como el infierno. Su vida fue muy corta, decía ella, pero llena de pecado, porque ella dio hasta el límite todo lo que su cuerpo y sus pasiones le pedían en el camino de su autosatisfacción, especialmente había leído malos libros”.
  
Cuando pienso que prácticamente se prohíbe hablarles a los niños sobre estos temas, se me viene a la mente lo que hizo la Santísima Virgen María con los pastorcitos de Fátima en 1917: les mostró el infierno.   ¿Alguien se atreverá a echarle en cara a la Santísima Virgen lo que hizo?   
 
El texto anterior, en el cual la joven condenada maldecía a sus padres por no haberle advertido de la posibilidad de condenarse, resuena nuevamente en mis oídos.
 
Sí, todo lo anterior es terrible, real y terrible, pero a primera vista, uno pensaría que el demonio está solamente en el infierno, en un lugar lejano, que no tiene mayor relación con uno ni con el ambiente en que nos movemos, pero esto no es así.    Los demonios suelen estar más cerca de nosotros de lo que nos lo imaginamos.    La Biblia nos indica que ellos “fueron arrojados a la tierra”.   Ellos fueron ángeles, no lo olvidemos, y al elegir irse al ‘lado oscuro’, se llevan su poder de ex-ángeles y su libertad (si no fuesen libres, no serían responsables de sus actos y entonces no habría infierno), y aprovechan esta libertad para intentar hacernos la vida lo más amarga posible y de llevarnos al infierno posteriormente.   
La mayoría de las veces el demonio utiliza sutiles medios para acercarse a nuestra vida.   Recordando las palabras del padre Amorth, conocido exorcista, en su libro “ Más fuertes que el Mal” página 33 y 34, no olvidemos que “Es el demonio el que produce el mal y su acción puede ser ordinaria o extraordinaria. La acción ordinaria es la que se da normalmente con las tentaciones… La acción extraordinaria se da más raramente, por medio de los llamados maleficios… Los males extraordinarios provocados por el demonio son cuatro: posesión, vejación, obsesión o infestación…”.
 
Allí donde el demonio actúa proliferan las discordias, las personas sufren arranques de ira o angustia irrefrenables sin origen posible de identificar por los profesionales de la salud.    No en vano el Magisterio de la Iglesia enseña que uno de los males de este siglo es la angustia que en el hombre provoca la ausencia o ruptura con Dios. Aún así, para muchos el sólo hecho de suponer que pudiese haber un demonio en casa les llena de estupor.
 
Ante eventos inexplicables que denuncian su presencia, la gente no sabe qué hacer, le presta oídos a cualquier persona que con buena voluntad sugiere algo extraño: poner una cruz de ‘palque’ (vegetal) -cosa que no sirve de nada; si las tiene, desármelas y tírelas a la basura-, insultar al presunto demonio con garabatos de grueso calibre y otras cosas por el estilo, incluso rayanas en la estupidez, pero recurridas ante la desesperación de las personas.   De más está decir que el recurso a los brujos, adivinos o chamanes (que muchas veces cobran gruesas sumas de dinero), no sólo mantiene, sino que aumenta el problema.
 
¿Qué hacer entonces?   Dentro de los tesoros de la misma iglesia encontramos las siguientes recomendaciones:
 
  1. Oración, vida sacramental (en especial acudir regularmente a la Eucaristía y Confesión) y permanente empeño por llevar una Vida Cristiana son las mejores armas contra el demonio y sus acechanzas.
  2. Pero si, aún cumpliendo con lo anterior los problemas persisten, acuda a su párroco; y si éste no atiende o aconseja adecuadamente para prestar ayuda o se declara incompetente… contacte alguno de los sacerdotes que escriben en Portaluz sobre este particular , quienes sabrán acompañarle e intervenir.
 
Los demonios existen porque Dios así lo permite; cuestión que acorde al Catecismo de la Iglesia es parte del misterio de la Salvación. Pero si nos apegamos al Señor y a la Virgen (‘Terror de los demonios’, la llamaba el santo Padre Pío), en especial al rezo diario del Rosario, y seguimos las recomendaciones señaladas, el demonio nunca podrá vencer; Jesucristo lo derrotó y siempre interviene en nuestro favor, sólo basta que nosotros mantengamos viva nuestra opción por Cristo, nuestro amor a Él, en el seno de la Iglesia.

 

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