Lo que se le ocultó al demonio del misterio del nacimiento de Jesús

24 de diciembre de 2016

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“Para todos los mortales fue dichosa y felicísima la venida del Verbo eterno humanado al mundo, cuanto era de parte del mismo Señor, porque vino para dar vida y luz a todos los que estábamos en las tinieblas y sombras de la muerte.

Sólo para el infierno fue terrible la natividad del niño Dios, que era el fuerte y el invencible que venía a despojar de su tirano imperio a aquel armado de la mentira, que guardaba su castillo con pacífica pero injusta posesión de largo tiempo.
Para derribar a este príncipe del mundo y de las tinieblas fue justo que se le ocultase el sacramento de esta venida del Verbo, pues no sólo era indigno por su malicia para conocer los misterios de la sabiduría infinita, pero convenía que la divina providencia diese lugar para que la propia malicia de este enemigo le cegase y oscureciese; pues con ella había introducido en el mundo el engaño y ceguera de la culpa, derribando a todo el linaje de Adán en su caída.

Por esta disposición divina se ocultaron a Lucifer y sus ministros muchas cosas que naturalmente pudieran conocer en la natividad del Verbo y en el discurso de su vida santísima, como en esta historia es forzoso repetir algunas veces. Porque si conociera con certeza que Cristo era Dios verdadero, es evidente que no le procurara la muerte, antes se la impidiera, de que diré más en su lugar. En el ministerio de la natividad sólo conoció que María Santísima había parido un hijo en pobreza y en el portal desamparado y que no halló posada y abrigo, y después la circuncisión del niño y otras cosas que supuesta su soberbia más podrían deslumbrarle la verdad que declarársela. Pero no conoció el modo del nacimiento, ni que la feliz Madre quedó Virgen, ni que lo estaba antes, ni conoció las embajadas de los ángeles a los justos, ni a los pastores, ni sus pláticas, ni la adoración que dieron al niño Dios, ni después vio la estrella, ni supo la causa de la venida de los Reyes, y aunque los vieron hacer la jornada juzgaron era por otros fines temporales. Tampoco penetraron la causa de la mudanza que hubo en los elementos, astros y planetas, aunque vieron sus mutaciones y efectos, pero se les ocultó el fin y la plática que los Magos tuvieron con Herodes, y su entrada en el portal y la adoración y dones que ofrecieron. Y aunque conocieron el furor de Herodes, a que ayudaron contra los niños, pero no entendieron su depravado intento por entonces, y así fomentaron su crueldad. Y aunque Lucifer conjeturó si buscaba al Mesías, le pareció disparate y hacía irrisión de Herodes, porque en su soberbio juicio era desatino pensar que el Verbo, cuando venía a señorearse del mundo, fuese con modo oculto y humilde, sino con ostentoso poder y majestad, de que estaba tan lejos el niño Dios, nacido de madre pobre y despreciada de los hombres.

Con este engaño Lucifer, habiendo reconocido algunas novedades de las que sucedieron en la natividad, juntó a sus ministros en el infierno y les dijo: No hallo causa para temer por las cosas que en el mundo hemos reconocido, porque la mujer a quien tanto hemos perseguido, aunque ha parido un hijo, pero esto ha sido en suma pobreza, y tan desconocido que no halló una posada donde recogerse; y todo esto bien conocemos cuán lejos está el poder que Dios tiene y de su grandeza. Y si ha de venir contra nosotros, como no se nos ha mostrado y entendido no son fuerzas las que tiene para resistir a nuestra potencia, no hay que temer que éste sea el Mesías, y más viendo que tratan de circuncidarlo como a los demás hombres; que esto no viene a propósito con haber de ser salvador del mundo, pues él necesita del remedio de la culpa. Todas estas señales son contra los intentos de venir Dios al mundo, y me parece podemos estar seguros por ahora de que no ha venido.

Aprobaron los ministros de maldad este juicio de su dañada cabeza y quedaron satisfechos de no haber nacido el Mesías, porque todos eran cómplices en la malicia que los oscurecía y persuadía. No cabía en la vanidad y soberbia implacable de Lucifer que se humillase la Majestad y la Grandeza; y como él apetecía el aplauso y ostentación, reverencia y magnificencia, y si pudiera conseguir y alcanzar que todas las criaturas le adoraran las obligara a ello, por eso no cabía en su juicio que, siendo poderoso Dios para hacerlo, consintiese lo contrario y se sujetase a la humildad, que él tanto aborrecía”.
 
Fuente: “Mística Ciudad de Dios, Vida de la Virgen María”, Libro IV – capítulo 12 – números 500 a 502.  Autor: Sor María Jesús de Agreda. Imprenta Fareso, Madrid, 1992. Nihil obstat (1970): Fr. Cándido Zubizarreta, O.F.M., D. Vicente Serrano, Ricardo, Obispo Auxiliar y Vic. General. Propiedad y venta de la obra: MM. Concepcionistas de Agreda (Soria).

Nota preliminar del libro: Sor María de Jesús, monja eminentemente contemplativa, desarrolló también una actividad prodigiosa. Escribió diversos tratados místicos. Su fama y destino están vinculados a su obra maestra, la Mística Ciudad de Dios, subtitulada Historia Divina y Vida de la Virgen María. Este libro es el feliz resultado de la continua y fervorosa contemplación de la Venerable Sor María de Jesús y de una gracia extraordinaria del cielo, que la impulsó a escribir esta gran obra. La Mística Ciudad de Dios es seguramente la más extensa, profunda y popular de las vidas de la Virgen Santísima.

 

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