Bultmann sigue vivo

03 de marzo de 2017

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La primera mitad del siglo XX, es decir los años que precedieron al Concilio Vaticano II, estuvo marcada poderosamente por una orientación de los estudios bíblicos dirigida a buscar en los Evangelios las huellas del Jesús histórico, más allá de todo tipo de duda. El resultado, sin embargo, fue demoledor y se produjo una generalización del escepticismo.
 
 Strauss, a finales del siglo XIX ya había concluido que, siempre según él, el Evangelio de San Juan era el colmo de la mitificación. Después se desecharon los Evangelios de Mateo y Lucas (Weisse y Wilke) y por último el de Marcos (Wrede y Schmidt). Con toda esta herencia, Rudolf Bultmann, concluyó que había que olvidarse de buscar el Jesús histórico y centrarse en el llamado “Cristo de la Fe”. Este era, según todos estos sembradores de escepticismo, un puro invento que se empezó ya a gestar en los inicios de la Iglesia y cuyo principal responsable era San Pablo. No estoy hablando de épocas tan lejanas, pues Bultmann murió en 1976, y su veneno ha perdurado hasta el día de hoy.
 
Con estos presupuestos, cada uno puede acercarse a los Evangelios como el que va a un supermercado. Puede ir pasando por las estanterías y echando en su carrito de la compra lo que le apetece o lo que necesita. Esta enseñanza de Jesús me gusta, me la llevo; esta no me gusta, la dejo. Por supuesto, otro comprador hará una elección diferente de “productos”, con los mismos derechos y por los mismos motivos. Más aún, si antes de pagar en la caja cambias de opinión, quizá porque te has encontrado con alguien que te ha recomendado otra marca como mejor que la habías seleccionado, puedes dejar algo de lo que tenías en el carro para coger lo que te han recomendado. Esta “religión del supermercado” fue denunciada abiertamente por el cardenal Ratzinger, que quiso ir a la raíz del problema -la historicidad del Cristo que aparece en los Evangelios- escribiendo una de sus mejores obras: los tres tomos sobre Jesús de Nazaret. Basta con leer la introducción del primero de esos libros para entender el problema y las consecuencias del mismo.
 
Pero los efectos de aquella demolición no han pasado. Muchos están contaminados por ella y se está viendo ahora, cuando se discute sobre el rechazo de Jesús al divorcio. ¿Dijo realmente Jesús que “el que se divorcia de su mujer y se casa con otra comete adulterio contra la primera”? Si entonces no había grabadora, ¿cómo podemos saber si de verdad lo dijo? O quizá sí lo dijo, pero hay que entender el contexto y a quién se lo dijo y lo que quería decir. O quizá dijo algo parecido pero el que lo escuchó y luego lo contó a otro que se lo contó a otro y éste al fin lo escribió entendió mal sus palabras. En fin, ¿cómo vamos a ponernos serios sobre algo que no sabemos con certeza ni siquiera si fue dicho por Jesús o lo que quería decir en caso de que de verdad lo dijera?
 
De este modo y sembrando estas dudas, podemos aplicar el viejo refrán: “muerto el perro, se acabó la rabia”. Podemos hacer lo que queramos sin sentirnos atados por las enseñanzas de Cristo que, puestos a dudar, a saber incluso si existió o también él es un mito. Lo malo de este ataque a la raíz es que, como en el supermercado, otro puede hacer una elección distinta. Porque si dudamos de las enseñanzas de Jesús sobre el divorcio, podemos dudar de cualquier otra cosa: su rechazo al racismo y a la violencia, su cercanía a los que sufren, su defensa de la mujer, su amor a los pobres hasta el punto de identificarse con ellos, su muerte, su resurrección o su presencia real en la Eucaristía. Y entonces, sencillamente, no queda nada, absolutamente nada.
 
No sé si son conscientes de lo que están haciendo aquellos que hablan de “reinterpretar” a Cristo para poder dar la comunión a los divorciados vueltos a casar, Porque quizá, con tanta reinterpretación, terminen por considerar que la Eucaristía no es más que un símbolo y entonces no tiene más valor que un fragmento insípido de pan y, en ese caso, se lo pueden dar a todo el mundo, simplemente porque ya no vale nada. Sólo quiero preguntar una cosa: ¿Hacia dónde nos está conduciendo todo esto? Porque del resultado final se desprende la validez del experimento. Si el final es la nada, más vale no meterse en un camino que es ahí a donde nos conduce.

 

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