La resurrección

14 de abril de 2017

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En Semana Santa celebramos la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Pero lo más importante es indudablemente la Resurrección.
 
Es indudable que uno de los grandes interrogantes que el ser humano tiene es si hay algo más allá de la muerte y en qué consiste ese más allá.
 
Para empezar todos tenemos un ansia de inmortalidad. Incluso los materialistas que no creen en Dios y que en buena lógica piensan que todo termina con la muerte, cuando llega la hora de la verdad no se resignan a que la muerte sea el final de todo. Por ello cuando llega la muerte de una personalidad atea, sus correligionarios materialistas nos hablaron de su inmortalidad porque tenía un puesto en la Historia y cosas por el estilo. No pude por menos de pensar que si yo no existo una inmortalidad que se reduce a que tu nombre esté escrito en unos cuantos libros de Historia, bien poca cosa es. Por ello me parece que la inmortalidad sólo vale la pena si sigo estando vivo y no precisamente en condiciones desastrosas, sino viviendo de verdad con la vida eterna feliz que nos promete Cristo.
 
A lo largo de mi vida me he encontrado con muchos de mis alumnos que creían en la reencarnación. Honradamente debo decir que es una cosa que me cuesta trabajo tomármela en serio. Los que se acuerdan de qué fueron en su encarnación anterior siempre han sido personajes más o menos famosos, mas bien más que menos. Todavía estoy por encontrarme con alguien que haya sido un esclavo desconocido de Egipto o un pobre hombre de cualquier civilización asiática. En el fondo hay un miedo a pensar que esta vida terrena es única y que nos la tenemos que tomar en serio, lo que no deja de ser un intento de disminuir la importancia de nuestra vida actual, porque al fin y al cabo no nos jugamos nada definitivo y todo tiene remedio. Por cierto que el budismo, que sí cree en la reencarnación, trata de superarla y alcanzar el Nirvana. En el budismo, que es un sistema en gran parte ateo, no nos liberamos del Mal a través del Bien, sino solamente mediante el desapego del mundo, haciéndonos indiferentes al mundo, que es fuente del mal y con eso culmina el proceso espiritual. En cambio en la mística cristiana, la Revelación del Dios vivo abre en el hombre la capacidad de unirse con Él, especialmente por medio de las virtudes teologales, como la fe, la esperanza y, sobre todo, el amor. Además mi unión con Dios no supone la pérdida de mi individualidad, lo que es otro motivo de satisfacción, porque yo quiero seguir siendo yo.
 
Por todo ello creo en la resurrección, en el sentido que todos los cristianos, no sólo los católicos, le damos. Para el Cristianismo «está establecido que los hombres mueran una sola vez» (Heb 9,27) y además se lo juega todo a una sola carta: que Cristo ha resucitado. Si Cristo no ha resucitado, nos advierte San Pablo, nuestra fe no tiene sentido y «somos los más desgraciados de toda la humanidad» (1 Cor 15, 19). Si Cristo y los muertos no resucitan y todo termina con la muerte «comamos y bebamos, que mañana moriremos» (1 Cor 15,32), lo que en el lenguaje de la actuación práctica se traduce así: «si tenemos ocasión de aprovecharnos de los demás, aunque sea pisándoles, y no lo hacemos, somos tontos». Cristo resucitó no sólo para decirnos que es Dios hecho hombre, sino también como señal, prenda o garantía que yo también voy a resucitar, y eso sí que me interesa.
 
En qué consiste ese más allá, sólo tenemos unos pocos datos. Sabemos que el amor no pasa jamás y que la Iglesia nos describe el Reino de Dios, es decir el Cielo como un «reino eterno y universal, de verdad y vida, de santidad y gracia, de justicia, amor y paz». Sabemos también que San Pablo nos describe el cielo de un modo que nos deja con las ganas «ni el ojo vio, ni el oído oyó algo semejante» (1 Cor 2,9), con lo que lo único que podemos decir es que lo que podemos imaginar en nuestros momentos de mayor optimismo, se va a quedar corto con la realidad.
 
Si hay resurrección y vida eterna vale la pena vivir esta vida llenándola de sentido, y buscando mi felicidad a base de amar a Dios, al prójimo y a mí mismo. ¿Qué vamos a hacer con nuestra vida? Esa es la gran pregunta a la que tenemos que responder.

 

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