Robots

21 de abril de 2018

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No hay telediario sistémico que se precie en el que no se incluya un reportaje, siempre bien rebozadito de azúcar, donde se glosan las simpáticas bondades de tal o cual robot que nos hará la vida más fácil. Toda esta cochambre propagandística pretende presentar la galopante robotización de los trabajos como una nueva conquista de la ciencia y la tecnología, en su esfuerzo por ayudar al hombre (o, dicho más prometeicamente, por declarar abolido aquel castigo divino que nos obliga a ganarnos el pan con el sudor de la frente), cuando lo cierto es que pretende condenar al hombre con la peor de las condenas, que es hacerlo fácilmente sustituible y, por lo tanto, inservible, prescindible y superfluo.
 
Naturalmente, en todos estos abyectos reportajes se nos presentan robots que hacen las tareas más aniquiladoras e ingratas, esos trabajos que nadie quiere o sólo quieren los que no tienen otras opciones mejores. Y se engolosina a las masas cretinizadas, haciéndolas creer que sus hijos podrán dedicarse a trabajos fastuosamente remunerados que, además, les permitirán cultivar el espíritu. O se las engaña maliciosamente con la promesa de un paraíso para emprendedores cualificados. O, mejor todavía, se les asegura que ni siquiera tendrán que preocuparse de trabajar, porque habrá robots que les harán el trabajo, mientras sus hijos se consagran al ocio; porque los robots se encargarán de cotizar a la Seguridad Social por ellos; porque los robots, en fin, generarán tanta riqueza que podrá repartirse de bóbilis bóbilis un sueldo vitalicio entre todos los ociosos del planeta. Pero lo cierto es que la robotización del trabajo destruirá empleos en todos los oficios y profesiones, no sólo en lo que antaño se llamaban artes vulgares, sino también en las liberales; pues la robotización, antes que fuerza mecánica, es inteligencia artificial (aunque la propaganda sistémica prefiera que los robots aparezcan en nuestro imaginario como serviciales mascotas o risueños esclavos). Por no mencionar que los hombres entregados al ocio terminan casi siempre siendo bestias entregadas a los vicios más embrutecedores.
 
Por lo demás, ya son muchos los trabajos que antaño requerían un concurso humano y hoy están siendo realizados por máquinas. ¿Cuánto están cotizando esas máquinas? ¿Dónde ha ido a parar el sueldo que nadie les paga? ¿Por qué no se cubre, por ejemplo, la subida de las pensiones que reclaman los jubilados con el dinero que estas máquinas ahorran en los costes de producción? Pero el cretinismo ambiental no se detiene a considerar estas evidencias desoladoras. El cretinismo ambiental prefiere soñar con una utopía grotesca en la que, cuando los robots hagan nuestro trabajo, la ambición humana declinará como por arte de ensalmo; y donde el capital apátrida que hoy defrauda el jornal al trabajador se pondrá a remunerar generosamente al ocioso. Y, mientras aguarda el advenimiento de esa utopía grotesca, el cretinismo ambiental ejecuta sin rechistar (¡qué digo sin rechistar, con ferviente entusiasmo!) las consignas sistémicas que interesan a los promotores de la robotización, apuntándose a todos los ofertones del supermercado de los derechos de bragueta. Cuya finalidad última no es otra sino enviscar a hombres contra mujeres y disuadirlos de la procreación; pues cuando la robotización finalmente se imponga sobrarán muchos cientos de millones de seres humanos. Y esos cientos de millones de seres humanos no van a recibir ninguna pensión para ociosos (o, si la reciben, será una limosna miserable obtenida a costa de ordeñar atrozmente a los que todavía trabajen). Mucho más probable será que se trate de eliminar muy digna y humanitariamente a los ‘ineficientes’, con formas entrañables de suicidio asistido y modalidades de eutanasia tan divertidas como un parque de atracciones… todas ellas, por supuesto, atendidas por robots. Y, mientras nos apiolen, sonreiremos bobaliconamente; tan bobaliconamente como ahora nos tragamos todas las consignas sistémicas.
 
Entretanto, ¿qué medidas de resistencia plantean nuestras oligarquías políticas y nuestros sindicatos? Ninguna, salvo contribuir al engaño, con promesas de rentas básicas universales y otros engañabobos limítrofes. O poner toda la carne propagandística en el asador de iniciativas sistémicas tan exitosas como la llamada ‘huelga feminista’, experiencia piloto en la que quedó demostrado que se puede prescindir de muchos puestos de trabajo sin que la actividad económica se resienta lo más mínimo. Somos corderos llevados al matadero por lobos disfrazados de pastores.


 

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