Emergencia a 10 mil metros de altura

05 de mayo de 2018

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Casi todos dormíamos, cuando de pronto reaccionamos al sentir un tremendo ruido que me pareció un impacto contra el fuselaje del avión. Eran casi las tres de la madrugada al empezar las turbulencias y se encendió la señal de abrochar el cinturón. El nerviosismo se apoderó de todos, pues al pasar los minutos -a diferencia de otros vuelos-, no bajaba la intensidad del zamarreo, a diez mil metros de altura, sino que crecía a cada instante más y más.
 
Se escuchaban gritos desesperados. Y estábamos todos ahí, sobrevolando Balmaceda, rumbo a Punta Arenas, en el último confín de Chile continental. Las turbulencias suelen presentarse en esta zona, pero no tan brutales. Y no podíamos hacer absolutamente nada. A oscuras, envueltos por la noche, la escena era aún más angustiante.
 
En momentos como este, cuando percibes cercana la muerte, cuando la inevitable fragilidad humana se expresa y el miedo amenaza… te agarras de la oración, en fracciones de segundo surgen preguntas, tu mente simplemente se dispara y se nubla. Percibes a Dios e inmediatamente te cuestionas: ¿por qué deben llegar estos momentos extremos para acercarte más a Él?
 
Veía los rostros de todos aquellos que quiero con el alma. Sentí cercana mi muerte como nunca antes. ¡Hay un cielo prometido! ¿Iré allá? Y en segundos me pregunté si mis obras hablarían de mi fe ¿Me ha faltado más fe? ¿Más obras? ¿Qué dirá Dios al juzgarme?
 
Luego, absorto al ruido del zamarreo que amenazaba despedazar el avión, ya no escuché tampoco gritos ni lamentos y me pregunté: ¿Qué me faltó por hacer? ¿En qué malgasté mis últimos días? ¿Quién sentirá de corazón mi partida? ¡Tantas preguntas que llegaron en unos segundos! En esos momentos dramáticos uno recapacita y hasta se replantea cosas fundamentales de la vida.
 
Y entonces volví a percibir el entorno. El avión con ruidos de metal, de un lado a otro, con movimientos aterradores. Sí, sólo te puedes aferrar a la fe. Miré un instante hacia los lados y comprobé que también otros rezaban, incluso  con el rosario en la mano. Y también oré: “¡Señor! te necesitamos. Te necesitamos mucho. En la tormenta te apareciste caminando sobre las aguas tempestuosas ante el pavor de los apóstoles. Animaste a Pedro y a los apóstoles en su fe… Nos cuesta verte e identificarte aquí Señor. ¿Nos abandonaste? ¡Ten compasión de nosotros porque nos olvidamos de ti y porque no te reconocemos lo suficiente! Te mereces mucho más. Te mereces todo y te damos tan poco. ¡Perdón Señor!” Oré con el alma.
 
Cuántas veces nos hemos sentido así, angustiados, abandonados, desesperados y llenos de incertidumbre. Caminando sin rumbo. Nos hablan y las turbulencias de nuestro interior nos impiden escuchar, sentir y decidir. ¿Habrás sentido esto Señor, en el huerto de los olivos? ¿Hasta qué nivel llegó tu angustia? Y, aun así, te pusiste de pie y llegaste a decir esa frase que a muchos nos paraliza: ¡QUE SE HAGA TU VOLUNTAD! Pasando así del miedo a la fortaleza y a fijar tu mirada en el Padre. Creo que muchos de quienes íbamos en ese vuelo pudimos decir: "¡Hágase tu voluntad!"
 
Finalmente llegó el aterrizaje. Nadie hablaba. Los rostros mostraban cansancio y temor. Vi abrazos con sus seres queridos, llenos de emoción. Cada uno partió a sus casas y trabajos esa mañana. Era sin duda una nueva oportunidad. Seguramente algunos agradecieron a Dios un nuevo día más de vida; otros estoy seguro, hicieron sentir a sus familias cuánto los querían y así todos actuando de acuerdo a esta tremenda experiencia vivida.
 
Todo esto ocurrió hace 8 años, en diciembre del 2010, luego de haber participado en el encuentro de oración de ‘Taizé Chile’, junto a un grupo de jóvenes de Magallanes. Hoy que comparto el aprendizaje que me ha dejado esta experiencia, vuelvo a orar:
 
Señor, ayúdanos a permanecer contigo siempre y no sólo en momentos de tragedia. Danos la sabiduría e inteligencia necesarias para hacer tu voluntad en este mundo; sin dejar para mañana lo que podemos hacer hoy. Danos valentía para hacer vida tu Evangelio. Y por sobre todo, se tú el Capitán de nuestra vida. ¡Llévanos hacia ti, día a día y en toda circunstancia! Amén

 

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