¡150 jóvenes viven en NY la fuerza del Espíritu Santo!

16 de junio de 2018

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Son las 18:00 horas y ya comienzan a llegar los jóvenes participantes del retiro espiritual "Por sus llagas" que año a año realizan los Misioneros de Jesús en New York. Llegan desde varios estados de U.S.A.
 
Me han invitado por tercera vez a predicar en esta intensa jornada de espiritualidad y al aceptar el desafío, vuelvo a pensar que soy yo el más beneficiado porque ya sé que veré la Gloria de Dios bajar sobre su joven Iglesia.
 
Al compartir esto con mis amigos laicos y sacerdotes, me hacen las siguientes preguntas: ¿Tantos jóvenes? ¿Son todos de comunidades juveniles y parroquiales? ¿Son de colegios católicos? ¿Son de vida espiritual intensa o apoyada por sus padres? Mi respuesta los enmudece. Son jóvenes que en su mayoría no han tenido experiencia de fe, y menos aún han participado de comunidades católicas. Pero aún hay otro desafío y es que algunos de ellos llegan obligados por sus padres.
 
Entonces viene la siguiente pregunta: ¿Cómo hacer para que, en ese escenario tan adverso, puedan acoger el mensaje de Jesús en sus vidas? La respuesta es una sola: por pura Gracia de Dios y por la fe en este movimiento de misioneros católicos.
 
Todo esto comienza mucho antes, cuando por radio “Misioneros de Jesús EEUU”, se promociona una y otra vez este retiro juvenil. Los conductores animan a la audiencia a llevar a sus hijos a una experiencia que marcará sus vidas para siempre.
 
Pero no sólo preparan el fin de semana espiritual con esos programas radiales, sino que van aún más lejos: Oran y Ayunan por todos esos jóvenes que ni siquiera conocen, pero que quieren que se encuentren verdaderamente con el Señor.
 
El retiro contiene formación y... ¡mucha formación! Momentos de oración con preferencia, conversación en torno a la vida, la fe y testimonios juveniles que encienden fuego de Dios hasta en los más indiferentes corazones. Absolutamente nadie queda igual después de haberlo vivido.
 
Nada se deja al azar. El audio, los videos, los esquemas, los grupos musicales, la difusión previa y mucho más; todo es con la mejor calidad y precisión, porque el mensaje de Cristo merece tal empeño. Todos al servicio de quien tiene el control: nuestro amado Dios. Es Él quien pone las palabras en nuestra boca para que les hablemos. Es Él quien enciende los corazones de los servidores jóvenes y adultos que dan vida a cada uno de los momentos del retiro y Él quien colma las almas de su alegría y amor en este Centro de Espiritualidad Guadalupe.
 
Al principio la mayoría se quiere ir. Al término, todos se quieren quedar. Es que el momento más emocionante, recordado y atesorado por estos jóvenes es precisamente “su” momento íntimo con Dios: ¡¡la Adoración al Santísimo Sacramento!!
 
¿Será posible que en un lugar tan cosmopolita, individualista, agitado y convulsionado como New York, un grupo de adolescentes y jóvenes se vuelquen a Cristo Jesús? ¿Y en pleno siglo XXI? Con su Sí a Cristo ellos dan la respuesta. Yo mismo, cada vez que vengo, me quedo con esa sensación de haber gustado algo del cielo. Como bien testimonian los santos: "el cielo en la tierra".
 
Un joven se acercó inmediatamente después de la Adoración al Santísimo y me dijo entre el inglés y el español: "Padre, quiero ser sacerdote". Yo le dije: "¡Y serías un excelente sacerdote! Pídele al Señor que te ayude en esta decisión".
 
Luego de esta breve conversación me puse a pensar en lo extraordinario de este mundo espiritual, que nos da estas alegrías cuando menos lo pensamos.
 
En la Eucaristía final, los jóvenes dieron sus testimonios y las familias sorprendidas escuchaban frases como: "Ahora amo al Señor"; "Gracias Señor por esta experiencia de fe y amor"; "Creo que mi vida va a cambiar desde ahora"; "Vine obligada y ahora me voy feliz y renovada"; además de una cantidad enorme de agradecimientos y demostraciones sinceras de amor por Jesús, María y la Iglesia Católica.

No tengamos miedo de invitar a que los jóvenes vivan la santidad; motivándoles, facilitando, que puedan abrirse a una relación de amistad profunda con el Señor, siempre con la alegría y el testimonio de la propia fe.

 

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