Enferma terminal rogó a la Virgen en Lourdes cuidar a su familia y recibe una gracia particular

03 de agosto de 2018

Lella había aceptado en paz la muerte, cuando Dios considerase era el momento.

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Luego de padecer por 21 años esclerosis múltiple y con 52 años de edad, fue una aventura demoledora resistir las 13 horas que tardó el autobús desde Piacenza (Italia) a Lourdes (Francia). Pero finalmente Emanuela Crestani cumplía su anhelo y llegaba al Santuario enclavado en los Pirineos el pasado junio de 2016.
 
Ya no camina, está casi ciega, padece dolores permanentes -disestésicos y ardorosos-, limitaciones características de la fase terminal en que se encuentra. Antes de partir le advirtieron que ya estaba casi en la etapa 9, de las 10, antes de la muerte.  Nada de este tormento parece importar para Lella -como suelen llamarla con cariño- y logra esbozar una sonrisa a sus amigos, franciscanos terciarios, de la Basílica Santa María de Campagna, que visita con regularidad junto a su esposo Paolo Garattini allá en Piacenza. Uno de ellos la sostiene mientras Lella logra superar la asfixia de la tos productiva, síntoma recurrente que los medicamentos tampoco logran resolver.
 
Su estado es tal que, allí donde las leyes lo permiten, algunos le ofrecerían la eutanasia. Pero los padecimientos no doblegan a esta mujer italiana como para dejarse seducir por esa alternativa y en contraste decidió viajar a visitar a la Madre, protectora y mediadora, segura de que su petición -sumada al esfuerzo de acudir hasta el Santuario-, no quedará sin respuesta.
 
El amor y la gracia
 

Nadie se equivoque respecto a la motivación de Emanuela al visitar el Santuario de Lourdes, que ella misma relata en el libroAllunga la tua mano. Quando la malattia sconvolge, ma non vince”.  Su objetivo, señala, era ofrecer lo que le quedase de padecimientos como signo de fe y así la Santísima Virgen María mediase ante Dios por un milagro -de índole espiritual- cuyos beneficiarios serían los miembros de su familia. Lella había aceptado en paz la muerte, cuando Dios considerase era el momento.

Con semejante abandono no se resiste tampoco cuando sus amigos le llevan y la sumergen en el agua fría de las piscinas allí en Lourdes. En el agua, le parece sentir que un cálido abrazo la envuelva y siente una paz indescriptible... Ora y agradece por la familia que formó con Paolo, por sus hijos Massimiliano y Beatrice; reza a Nuestra Señora para que los ayude a sobrellevar el dolor y dificultades que para ellos significa acompañarla en este proceso. Cuando la sacan, su cara que debido a los espasmos suele estar contraída a intervalos regulares, permanece distendida. Pero es en la noche, ya en el hotel, cuando toma conciencia de ello y que ya no siente los dolores permanentes que la atormentaban. La fecha es el 3 de junio y poco después le contarán que un día como este Bernadette, la vidente, recibió su Primera Comunión.
 
Al finalizar una evaluación médica posterior, el 29 de junio de 2016, el neurólogo que la atendió, Dr. Paolo Immovilli, certificó: "Los dolores disestésicos con componente térmico han desaparecido tras la inmersión en agua fría, incluso la tos productiva ha desaparecido". Un año y tres meses más tarde, el "Bureau des constatations médicales", la Oficina de Observaciones Médicas del Santuario francés, hizo público que lo ocurrido a Lella era una gracia. En los informes, a partir del 26 de septiembre de 2017, se añade a la frase del neurólogo Immovilli la apostilla: "en agua fría de Lourdes".
 
Vivir desde la oración
 
Tras dos años de aquella experiencia del 3 de junio de 2016 no ha retornado el dolor y así ha continuado. “Lo que he recibido lo devuelvo orando por los que sufren” señala en su libro y este año desde su casa en Calendasco, a las afueras de Piacenza, conversando con el magazine italiano Avvenire reiteró que la gracia recibida es “un don que la Virgen me ha dado para que pueda seguir siendo testigo de esperanza y de alegría”.

Recuerda Lella que siempre han estado juntos con Paolo, su esposo, en las alegrías y también las dificultades. Se conocieron a la edad de 18 años en Aosta, donde Paolo se había trasladado para seguir la carrera futbolística que lo llevaría a las filas del Atalanta. Se casaron dos años después. Nació Massimiliano, el primogénito, luego enfrentarían la muerte al perder por aborto espontáneo a dos gemelos y poco después Lella padecería a causa de un tumor ovárico que logró vencer. Puesto que anhelaban tener más hijos, cuenta que: "Envié a Massimiliano en compañía de su abuela a Lourdes para pedir la gracia de una hermanita”. Ocho años después quedó embarazada de Beatrice. Una felicidad amenazada por diversas deficiencias en la salud de la niña que duraron dos años y medio.
 
La mano extendida de Dios
 
A mediados de los años noventa quedó devastada tras enterarse que padecía esclerosis múltiple y la inevitable realidad de muerte que podría enfrentar antes de lo esperado. “La idea de dejar a Paolo solo con dos niños me atormentaba. Pero no podía cambiar las cosas. Me entregué a la oración y fue la fuerza que me permitió, desde el principio, aceptar la enfermedad”.
 
Su esposo también fue viviendo un proceso particular de aceptación a medida que iba viendo perder capacidades físicas y el sufrimiento que padecía su esposa. “Alguien puede pensar que me quedo con mi esposa por un sentimiento de culpa -señala-, pero no es así. Me quedo porque entendí lo que es amar. Ella me enseñó esto, con su ejemplo humilde, silencioso, que moviliza”.  “Todos tenemos miedo en la prueba. Sólo tienes que abandonarte en confianza a Dios” complementa Lella y finaliza: “Dios tiene tiempo, somos nosotros los que no lo tenemos. Siempre está ahí, con la mano extendida; sólo espera que la agarremos”.


En la presentación del libro Lella y Paolo



 

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