Por qué creo en Dios

13 de agosto de 2018

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Algunos de mis autores favoritos son agnósticos, hombres y mujeres que enfrentan la vida con honestidad y valentía sin fe en un Dios personal.  En su mayoría son personas estoicas que han aceptado el hecho de que es posible que Dios no exista y quizás la muerte termine con nosotros. Veo esto, por ejemplo, en el ya fallecido James Hillman, un hombre a quien admiro mucho y que tiene tanto que enseñar a los creyentes acerca de lo que significa escuchar y honrar el alma humana.
 
Pero hay algo que no admiro en estos estoicos agnósticos: Si bien enfrentan con valentía el cómo nos afectaría si Dios no existiera y la muerte acabara con nuestra existencia personal, no se preguntan con la misma valentía cuál sería la implicancia para nosotros si Dios existiera y la muerte no acabara con nuestra existencia personal. ¿Qué pasa si Dios existe y qué pasa si los principios de nuestra fe son verdaderos? Ellos también necesitan enfrentar esa pregunta.
 
Creo que Dios existe, no porque nunca haya tenido dudas, o porque me educaran en la fe personas cuyas vidas daban un testimonio profundo de su verdad, o porque perennemente la gran mayoría de la gente en este planeta cree en Dios. Creo que un Dios personal existe por más razones de las que puedo nombrar: la bondad de los santos; el agarre en mi propio corazón que nunca me ha soltado; la interacción de la fe con mi propia experiencia, el coraje de los mártires religiosos a lo largo de la historia; la impresionante profundidad de las enseñanzas de Jesús; las profundas percepciones contenidas en otras religiones, la experiencia mística de innumerables personas; nuestro sentido de conexión dentro de la comunión de los santos con los seres queridos que han muerto; la convergencia de los testimonios anecdóticos de cientos de personas que han estado clínicamente muertas y han resucitado de nuevo a la vida; las cosas que a veces sabemos intuitivamente más allá de toda razón lógica; la recurrencia constante de la resurrección en nuestras vidas; el triunfo esencial de la verdad y la bondad a lo largo de la historia; el hecho de que la esperanza nunca muere, el imperativo inquebrantable que sentimos dentro de nosotros mismos para reconciliarnos con los demás antes de morir; la profundidad infinita del corazón humano; y, sí, incluso la misma capacidad de los ateos y agnósticos para intuir que de alguna manera todo tiene sentido, cuando el existir de la vida apunta a un Dios personal.
 
Creo que Dios existe porque la fe obra; al menos en la medida en que nosotros lo hagamos posible. La existencia de Dios se demuestra verdadera en la medida en que lo tomamos en serio y vivimos nuestras vidas frente a él.  En pocas palabras, estamos felices y en paz en la medida exacta en que arriesgamos, explícita o implícitamente, vivir vidas de fe. Las personas más felices que conozco son también las personas más generosas, desinteresadas, graciosas y reverentes que conozco. Eso no es un accidente.
 
Leon Bloy afirmó una vez que sólo hay una tristeza verdadera en la vida, la de no ser santo. Vemos eso en la historia del joven rico en los Evangelios que rechaza la invitación de Jesús a vivir su fe más profundamente. Se va triste. Por supuesto, ser santo y estar triste nunca es todo o nada, ambos tienen grados. Pero hay una constante: estamos felices o tristes en proporción directa a nuestra fidelidad o infidelidad a lo que es uno, verdadero, bueno y hermoso. Lo sé existencialmente: Estoy feliz y en paz en la medida en que tomo en serio mi fe y la vivo con fidelidad; cuanto más fiel soy, más en paz estoy, y viceversa.
 
Inherente a todo esto también hay una cierta "ley del karma", es decir, el universo nos devuelve moralmente exactamente lo que le damos. Como lo dijo Jesús, la medida con la que usted mide es la medida con la que se le medirá a usted. Lo que exhalamos es lo que vamos a inhalar.  Si exhalo egoísmo, egoísmo es lo que inhalaré; si exhalo amargura, eso es lo que encontraré a cada paso; por el contrario, si exhalo amor, gracia y perdón, éstos me serán devueltos en la medida exacta en que los exhale. Nuestras vidas y nuestro universo tienen una estructura profunda, innata e innegociable de amor y justicia escrita en ellas, una que sólo puede ser asegurada por una mente viva, personal y divina y un corazón de amor.
 
Nada de esto, por supuesto, prueba la existencia de Dios con el tipo de prueba que encontramos en la ciencia o las matemáticas; pero Dios no se encuentra al final de una prueba empírica, una ecuación matemática, o un silogismo filosófico. A Dios se le encuentra, explícita o implícitamente, viviendo una vida buena, honesta, misericordiosa, desinteresada, moral, y esto puede suceder dentro o fuera de la religión.
 
El benedictino belga, Benoit Standaert, afirma que la sabiduría son tres cosas, y una cuarta. La sabiduría es el respeto del conocimiento; la sabiduría es el respeto de la honestidad y la estética; y la sabiduría es el respeto del misterio. Pero hay una cuarta: la sabiduría es un respeto por Alguien.

 

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