Sacerdotes para servir

10 de septiembre de 2018

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En esta última temporada los sacerdotes hemos saltado a los medios, a la plaza pública, para que algunos se entretengan en jugar con nosotros al pin pan pun. Es un deporte muy recurrente en los países en donde el clericalismo, de unos y de otros, tiene muchos adeptos. Basta con que suene el silbato para que el juego se ponga en marcha, y el árbitro se suba al graderío con la hinchada.

Soy consciente, y lo lamento muchísimo, que hermanos míos en el sacerdocio hayan dado un escándalo monumental. Cuando me paro a pensarlo no termino de creérmelo, pero lamentablemente ha sido, y en algunos casos puede que siga siendo, una triste realidad. No le encuentro más explicación que, como diría en su día Pablo VI, el humo de satanás ha entrado en la Iglesia hasta el lugar más sagrado. He sido testigo de su presencia, y he tenido que sufrir la situación de algún clérigo que ha caído en sus garras. El demonio es feo, vengativo, rencoroso, envidioso. El odio es lo suyo. Yo he visto al demonio encarnado en una mujer totalmente fuera de sí que, perseguida por su marido que no podía dominarla, corrió hacia mí y me lanzó un muñeco horroroso, y salió corriendo como una exhalación perseguida por su pareja. Después supe que era un muñeco de vudú, su versión más extrema se llama Petro o Congo que es la magia maligna o negra (para ser precisos, roja). Esta forma de vudú la practica un bokor (hechicero o brujo). La magia Petro es la magia que incluye orgías, maldiciones de muerte y la creación de zombies.  Aquel muñeco horroroso hecho de madera ya herrajes me quemaba en las manos y, según me aconsejaron, lo tuve que quemar al día siguiente para verme libre de su nefasta influencia. El origen de esta práctica es África, y de allí saltó al continente americano.

¿Por qué cuento esto?  Para recordar a algunos ingenuos que el demonio no es un cuento. El demonio existe y está muy activo. Tiene sus objetivos preferidos, y uno de ellos, el más apetitoso, es la Iglesia en general y los sacerdotes en particular. Cuando pienso en los escándalos ya conocidos no encuentro otra explicación.
Pero, gracias a Dios, la inmensa mayoría de la familia sacerdotal goza de buena salud. Estamos luchando cada día por vivir la vocación que un día el Señor nos regaló. No es fácil abrirse camino en medio de esta selva salvaje en la que a veces se convierte una parte de la sociedad, pero siguiendo a los buenos exploradores es posible encontrar la luz y otear el horizonte con esperanza.

Sigue viva en la retina de mi alma la convivencia que he podido disfrutar en un bosque de la sierra de Madrid con 43 sacerdotes y dos obispos. Había alegría, ganas de rezar, ilusión sacerdotal, proyectos apostólicos, fraternidad… El espíritu de San Josemaría Escrivá estaba muy presente. Volvimos a escuchar sus enseñanzas, que gozan de plena actualidad. Había paz en el alma y descanso después de un curso ajetreado.  Cada cual contaba su experiencia, distinta tal vez, pero con denominador común: la ilusión de vivir con ganas el sacerdocio.

Rezamos por nuestros hermanos que fueron víctimas del demonio, encomendamos al Papa que tiene la gravísima misión de guiar a la Iglesia por el camino del Evangelio, y después de diez días nos marchamos con la alegría de haber renovado nuestro SI al Señor siendo fieles a la Verdad. Muchos otros sacerdotes han participado en otras iniciativas de distintos colores, pero con un propósito común. Cada caminante siga su camino, que no es otro que el de Jesucristo: Camino, Verdad y Vida. 

Deseo a todos un buen curso lleno de frutos apostólicos

 

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