Más allá de la crítica y la indignación

20 de octubre de 2018

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Recientemente asistí a un simposio donde el orador principal era un hombre de mi edad. Ya que ambos habíamos vivido los mismos cambios culturales y religiosos en nuestras vidas, me sentí identificado con mucho de lo que él dijo y cómo se sentía acerca de sus experiencias. Y en su evaluación tanto de la realidad de nuestra política como la de nuestras iglesias de hoy, fue bastante crítico, incluso se mostró molesto. No sin razón. Tanto en nuestros gobiernos como en nuestras iglesias hoy en día no sólo hay una polarización amarga y una ausencia de caridad y respeto fundamentales, sino que también hay mucha ceguera aparentemente inexcusable, falta de transparencia y deshonestidad egoísta. Nuestro orador estaba muy ansioso por señalarlas.
 
Y en su mayor parte, estuve de acuerdo con él. Me sentí de la misma manera. El estado actual de las cosas ya sea que se trate de la política o de las iglesias, es deprimente, está amargamente polarizado y no podemos dejar de sentirnos frustrados y ofendidos por aquellos a quienes consideramos responsables de la ceguera, la deshonestidad y la injusticia que parecen imperdonables. Pero, aunque compartía gran parte de su verdad y sus sentimientos, no compartía dónde había aterrizado.  Aterrizó en el pesimismo y la ira, aparentemente incapaz de encontrar otra cosa que no fuera la indignación dentro de la cual pararse. También terminó muy negativo en términos de su actitud hacia aquellos a quienes culpa del problema.
 
No puedo reprocharle su verdad ni sus sentimientos. Son comprensibles. Pero no me siento cómodo con el lugar donde aterrizó. La amargura y la ira, sin importar cuán justificada sea, no son un buen lugar para quedarse. Tanto Jesús como lo que es noble dentro de nosotros nos invitan a ir más allá de la ira y la indignación.
 
Más allá de la ira, más allá de la indignación y más allá de la crítica justificada de todo lo que es deshonesto e injusto, hay una invitación a una empatía más profunda. Esta invitación no nos pide que dejemos de ser proféticos frente a lo que está mal, sino que seamos proféticos de una manera más profunda. Un profeta, como tantas veces dijo Daniel Berrigan, hace un voto de amor y no de alienación.
 
 
 

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