Barrendero de Dios

29 de noviembre de 2013

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Cuando yo era pequeño, para estimularnos a estudiar las asignaturas, solían decirnos: “Si no apruebas el curso, sólo servirás para barrendero”… Lo decían con buena fe, sin ánimo de menospreciar a quienes con su oficio asean nuestras calles ¡como han cambiado las cosas! Me venían estos pensamientos –junto a una sonrisa- mientras, escoba en mano, barría el presbiterio de la parroquia. Aquí nadie me disputa la escoba. En mis anteriores destinos nadie dejaba al cura barrer ¡Qué paradoja! Si barrer, es una de las principales ocupaciones del sacerdote. Ya lo decía mi abuela cuando le enseñaba mis modestas notas ¡Te vas a quedar para barrendero!
 
El sacerdote se pasa el día barriendo de sí mismo aquellas pasiones que emponzoñan el cuerpo, los deseos que nos atan a la tierra y tantas otras vanas pretensiones. Barriendo del alma ajena los efectos del pecado, que ensucian el corazón y la mirada, siempre que bautiza o absuelve en confesión. Barriendo de la convivencia del pueblo al que sirve (con su consejo y estímulo), la discordia, la crítica, los prejuicios que afean nuestras calles. Barriendo de la sociedad la insolidaridad, la injusticia, la mentira… cuando proclama el Evangelio, cuando reparte la gracia, cuando ilumina y orienta. Barrer, barrer, y barriendo gastarse, adecentando la vida, hasta que el escobón se rompa, hasta que más no se pueda, hasta que el cuerpo aguante y la ilusión se mantenga.
 
¡Quien lo dijera! Para lo que he quedado… para barrendero. Pero “barrendero de Dios”, es verdad que no hace falta mucha ciencia para este modesto oficio, pero para realizarlo es imprescindible mucha humildad (andar en verdad en palabras de Sta. Teresa) para hacerlo con dignidad y delicadeza. No sirve cualquier escoba, ni sirve cualquiera. Se requiere del operario mansedumbre y paciencia, que tan apenas acabada la tarea… de nuevo ha de comenzar a hacerla.
 
Me acuerdo de Bepo que mientras iba barriendo, con la calle sucia ante sí y limpia detrás de sí, se le iban ocurriendo multitud de pensamientos, y le decía a su amiga Momo:
 
"Ves, Momo, a veces tienes ante ti una calle que te parece terriblemente larga que nunca podrás terminar de barrer. Entonces te empiezas a dar prisa, cada vez más prisa. Cada vez que levantas la vista, ves que la calle sigue igual de larga. Y te esfuerzas más aún, empiezas a tener miedo, al final te has quedado sin aliento. Y la calle sigue estando por delante. Así no se debe hacer. Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Hay que pensar en el paso siguiente, en la inspiración siguiente, en la siguiente barrida. Entonces es divertido: eso es importante, porque entonces se hace bien la tarea. Y así ha de ser. De repente se da uno cuenta de que, paso a paso, se ha barrido toda la calle. Uno no se da cuenta de cómo ha sido, y no se queda sin aliento. Eso es importante”.




 

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