Diaconisas en México

18 de mayo de 2019

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VER

En julio del año 2000, muy poco tiempo después de haber llegado como obispo a San Cristóbal de Las Casas, recibí una carta de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, en que se me sugería esperar algún tiempo, indeterminado, para ordenar nuevos diáconos permanentes, porque había la duda de que mi antecesor, Mons. Samuel Ruiz García, en la numerosa ordenación que hizo de diáconos permanentes en enero de ese año, hubiera ordenado diaconisas. Esto en base a una nota informativa del periódico “La Jornada”, cuya reportera así lo informaba. Aclaramos que nada de eso era verdad. La reportera, desconocedora de los ritos, pensó que una bendición que dio el obispo a las esposas de los diáconos era una ordenación. No hubo, pues, tal ordenación. Había otras razones más profundas para suspender dichas ordenaciones, pero lo de las diaconisas hizo mucho ruido.

El 12 de mayo de 2016, la Asamblea Plenaria de la Unión Internacional de Superioras Generales, reunidas en Roma, preguntó al Papa Francisco qué impedía “incluir mujeres entre los diáconos permanentes, al igual que ocurría en la Iglesia primitiva” y le sugirió “crear una comisión oficial que pueda estudiar el tema”.

El Papa tomó en cuenta su propuesta y, el 2 de agosto de ese año, creó dicha Comisión, presidida por el entonces secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Mons. Luis Francisco Ladaria Ferrer, hoy Prefecto, y conformada por varias mujeres como sor Nuria Calduch-Benages, Miembro de la Pontificia Comisión Bíblica; Francesca Cocchini, docente en la Universidad La Sapienza y el Instituto Patrístico Augustinianum de Roma; sor Mary Melone, rectora magnífica de la Pontificia Universidad Antonianum de Roma; Marianne Schlosser, docente de Teología espiritual en la Universidad de Viena y miembro de la Comisión Teológica Internacional; Michelina Tenace, docente de Teología fundamental en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma; y Phyllis Zagano, docente en la Hofstra University en Hempstead, Nueva York (Estados Unidos).

PENSAR

Ciertamente San Pablo cita a Febe, “diaconisa de la Iglesia de Cencreas” (Rom 16,1), y esto ha dado pie a que se piense en la posibilidad de que nuevamente se puedan tener en la Iglesia. Al respecto, en la rueda de prensa que dio, a su regreso de Macedonia del Norte a Roma, esto respondió el Papa a la pregunta de una reportera sobre el asunto:

“La comisión se hizo y ha trabajado por casi dos años. Eran todos distintos. Todos pensaban diferente, pero han trabajado juntos y se han puesto de acuerdo hasta un cierto punto. Pero, cada uno de ellos tiene su propia visión, que no concuerda con la de los otros. Y allí se detuvieron como comisión y cada uno está estudiando seguir adelante.

Sobre el diaconado femenino, hay un modo de concebirlo no con la misma visión del diaconado masculino. Por ejemplo, las fórmulas de ordenación diaconal encontradas hasta ahora, según la comisión, no son las mismas para la ordenación del diácono masculino y se parecen más a la que hoy sería la bendición abacial de una abadesa. Este es el resultado de algunos de ellos. Yo estoy hablando un poco de oídas, lo que recuerdo. Otros dicen: ‘No, esto es una fórmula diaconal’; pero debaten. No es claro. Había diaconisas al inicio, ¿pero, era ordenación sacramental, o no? Y eso se discute y no se ve claro.

Sí ayudaban, por ejemplo, en la liturgia. Lo vemos en los bautismos, que eran de inmersión. Cuando se bautizaba una mujer, la diaconisa ayudaba. También en la unción en el cuerpo de la mujer. Luego salió un documento en el que se veía que las diaconisas eran llamadas por el obispo cuando había una disputa matrimonial para la nulidad, o el divorcio, o la separación. Cuando la mujer acusaba al marido de golpearla, llamaban a la diaconisa para que ésta viera el cuerpo y así testimoniaba en el juicio.

Son las cosas que recuerdo, pero lo fundamental es que no hay certeza de que fuese una ordenación con la misma forma y la misma finalidad de la ordenación masculina. Algunos dicen que hay duda. Sigamos adelante a estudiar. No tengo miedo al estudio; pero hasta este momento, no va.

Es curioso que donde hubo diaconisas era casi siempre en una zona geográfica, sobre todo en Siria; luego, en otra parte no mucho, o nada. Todas estas cosas las he recibido de la comisión. Cada uno sigue estudiando y se ha hecho un buen trabajo, porque se ha llegado hasta un cierto punto común que puede servir como aliciente para seguir adelante, estudiar y dar una respuesta definitiva sobre si sí o no, según las características de la época. Una cosa interesante –ahora nadie lo dice, pero…–   algunos teólogos, hace pocos años, 30 años antes por ejemplo, decían que no había diaconisas porque las mujeres estaban en segundo plano en la Iglesia. No solo en la Iglesia… Siempre las mujeres…

Pero es curioso: en esa época había muchas sacerdotisas paganas. El sacerdocio femenino en el culto pagano estaba a la orden del día. Entonces, ¿cómo se entiende que, existiendo este sacerdocio femenino pagano, con las mujeres no se diese en el cristianismo?

Esto es lo que se está estudiando; pero hemos llegado a un punto y ahora cada uno de los miembros está estudiando según su tesis. Esto es bueno. Varietas delectat” (6-V-2019).
Lo acaba de confirmar en la asamblea plenaria de dicha Unión de Superioras Generales: “La forma de ordenación no es una fórmula sacramental. Era como lo que hoy es la bendición de una abadesa. Yo no puedo hacer un decreto sacramental sin un fundamento teológico, histórico” (10-V-2019).

ACTUAR

Es un tema todavía no definido y abierto al estudio, pero no es tan necesario ordenar diaconisas. Y no por discriminación a la mujer, pues, de acuerdo al Código de Derecho Canónico, yo faculté a mujeres indígenas para bautizar y, previo permiso de Roma, también para presidir matrimonios, en comunidades alejadas donde no había diáconos y era rara la presencia del párroco. Cuando la comunidad está preparada, dan un magnífico servicio. Nadie pedía que fueran diaconisas. Son mujeres idóneas, con buena aceptación en su comunidad, catequistas por varios años, dignas de toda confianza para confiarles la celebración de estos sacramentos y la educación en la fe en sus comunidades.
 

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