Oremos por nuestros gobernantes

08 de julio de 2019

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Se cumple un año de que fue elegido, por amplia mayoría, el actual presidente de Mèxico. Hay encuestas que aún le reconocen un alto porcentaje de aprobación ciudadana, aunque cada día más personas expresan su inconformidad y decepción.

Los obispos no tenemos la misión de impulsar o reprobar un proyecto político, a no ser que estén en juego derechos humanos y divinos, sino ser voz de un pueblo que aún tiene grandes esperanzas con severas carencias, y que un buen político debe tomar en cuenta. A veces los altos funcionarios no tienen una real visión de lo que acontece, porque sus colaboradores les ocultan lo que en verdad sucede y les dan cifras o datos parciales. Nuestra cercanía a los políticos ha de ser siempre pastoral, para hacerles ver lo que realmente pasa, buscando el bien del pueblo, no privilegios o prebendas personales o institucionales.

A pesar de las buenas intenciones de nuestro presidente, la inseguridad no cede, la violencia no se controla, el narcotráfico sigue generando muertes y extorsiones, la economía no crece como se prometió, la corrupción no está desterrada. Sigue siendo insuficiente el abasto de medicinas en los centros hospitalarios oficiales. Su inicial apertura a los migrantes fue muy notable, pero no se calculó la crisis que ahora se quiere detener con medidas que siempre criticamos. De todos modos, se intenta atacar de fondo el problema con inversiones en los países emisores de migrantes.

Sin embargo, no todo es culpa de los gobiernos, pasados o presente. Entre todos, construimos o destruimos el país. No basta cambiar leyes, tener más policías o nuevos guardias, despedir servidores públicos, gobernar con decretos. Si cada quien no hacemos nuestra parte, aunque se cambien gobernantes o legisladores, la situación no mejora. Todos somos corresponsables, cada quien en su justa medida.

PENSAR

El Papa Francisco, en su tradicional encuentro de principio de año con el Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, dijo: Es oportuno que los políticos escuchen la voz de sus pueblos y busquen soluciones concretas para favorecer el bien mayor. Esto exige, sin embargo, el respeto del derecho y de la justicia, porque soluciones relativas, emotivas y apresuradas, puede que consigan acrecentar un consenso efímero, pero no contribuirán nunca a la solución de los problemas más profundos; al contrario, los aumentarán.

La buena política está al servicio de la paz, porque hay una íntima relación entre la buena política y la pacífica convivencia entre pueblos y naciones. La paz no es nunca un bien parcial, sino que abraza a todo el género humano. Un aspecto esencial, por tanto, de la buena política es perseguir el bien común de todos, en cuanto bien de todos los hombres y de todo el hombre.

A la política se le pide tener altura de miras y no limitarse a buscar soluciones de poco calado. El buen político no debe ocupar espacios, sino debe poner en marcha procesos; está llamado a hacer prevalecer la unidad sobre el conflicto, que tiene como base la solidaridad, entendida en su sentido más hondo y desafiante. Esta se convierte así en un modo de hacer la historia, en un ámbito viviente donde los conflictos, las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad multiforme que engendra nueva vida (7-I-2019).

ACTUAR

En vez de sólo criticar al gobierno en turno, de sólo lamentar e inventar “memes” en las redes sociales, que sólo son un desahogo, cada quien analicemos qué podemos hacer por mejorar algo de nuestro país, empezando por tu propia familia, tu colonia o barrio, tu pueblo, tu parroquia. Y oremos por nuestros gobernantes, pues la oración de intercesión tiene efectos increíbles.
 

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