El fugaz e inesperado recuerdo que salvó a un conductor suicida y el sensible relato de su liberación

19 de julio de 2019

«Mirá, hasta que vos no liberes lo que tienes adentro tuyo, o sea hasta que no sueltes todo lo que te hizo mal hasta ahora y no dejes atrás esa parte cruda de tu vida, Jesús no va a poder entrar».

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Por momentos los ojos de Jony Eguigorry se humedecen y guarda silencio unos segundos; en otros surge una sonrisa rotunda, acompañada del mismo silencio breve. Luego de ello prosigue su intensa narrativa de un relato, cuyos abundantes detalles aproximan los hechos y le estremecen, como si los estuviere viviendo nuevamente …
 
Iba “como un loco” -dice Eguigorry- por la autopista 25 de mayo, una de las que cruza el Gran Buenos Aires. No era la primera vez que su impulso suicida lo llevaba a buscar el vértigo, mediante la irracional velocidad que imprimía a su vehículo por las autopistas; hasta llegar a ese punto de ausencia en que el tiempo casi no avanza y todo se hace ajeno, incluso la propia vida, que nada importa, como tampoco lo que pudiere ocurrir a otros que tuviesen la fatalidad de cruzarse en su trayecto.
 
Pero esta vez Eguigorry se fue a tope -confidencia-, con el acelerador a fondo, lanzándose hacia los coches que le precedían. Las manos aferradas con furia al volante, su vista entumecida, el alma hecha piedra, masticando solo las experiencias amargas del pasado, carente de fe en Dios porque hace tiempo prefería como ídolo al dinero, embrutecido por su obsesión de ser rico y estresado al ver acumularse las deudas; sobrepasado emocionalmente además ante los conflictos con las personas que amaba, lleno de un dolor que por negarlo se transformó en rabia y violencia, perdiendo el control de sí mismo.
 
Cuando junto a un amigo lo secuestraron para extorsionar a sus familias, robándole además el carro que deshuesaron y acabó medio muerto en un hospital, reforzó su certeza de que “todo era malo, todo era basura” en su vida. Ir a psiquiatras, psicólogos, brujos incluso, solo empeoró aquél estado de frustración que expresaba con violencia y las crisis de pánico durante las cuales le parecía perder la razón.

El sacerdote de su infancia
 

Entonces, esta vez entró a la autopista 25 de mayo decidido a estrellarse y cuando apretó el acelerador a fondo cerró los ojos. Fueron “casi 30 segundos” buscando la muerte, dice, hasta que, al abrirlos de nuevo, se encontró con esa autopista vacía. ¡Ningún otro vehículo delante suyo! Y entonces, un cartel vial que a lo lejos anunciaba la salida hacia el barrio “Villa Madero”, fue un golpe de vitalidad que encendió de esperanza su alma.
 
Al verlo recordó de inmediato que allí esta su “colegio de toda la vida” y también un hogar de ancianos fundado por un hombre, el padre Jorge Domínguez, a quien no veía desde su infancia, pero cuyo solo recuerdo le hacía sentir quietud, bondad, incluso algo de alegría en el alma. No lo dudó un segundó y tomó la salida para ir en busca del cura, seguro de que él podría ayudarle…
 
A medida que se acercaba a destino Eguigorry sonreía recordando que, a sus ocho años, aunque se portase muy mal, el padre Jorge siempre tenía tolerancia, lo trataba con afecto. “Yo lo quería y lo quiero un montón”, comenta a Portaluz.
 
Pero no encontró al cura en la Escuela, tampoco por el Hogar don Guanella de Tapiales. En ningún sitio estaba y Eguigorry se iba desesperando. Partió hacia la “Iglesia San Luis Gonzaga”, pensando hallarle allí, pero estaba cerrada “de ambos lados”. Probó abrir “una puerta y la otra”, sin lograr su cometido. ¡Ni siquiera por una rendija pudo colarse al interior! Abatido, vio a sus pies una especie de banquillo para arrodillarse y ya no batalló más. “Lo único que quedaba era arrodillarse ahí. Sin darme cuenta voy, me arrodillo y me pongo a llorar casi dos horas”.
 
Abandonarse en Dios para ser Sanado y liberado
 

No faltó alguien del barrio que al verlo tuvo la sensibilidad suficiente para darle la información precisa: “Que a las siete de la tarde habría Misa de Sanación”, celebrada por el padre Jorge en la capilla Madre de la Divina Providencia, por Tapiales. Allí fue Jonathan Sebastián Eguigorry sin dudarlo y lo que vivió desde entonces, él mismo lo relata:
 

      “Llegué y surgió el miedo, el terror, el pánico, no sabía qué estaba haciendo ahí, me quería ir. Cuando venían los servidores, cantaban, te daban una alegría, te abrazaban y vos decís: «Y esto qué onda, qué pasa acá». Luego llega el padre Jorge a la misa, todos cantando, el padre Jorge sube al altar y yo decía: «¡Yo lo conozco, yo lo conozco de chiquito!», qué impresión. De pronto entré en un descanso, empecé a estar muy mal, casi 12 servidores agarrándome porque yo estaba descontrolado, vino el padre Jorge me vio en el piso y no me podía reconocer, él no se dio cuenta, no podía creer que era yo, porque la última vez que me habrá visto fue hace 15 años atrás y yo era el rebelde. Qué hacía ahora en una Iglesia, qué pasó y fue increíble. Después de esa misa vomité sangre un montón de veces y el padre Jorge me decía increíble lo agarrado que estaba. Empecé a ir a las Misas del padre Jorge, creo que eran tres veces por semana…
 
 
Cuando esparcían el agua, signando luego con sal sobre las personas, empezaba a sentir cosas raras y comenzaban batallas, como les digo yo; eran manifestaciones cada vez más fuertes, donde me agarraban los servidores y volaban para todos los lados, los golpeaba, caían, no me podían frenar. Era un nivel de agresividad terrible, de fuerza terrible que no lo había visto nunca en mi cuerpo. Después muchas veces, lloraba y lloraba, desahogándome. Así ocurría durante mucho tiempo hasta una misa en que el padre Jorge viene, se sienta conmigo y me dice: «Mirá, hasta que vos no liberes lo que tienes adentro tuyo, o sea hasta que no sueltes todo lo que te hizo mal hasta ahora y no dejes atrás esa parte cruda de tu vida, Jesús no va a poder entrar».  Yo recuerdo que durante la semana siguiente (rememoré sus palabras)… solté todo lo que me había pasado, lo solté, lo dejé atrás y de esa manera pude tener un vacío adentro mío que llena Dios a través de miles de cosas buenas. En la siguiente misa fue una sanación hermosa, no tenía más ataques, comulgué el cuerpo y la sangre de Jesús (sin presentar manifestaciones de rechazo o violencia). Fue pasando el tiempo, hasta que comencé a participar como servidor en las Misas de Sanación junto al padre Jorge”.
 
 

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