A un amigo de verdad aférralo a tu alma

08 de diciembre de 2019

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Cuando un amigo ha demostrado estar ahí a tu lado con total lealtad, aférralo a tu vida.
 
Si el que tiene un amigo tiene un tesoro, no es cualquier cosa. Un tesoro no se desprecia. Las cosas que son valiosas para nosotros las llevamos muy bien cogidas de la mano. Cuando un compañero, un colega, un vecino nos ha demostrado una verdadera amistad no podemos, por justicia y caridad, desligarlo de nuestra vida. Un amigo sincero es un bien que hay que agradecer y saber administrar.
 
Fernando Ocariz, Prelado del Opus Dei, en su Carta Pastoral del 1 del XI de 1919 dice:
 
La amistad es una realidad humana de gran riqueza: una forma de amor recíproco entre dos personas, que se edifica sobre el mutuo conocimiento y la comunicación. Es un tipo de amor que se da “en dos direcciones y que desea todo bien para la otra persona, amor que produce unión y felicidad. Por eso la Sagrada Escritura afirma que un amigo fiel no tiene precio, es de incalculable valor (Eclo 6,15).

La caridad eleva sobrenaturalmente la capacidad humana de amar y, por tanto, también la amistad: “La amistad es uno de los sentimientos humanos más nobles y elevados que la gracia divina purifica y transfigura”. Este sentimiento puede nacer en ocasiones de modo espontáneo pero, en todo caso, necesita crecer mediante el trato y la consiguiente dedicación de tiempo. “La amistad no es una relación fugaz o pasajera, sino estable, firme, fiel, que madura con el paso del tiempo. Es una relación de afecto que nos hace sentir unidos, y al mismo tiempo es un amor generoso, que nos lleva a buscar el bien del amigo”.

Dios muchas veces se sirve de una amistad auténtica para llevar a cabo su obra salvadora. El Antiguo Testamento recoge la amistad entre David, todavía joven, y Jonatán, príncipe heredero de Israel. Este no dudó en compartir con su amigo todo lo que tenía (cfr. 1 Sam 18,4) y, en momentos difíciles, recordó a su padre, Saúl, todas las cosas buenas del joven David (cfr. 1 Sam 19,4). Jonatán también llegó a arriesgar su herencia al trono por defender a su amigo, pues le tenía tanto afecto como a sí mismo (1 Sam 20,17). Esa sincera amistad impulsaba a los dos a mantener su fidelidad a Dios (cfr. 1 Sam 20,8.42).

Particularmente elocuente es el ejemplo de los primeros cristianos. Nuestro Padre hacía notar cómo “se amaban entre sí, dulce y fuertemente, desde el Corazón de Cristo”. El amor mutuo es, desde el comienzo de la Iglesia, el signo distintivo de los discípulos de Jesucristo (cfr. Jn 13,35).

Otro ejemplo de los primeros siglos del cristianismo lo encontramos en san Basilio y san Gregorio Nacianceno. La amistad que trabaron en su juventud los mantuvo unidos a lo largo de toda su vida, y aún hoy comparten la fiesta en el calendario litúrgico general. San Gregorio cuenta que “una sola tarea y afán había para ambos, y era la virtud, así como vivir para las esperanzas futuras”. Su amistad no solo no los distraía de Dios, sino que los llevaba más a Él: “Tratábamos de dirigir nuestra vida y todas nuestras acciones, dóciles a la dirección del mandato divino, acuciándonos mutuamente en el empeño por la virtud”.
 
Engancha a tu alma, con gancho de acero, a ese amigo que ha demostrado un interés por ti. Esa amistad puede ser un camino seguro para el encuentro con Dios, uno junto a otro.

 

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