El pecado de la corrupción

11 de julio de 2013

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Se dice que está “corrupto”, un cuerpo en descomposición. Pero, generalmente, al hablar de corrupción, nos referimos a la “corrupción política o económica”, que se produce cuando los individuos que ejercen el poder (sean estos funcionario, jueces, legisladores o empresarios) lo utilizan en forma indebida, para obtener alguna ventaja personal en forma ilegítima. Y lo hacen, supuestamente, en secreto, aunque en la actualidad, cada vez les importa menos, entonces hablamos de que existe “impunidad”. Cuando la corrupción se vuelve impune, estamos frente a un doble problema y se corre el riesgo de perder no sólo el castigo legal, sino el social.
 
Entonces, el “roban, pero hacen” se va volviendo costumbre hasta transformarse en algo culturalmente aceptado que entra y se respira por todos lados.
 
Hace algunos días, en la homilía de la misa matinal que da en la Casa Santa Marta, el flamante Papa Francisco, ha dicho: “pecadores sí, corruptos no”. Una forma de poner el énfasis en la gravedad de la corrupción. De hecho, monseñor Bergoglio, ya había escrito sobre el tema, en un pequeño libro publicado por Editorial Claretiana: “Corrupción y pecado”, basado en una reflexión sobre el tema del 2005, donde, entre muchas cosas, decía: “La corrupción es la hierba mala de nuestros tiempos. Infecta la política, la economía, la sociedad. Amenaza hasta a la Iglesia". "El corrupto pone cara de no haber hecho nada, se merecería un doctorado Honoris causa en cosmética social". "No habría corrupción sin corazones corruptos".
 
Lo opuesto a la “corrupción política o económica”, sería la transparencia. Es indudable que, para que todos nos volvamos más “transparentes”, debemos comenzar por revalorizar la transparencia no sólo en los actos de gobierno, sino en la administración de la justicia y de la actividad económica. Siempre se dice que: “hecha la ley, hecha la trampa”. Como si la transgresión de la ley fuera un deporte.
 
Pues bien, desbordados como estamos por la corrupción y la impunidad, creo que ha llegado el momento de hacer una mea culpa colectivo, sobre todo, por parte de aquellos que detentan el poder y deben cumplir y hacer cumplir las leyes, para que vivamos una revolución de la transparencia, y, como dijera también Francisco en la mencionada homilía, recuperemos el sentido cristiano de la “santidad” y de aquellas “vidas ejemplares” que no sólo leíamos cuando éramos niños, sino que palpábamos en la vida de aquellos políticos y empresarios que caminaban con la frente alta por la calle, sin necesidad de custodios, ni de artilugios legales, ni de fueros que les sirvieran como escudos, ni de lobbies corporativos que los protegieran, ni de excusas inexcusables. Simplemente, gente decente, que valorizaba más el “ser” que el “tener”.

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