El continuo de la vida: espontaneidad y libertad

03 de diciembre de 2020

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Algunos refranes nos describen como seres de costumbres, o como “el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”. Por otro lado, en el día a día experimentamos que ciertas acciones u obras brotan de nuestro interior con mayor facilidad y rapidez que otras, siendo que, de esas obras, unas nos perfeccionan mientras que otras no tanto, o directamente nos empeoran (moralmente hablando). Puede ser, como ejemplo, que algunas veces se nos escape una mentira (denominada a veces mentira blanca, pretendiendo que es inocua), cosa que, si no corregimos, puede llegar a convertirse en hábito asiduo y espontáneo. Asimismo, la pretendida libertad de un alguien que contesta sin respeto o de mala manera a quienes le contradicen, apelando a que “yo soy así”. Podríamos multiplicar los ejemplos de este obrar espontáneo que dificulta el perfeccionamiento.
 
Al respecto, me parece muy luminosa esta reflexión de Santo Tomas de Aquino sobre la importancia de orientar y ordenar nuestra “espontaneidad”, o disposición interior, sobre todo cuando brota de hábitos desordenados:
 
Cuando la mente se ha inclinado a una cosa, no se encuentra indiferente respecto a ambos contrarios, sino que está más cerca de aquel hacia el cual se ha inclinado; y la mente elige aquello a lo que está más propensa, si una investigación racional no la desvía de ello con cierta cautela; por lo cual en las cosas espontáneas se manifiesta principalmente nuestra disposición interior. Y no es posible que la mente humana esté en continua vigilancia para discutir con la razón lo que debe querer u obrar. Se sigue, pues, que la mente elige a veces aquello a que está inclinada, permaneciendo la inclinación” (Suma contra gentiles, libro III, capítulo 160).
 
Esta descripción tan realista del obrar humano es una llamada de atención a la necesidad que tenemos de educar nuestras tendencias e inclinaciones hacia el bien, de tal manera que nos habituemos a obrar bien y así, la tendencia e inclinación que seguiremos en nuestro obrar, pueda ser la correcta. La espontaneidad no es buena por sí misma, pues va a seguir a la inclinación interior que sienta cada uno (que puede o no ser buena). Mientras que, si nos habituamos al bien, ese mismo hábito bueno inclinará la espontaneidad al mismo fin. De hecho, creo que la invitación del tiempo de Adviento que recién inicia es también a estar vigilantes, en espera activa y confiada de la llegada del Salvador; con corazones despegados de la mundanidad y abiertos a Dios con disposiciones interiores reales y concretas de conversión.
 
El texto del Aquinate pone de manifiesto entonces, que la libertad no es sinónimo de espontaneidad, como a veces se cree. No. La libertad verdadera, aquella que se pone al servicio de la plenitud y la verdadera felicidad, es la que opta y decide por el bien. Por eso, en la medida en que adquirimos hábitos buenos o virtudes, vamos perfeccionando nuestra libertad y también orientando hacia el bien el motor que inspira los actos espontáneos. Insultar o pegar a alguien que me cae mal, puede ser fruto de la espontaneidad, pero no es lo más adecuado, por el respeto que se debe a cada persona en función de su dignidad. Y cuando un niño pequeño lo hace, porque se deja llevar del placer que le produce, que, en ese caso, es dar rienda suelta a su disgusto, se le corrige. Pero si eso mismo lo hace una persona madura, se pone de manifiesto su falta de autodominio o de templanza, aunque nadie se atreva a corregirla. Se podrían poner muchos más ejemplos de esto.
 
De ahí que practicar la evaluación personal de la propia vida (diaria, semanal, mensual, etc) es un buen medio para percatarnos de lo que debemos ordenar o corregir en nuestro actuar, según la dinámica descrita por Santo Tomás con realismo. Y, como paso siguiente, proponerse los remedios más adecuados para corregirlo, y volver a revisarlo en un tiempo más. Usando un lenguaje de moda, vendría a ser algo así como una especie de aseguramiento de la calidad interior, en que después de proyectar, se evalúa y se retroalimenta para la mejora continua (aquí moral). Y, en lenguaje más clásico alude al examen personal de conciencia que tanto ayuda a conocerse confrontándose con el plan de Dios y a concretar en propósitos concretos de mejora de vida.
 
En efecto, y concluyendo, para mejorar hay que evaluar y proponerse acciones concretas, pero no sólo en el mundo laboral, sino también en la “tarea” que todos tenemos de hacer fructificar nuestros talentos y cualidades personales para conseguir una libertad madura al servicio del bien personal, común y la felicidad.

 

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