Diez campanas que han hecho de mi vida una sinfonía (final)

11 de julio de 2013

Compartir en:

(Pulse aquí para leer la primera parte de este texto en mi columna anterior)

La tercera campana se llama Otoney. Es impresionante la pasión que tiene por su trabajo como abogado, por su familia, por los amigos con los que siempre busca la verdad de toda situación en que se encuentra. Una vez nos dijo: «El mejor amigo es aquel que el Señor tepone al lado, no el que tú imaginas».
La cuarta es Jean. Tiene 17 años y ha cambiado tras participar en las vacaciones de los estudiantes del movimiento. Durante un almuerzo nos contaba lo que había significado para él una excursión en la que se perdieron, por lo que tuvieron que andar más del doble de lo previsto. Le había servido para aprender que en la vida no podemos dar nada por descontado. Por la noche, el mismo día de la excursión, al recibir la Eucaristía, se preguntaba: «¿Pero quién soy yo para merecerme el encuentro con Jesús?». En nuestro barrio, los jóvenes son muchas veces víctimas de la violencia, pero Jean es el ejemplo de que las campanas de Cristo suenan realmente fuerte también allí donde se oye el eco de los proyectiles.

Denise y Carla son para mí la quinta campana. Son hermanas. Carla es ciega desde los nueve años. Ahora se están preparando para la confirmación y es un verdadero espectáculo ver el afecto que se tienen la una por la otra. Lo pude ver desde el primer encuentro de la catequesis, donde metí la pata gravemente, pues les puse un documental. Durante la proyección, oía una vocecilla en la oscuridad, y cuando quise averiguar quién era, vi a Denise que le explicaba a Carla las escenas del video para que pudiera participar en el encuentro como si lo estuviera viendo. Era precioso oírla reír en las escenas cómicas. Verdaderamente, el amor hace ver incluso en la oscuridad.

La sexta campana también tiene que ver con los jóvenes. Todos los jueves, de cuatro a cinco, Olivia, una profesora, ayuda gratuitamente a algunos jóvenes con el estudio. Desde este año, también nos vemos un domingo al mes para comer con algunos de ellos y compartir lo que más les preocupa en la vida. Durante uno de esos momentos, Geisa nos contó cómo nuestra amistad le ayuda a tomar en serio sus exigencias más profundas, que de otro modo preferiría ignorar. Está tan atenta que una vez, cuando pronuncié la palabra “banal”, me corrigió, y me dijo que en la vida nada es banal.
 
La hermana de Olivia y su marido Nelson son mi séptima campana. Tras nueve años de convivencia, decidieron casarse. Celebré su matrimonio el 14 de julio, y por el modo en que participaron en la celebración era evidente que aquel acontecimiento formaba parte de un camino de conversión comenzado meses atrás.

En mi elenco de campanas, no puedo olvidar al señor João, de 92 años. Los primeros viernes de mes me espera para llevarle la comunión y siempre me recibe con una gran fiesta. Dice que es la visita más importante porque recibe la confesión y la Eucaristía.
También está Antonia, junto a todas las señoras de la parroquia. Ella es la responsable de una capilla y durante un encuentro contó cómo estaba afrontando algunas dificultades que habían surgido durante la fiesta de la comunidad y cómo se las había ofrecido a Jesús.

Para terminar, la última campana es mi corazón, mi nostalgia de Jesús. En estos últimos meses, percibo esta nostalgia, esta sed de Él, que se expresa por ejemplo al despertarme: inmediatamente, antes de hacer nada, me dirijo a Cristo con el Angelus, con la adoración eucarística, para empezar el día buscando Su presencia, sintiendo su dulce abrazo, que se manifiesta al darme un nuevo día. Al empezar así, puedo reconocer fácilmente todas las demás campanas que forman la gran sinfonía de la vida. Muchas veces sucede bajo un bello arco iris, que en la Biblia representa la alianza de Dios con el pueblo de Israel.
Os pido que recéis para que tenga el coraje de no seguir mis proyectos sino el sonido de las campanas que el Señor pone en mi vida, para formar parte de su sinfonía.

Compartir en: