Imagen es solo ilustrativa. No corresponde al protagonista.

La batalla por el bienestar espiritual de un joven de 19 años, católico y gay

07 de junio de 2021

"Tengo derecho a sentirme bien, a buscar terapia, apoyo, recursos y más acceso a la Presencia de Jesús si quiero", dice Steve en un emotivo relato biográfico.

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Steve vive en Australia, tiene 19 años y decidió relatar de forma breve su historia en el portal australiano Catholic Weekly, describiendo detalles de la batalla que está dando por recuperar su bienestar espiritual y emocional.

Fue en la pubertad cuando por primera vez comenzó a sentir deseo sexual por los hombres. Pero a la vez no estaba a gusto con lo que sentía. A los 11 años descubrió la pornografía en Internet y se sintió “inmediatamente atraído por ella, siempre anhelando ver más imágenes de hombres”, escribe. Esta incipiente adicción por el porno -recuerda- lo fue alejando del mundo real, dificultando su maduración y el poder consolidar una identidad masculina.
 
Huyendo de la realidad
 
En el primer ciclo de la escuela primaria sufrió el acoso de sus compañeros que de forma ofensiva le llamaban gay y lo degradaban en público. Steve se fue aislando sin poder generar redes entre sus pares. Sintiéndose diferente a los otros varones, marginado, se refugiaba en su mundo interior.

En casa, la persona a quien recurría era su madre, aunque compartía muy poco con ella de su cruz, por la vergüenza que esto le producía. Luego, la relación con su padre era distante. “Notaba que mi padre no estaba disponible emocionalmente, por lo que nunca me acerqué a él como el hombre mayor significativo y modelo a seguir en mi vida”.
 
Con el tiempo Steve había construido un muro de protección contra otros hombres y adoptado “una perspectiva femenina para ayudarme a afrontar los retos que se presentaban. Ahora veo que esto fue perjudicial para mi desarrollo masculino”.
 
Recuerda que, a los 14 años, por un breve periodo de tiempo, sintió atracción por una chica del instituto e intentó que ella se interesara en él, pero la joven lo rechazó. “Esto me hirió profundamente. La limitada masculinidad que sentía en ese momento se vio de repente aplastada, haciéndome dudar de si alguna vez sería lo suficientemente bueno para salir con chicas”.
 
Sometido con fármacos
 
A los 16 años, la salud mental de Steve empezó a deteriorarse. Derrumbado, le contó a su madre que le gustaban los hombres y ella lo llevó al médico. El doctor le recetó antidepresivos, que lejos de ayudarlo -recuerda Steve- provocaron el efecto contrario.
 
A los 17 años, lo llevaron a un psiquiatra que le recetó otros fármacos. Pero Steve seguía llevando en solitario el peso de lo que vivía y solo se juntaba con el profesional para ajustar las dosis de medicamentos. “Llegué a estar muy medicado. Nadie se tomaba la molestia de considerar cuestiones más profundas relacionadas con mi pasado”, protesta Steve.
 
Comunidad cristiana de apoyo
 
Entonces conoció a un grupo de apoyo al que asistió durante algunas sesiones. “Eran personas que habían mantenido relaciones de larga duración en el estilo de vida LGBT. Compartían sus arrepentimientos y cómo les habían quitado años de sus vidas, pero cómo Jesús les traía ahora esperanza”.

Pero Steve no permaneció con ellos. Las pasiones interiores eran más fuertes puesto que “seguía consumido por la pornografía”. Comenzó además a participar en la comunidad gay y a vincularse con otros chicos gay usando los servicios de chat en línea. Pero seguía sintiéndose solo, sin rumbo, vacío.
 
“A los 18 años, volví al grupo de apoyo. Esta vez, me sentí lo suficientemente seguro como para abrirme de verdad y hablar de todo lo relacionado con mi atracción por el mismo sexo. Por fin me sentí escuchado. Nada quedaba excluido de nuestras conversaciones. Me aceptaron. Pertenecía al grupo. Tenía personas que me honraban como persona, que no me veían como un trozo de carne para ser devorado. Nuestra atención se centraba en Jesús, no en los demás”.
 
El poder de la adoración, el rosario y la confesión
 
Hoy que tiene 19 años algunos de sus antiguos amigos gay le cuestionan su participación en esta comunidad de fe, afirmando con ligereza que de seguro ha interiorizado la homofobia. Steve se defiende y les responde que quizá están proyectando en él su intolerancia.
 
“No tengo ningún problema en aceptar y afrontar mis sentimientos eróticos hacia el mismo sexo. Incluso con esta plena aceptación, sé en el fondo que no es la forma en que fui creado para ser”, señala Steve y cita como rúbrica de esa certeza la conocida afirmación “nadie nace gay”.
 
“Estoy desarrollando relaciones profundas y significativas de corazón a corazón con personas del mismo y otro sexo que anhelaba cuando era niño y adolescente. Estoy empezando a abordar y superar el dolor y la pena que he arrastrado toda mi vida.  Los comienzos son lentos pero reales, y empiezan a aparecer buenos frutos”.
  
Steve se ha reencontrado además con la fe. Y practicarla está siendo un factor protector que lo sana. “Las visitas regulares al Santísimo Sacramento, la meditación de la Pasión de Jesús, especialmente a través del Rosario, y la confesión frecuente me aportan un profundo consuelo”, señala.
 
El derecho a la terapia amenazado
 
Pero el proceso para él y otras personas que comparten este camino se ha vuelto cuesta arriba en el último tiempo, dice Steve. Se sienten amenazados y atemorizados “por las leyes que nos impiden acceder a un apoyo sano que nos ayude a superar el dolor y la desesperación que hemos sentido durante años”, denuncia. Algunos -añade- cuyas vidas están mejorando, tienen que volver a luchar contra la depresión debido a las amenazas que los políticos lanzan contra sus vidas personales al criminalizar la terapia y la oración.
 
“Tengo derecho a sentirme bien, a buscar terapia, apoyo, recursos y más acceso a la Presencia de Jesús si quiero. Todo esto, que a menudo se me proporciona a través de la Iglesia católica, me ayuda en mi apasionante viaje hacia la hombría”, finaliza.
 

Fuente: Catholic Weekly

 

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