Pueblo rebelde

30 de julio de 2021

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A lo largo de la Escritura hay varias lecturas que nos hablan de la rebeldía del pueblo contra Dios. Dios quiere desde el primer momento entrar en amistad con el hombre. Pero el pecado de los hombres arrastra la humanidad hacia la catástrofe. Por ello Dios llama en la persona de Abrahán a un pueblo, el pueblo escogido, el pueblo de Israel, para salvar al resto de la humanidad. La elección fue hecha con vistas a la Alianza, realizada en el monte Sinaí. Dios recuerda sus beneficios al pueblo, en especial la liberación de Egipto, pero desea que Israel le reconozca libremente como su Señor, siendo el acto moral básico de Israel su aceptación o rechazo de Yahvé, y la ley fundamental la de escuchar, amar, temer y servir a Yahvé. Dios quiere que Israel sea su servidor, pero no un esclavo: «los até con ataduras humanas, con ataduras de amor» (Os 11,4).

La Alianza es por tanto un lazo de amor entre Yahvé y el pueblo, pero un lazo que rompe el pecado. El mal es lo que desagrada a Yahvé y se opone al bien, provocando su cólera, ante la infidelidad del socio humano. El libro de los Jueces nos da el ritmo de la Historia de la Alianza en cuatro tiempos: apostasía del pueblo, cólera de Yahvé, arrepentimiento de Israel y liberación. Esta actitud de rebelión es una constante de todas las épocas y así encontramos en el profeta Ezequiel: «Hijo de Adán, yo te envío a los israelitas, a un pueblo rebelde que se ha rebelado contra mí» (Ez 2,3).

En el Nuevo Testamento encontramos situaciones parecidas. Y así leemos en el Prólogo del Evangelio de San Juan: «Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron» (Jn 1,11), rechazo que encontramos también en su visita a sus compaisanos de Nazaret ((Mt 13,53-58; Mc 6,1-6; Lc 4,16-30), y en sus polémicas con escribas y fariseos. Jesús en la Última Cena dice a sus discípulos: «Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros» (Jn 15,18), odio que llega al culmen en su Pasión y Muerte. Pero fijémonos que el Nuevo Testamento se da un cambio sustancial: a quienes aceptan a Jesucristo, ya no son siervos de Dios, sino sus hijos: «A cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre»(Jn 1,12) y en la Última Cena califica como amigos a sus discípulos: «Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos» (Jn 15,14-15).

Por tanto, para nosotros los cristianos la Sagrada Escritura es no sólo la fuente de la revelación, la base de la fe, sino también el punto de referencia imprescindible de la Moral. En ella lo primero y fundamental es la iniciativa de Dios, a la que debe responder la respuesta positiva del hombre.

Dos son los textos clave de la Moral escriturística. En el Antiguo Testamento el Decálogo (Ex 20,1-17 y Dt 5,6-21), contiene unos preceptos de validez universal que en su mayor parte son formulados negativamente, a modo de barandillas de un puente, y que nos indican por donde no debemos ir, y en el Nuevo Testamente, con el anuncio de la próxima venida del Reino de Dios (Mc 1,14-15; Mt 4,17), venida que empieza ya a realizarse con la predicación de Cristo (Mt 12,28; Lc 11,20; 17,20-21) Ello supone implicaciones morales en las que se nos enseña como mandamiento fundamental el amor a Dios, al prójimo y a nosotros mismos (Mt 22,34-40; Mc 12,28-34; Lc 10,25-28), y que encuentra en las Bienaventuranzas su expresión fundamental (Mt 5,3-12). En ellas encontramos una serie de actitudes o virtudes y actuaciones, como son las obras de misericordia, conectadas con una promesa de bendición y felicidad futura, pero siempre queda en nuestra mano, pues Dilos nos quiere libres y respeta nuestra libertad, la posibilidad del rechazo a Dios, como sucede con algunos comportamientos perniciosos que excluyen del Reino de Dios (cf. Rom 1,18-32; 1 Cor 5,11; 6,9-10; Gál 5,14).

Actualmente podemos hacernos la pregunta si somos un pueblo dócil o rebelde ante Dios. Es indudable que hay muchos que aman y sirven a Dios y al prójimo. Pero en las ideologías dominantes hay un rechazo rotundo hacia Dios y estas ideologías están llevando a mucha gente a no aceptar a Dios en su vida.

 

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