Al celebrar los sacramentos el sacerdote goza la misericordia

13 de marzo de 2014

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Cuando el surco recibe el agua que regará las plantas puestas en él, recibe sin duda un beneficio. El agua también lo penetra y llega profundo…
 
Así me siento yo como sacerdote cada vez que celebro los sacramentos, como ese surco que se beneficia siendo surco. Especialmente con los sacramentos de la Eucaristía y el de la Reconciliación. 
 
Sentir el inmenso amor del Señor en cada confesión que inunda plenamente al penitente cuando recibe la absolución, es maravilloso; por esa misma razón acudo yo también a confesarme y a pedir perdón por mis faltas ante un Dios infinitamente misericordioso que no escatima amor ante quien se arrepiente. Como dice la carta a los Gálatas en el capitulo cinco… ahí experimento los frutos del Espíritu Santo: un profundo gozo, una gran paz y una enorme alegría. En lo personal superé con la gracia de Dios esa etapa en donde acudía a confesarme por miedo y culpa. El mismo Señor  me ha mostrado su amor y eso es lo que me entusiasma a celebrar la Confesión de mis pecados, sentir en el momento en que mi confesor me absuelve que es verdaderamente Cristo quien me perdona.
 
He confesado a miles de personas en estos casi 20 años de sacerdocio; personas de toda índole social: pobres y ricos, presos y libres, adultos y viejos, jóvenes y niños. Siento una profunda  veneración por este sacramento. He crecido humanamente y he podido ver a través suyo  el corazón humano llagado por el pecado y el dolor que producen nuestros pecados cuando destruyen la vida de los otros.
 
Nuestras faltas tienen inevitablemente consecuencias en los otros y en toda la sociedad. Por ejemplo: el adulterio hiere el alma de las víctimas y deja huellas por toda la vida en algunos casos dañando la imagen paterna o materna de los afectados, o bien las relaciones a futuro con otros.
 
El abuso y el maltrato provocan en las personas tanta inseguridad y miedo que es como estar a la puerta misma del infierno para quien lo vive o lo ha vivido.
 
La traición mata en muchos hombres y mujeres la confianza. El volver a creer está dañando por la duda. Solo el perdón puede sanar de tanto dolor. Por lo tanto la confesión es un sacramento sanador y liberador. Las celdas de una cárcel y la privación de libertad no se comparan al infierno que significa vivir ocultando el pecado, creo que eso se compara a la experiencia de Adán y Eva una vez que cometieron el pecado de desobediencia, sintieron que estaban desnudos; Caín después de cometer  el crimen contra su hermano se sintió perseguido y observado. Ahí es donde aparece el enemigo, el mismo que indujo y sedujo, pero ahora acusándonos en lo profundo de nuestra conciencia, haciéndonos creer que Dios jamás perdonará nuestro pecado, porque es demasiado grande y no hay misericordia suficiente para ello… una nueva tentación del demonio para hacernos vivir anticipadamente en el infierno… y ese creer que la misericordia de Dios no alcanza para mí, se llama soberbia.  La primera carta de San Juan lo enseña con claridad: “Quien ama ha Conocido a Dios” y  en “el temor no hay amor porque este mira el castigo”.
 
Recuerdo el testimonio de un sacerdote al que un feligrés muy piadoso le confesó que durante la Eucaristía él había tenido una experiencia que no podía comprender. Veía en el momento de la consagración al sacerdote por sobre el altar, pero no era el sacerdote sino que era Cristo. Él estaba muy impresionado no conocía lo de “in persona Cristi”. Obviamente el sacerdote quedó muy impactado con lo que le reveló el feligrés, reconociendo allí que “es Cristo quien vive en él” y que a pesar de sus limitaciones y pecados Cristo sigue actuando y revelándose a los pequeños y los humildes.
 
La gloriosa presencia de Cristo en la Adoración al Santísimo sacramento es maravillosa. Es el Señor haciendo su obra y bendiciendo a su pueblo a quien tanto ama. La alabanza y la adoración conmueven a Dios, quien se manifiesta con su amor provocando gozo, sanación y liberación…
 
Hace un tiempo atrás yo contaba que en una liberación pudimos ser testigos de cómo el demonio reconoce a Cristo en la Eucaristía y el temblor que invade a Satanás cuando ve la Hostia consagrada, el Cuerpo de Cristo… Desde ese momento mi Adoración y mi amor por la Eucaristía ha ido en progreso. El poder sanador y liberador que tiene la misa es impresionante. Hay personas que han caído en descanso recibiendo la comunión y he visto volar por los aires a un poseso al recibir la comunión y luego ponerse de pie sin ningún hematoma. Si celebráramos con más piedad y devoción, si verdaderamente acudiéramos a estos sacramentos confiados en el amor que Dios nos tiene, Él nos sanaría y nos liberaría porque nos ama. Cuando lo aceptamos en nuestro corazón El Padre y Cristo vienen a hacer morada en nosotros y su amor nos cubre.
 
A través de la confesión he podido crecer en humanidad, amando a Dios mismo y a los demás. He podido reconocer mis pecados y mis debilidades y eso me ha ayudado a estar atento, porque como dice san Pedro “el diablo anda como león rugiente buscando a quien devorar” y tiende a confundirnos, a hacernos justificar nuestros pecados, a creer que no es necesario confesarse o a decir solo aquello que me acomoda o simplemente a no aceptar la mediación de la Iglesia. Cuando se escucha decir a algunos: “Yo me confieso directamente con Dios” o bien” no tengo por qué contarle mis cosas a un hombre igual que yo”. Frente a eso le decía a una mujer que buscaba sanación pero que no quería confesarse… que yo nunca había conocido a un delincuente que se sentara en el estrado del juez y él mismo se juzgara y luego se fuera a la cárcel por voluntad propia. Siempre será necesario el juicio en ese caso, pero la diferencia entre ese juicio y el de la confesión es que este último es un juicio de misericordia donde el amor es Verbo, pues la misericordia triunfa sobre el juicio dice Santiago (2,13). 
 
Le doy infinitas gracias al Señor por este maravilloso ministerio del que cada día me enamoro más. Los sacerdotes hemos sido privilegiados con este sacramento. El Señor nos ha confiado la intimidad del corazón humano donde solo Él puede intervenir y sanar. Pero un ministro debe ser el primero en haber experimentado la misericordia de Dios por sus propios pecados, sentirse profundamente amado por Dios para poder así superar el legalismo y   amar a quién se confiesa porque en esa persona hay un movimiento de Espíritu, es Dios mismo quien se ha hecho presente en su vida y quien le llama a conocer su amor. Si el sacerdote no ha comprendido ese amor y no ha sido sujeto del perdón difícilmente podría comprender el misterio del amor de Dios. No hemos sido ordenados para condenar, porque Cristo no vino para condenar sino para salvar lo que estaba perdido y yo estaba perdido y Cristo me salvó y me levantó y me mostró su amor, el cual me sostiene, me llena de gozo, paz y alegría… ¡Bendiciones!

                                              

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