San Juan Pablo II: el valor del sufrimiento

24 de abril de 2014

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La Iglesia no es una máquina de hacer santos, sino que santifica a personas que han llevado una vida de coherencia con Cristo y exhibiendo virtudes heroicas por encima de las debilidades propias de todo ser humano. El próximo 27 de abril, junto a Juan XXIII, será santificado en Roma, Karol Wojtyla, el Papa polaco que adoptó por nombre Juan Pablo II y estuvo casi 27 años al frente de la Iglesia católica. Si bien el proceso cumplió con todas las formalidades del caso (incluyendo los dos milagros exigidos), ya desde su muerte el 2 de abril de 2005, el pueblo de Dios pedía que fuera canonizado, cuando en la plaza de San Pedro, una multitud gritó: ¡Santo súbito! (¡Santo ya!). Me pasó lo mismo siguiendo el funeral por la televisión. Los motivos: el fuerte contraste entre grandeza y sencillez que representa un hombre que logra darle sentido al sufrimiento.
Algunos datos sobre la niñez y juventud de Karol Jósef (a quien sus padres llamaban Lolek), pueden servir de punto de partida para tal afirmación. Nació en Wadowice (cerca de Cracovia) el 18 de mayo de 1920. Hijo de Karol y Emilia, quien pese a los consejos médicos por abortarlo decidió darlo a luz (ver artículo publicado en Portaluz).

Esto es poco conocido en su biografía, pero lo signaría para el resto de la vida. A los 9 años moriría Emilia, quien siempre había estado débil y enferma. Luego, cuando Karol tenía 12 años, falleció repentinamente su único hermano, Edmundo, quien le había trasmitido la afición por el deporte (futbol, trepadas a los montes y canotaje en los ríos). Edmundo era médico y murió entregando su vida en servicio por el prójimo, contagiado de escarlatina en un hospital.

En 1938, al terminar el colegio, donde Karol sobresalió en teatro, recitación y poesía, se trasladaron con su padre a Cracovia. Allí, en la universidad Jagellónica, comenzó a estudiar literatura polaca y filología, pero sus estudios se vieron pronto interrumpidos cuando los alemanes invadieron Polonia (septiembre de 1939) y cerraron la facultad. Karol comenzó a trabajar en una cantera de la fábrica Solvay para evitar ser deportado.
 
En febrero de 1941 muere su padre y Karol queda solo, aunque cuenta con el apoyo del grupo de teatro de la facultad y del místico Jan
Tyranowski, quien lo introdujo en la espiritualidad de San Juan de la Cruz y en “el rosario vivo”. Robustecida su búsqueda espiritual, decide dejar de lado una prometedora carrera como escritor y actor de teatro, ingresando en 1942 al seminario clandestino de Cracovia dirigido por el arzobispo, Adam Sapieha. En 1945 los rusos liberan Polonia, pero instalan el comunismo en la patria de Karol.
En 1946 es ordenado sacerdote y viaja a Roma para completar sus estudios. Antes del regreso a su patria, visita San Giovanni Rotondo, donde conoce al futuro santo, Pío de Pietralcina, quien le anuncia que un día llegará a ser Papa.

En Polonia comenzará su vertiginosa carrera eclesiástica, primero como vicario, luego como párroco, hasta ser nombrado obispo auxiliar de Cracovia en 1958, con tan sólo 38 años de edad. Participa en el Concilio Vaticano II, aportando sus ideas en dos de las Constituciones principales (Lumen Gentium y Gaudium et spes). En 1964 es nombrado obispo de Cracovia y en 1967, el Papa Pablo VI, lo consagra cardenal, a los 47 años. En todo este tiempo lucha pacíficamente contra el sistema comunista polaco, apostando siempre por la dignidad de la persona humana y su libertad.

Finalmente, el 15 de octubre de 1978 es elegido Sumo Pontífice en reemplazo de Juan Pablo I. Un polaco luego de casi 500 años en los que todos los papas habían sido italianos. Esto marca un gran cambio en la Iglesia católica. Karol, para su ordenación, rechaza utilizar la silla gestatoria (con la que trasladaban a los Pontífices) y la tiara (corona) papal, dando inmediatos signos de la humildad que traía desde la cuna. Juan Pablo II, inició su papado consagrándose a la Virgen, con aquél lema del Totus Tuus (“Todo tuyo”) y diciendo: “¡No tengan miedo!, ¡abran de par en par las puertas a Cristo!”. Se convirtió inmediatamente en el “Papa peregrino”, por sus viajes alrededor del mundo, y en firme defensor del movimiento “Solidaridad” encabezado por Lech Walesa en Polonia, algo que no era bien visto por las autoridades soviéticas y que desembocaría en la caída del sistema.
 
El 13 de mayo de 1981, día de las apariciones de la Virgen en Fátima, el turco Mehmed Alí Agca le disparó a quemarropa en la plaza de San Pedro. El hecho reavivó los padecimientos de su niñez y juventud y volvió a marcarlo a fuego, ya que las heridas de aquél fallido atentado tendrían consecuencias físicas durante el resto de su vida. Aunque nunca se clarificó del todo el hecho, la pista búlgara y la intervención soviética, fueron cuasi demostradas en investigaciones posteriores. Juan Pablo II, se nutrió de aquel dolor para salir con más fuerza al mundo y dar ejemplo. Por un lado, yendo a la cárcel a manifestar su perdón al autor del atentado. Por el otro, al demostrar públicamente que seguiría con su firme apoyo al movimiento “Solidaridad” en Polonia. Por último, peregrinando a Fátima, para agradecer lo que para Karol había sido la providencial intervención de María en el desvío de la bala asesina que pasó a centímetros de su aorta. Años después, el Vaticano daría a conocer el llamado “tercer secreto de Fátima”, que vinculaba el atentado al Papa y el “Rusia se convertirá”. En 1989, cayó el muro de Berlín y se derrumbó el comunismo soviético, dando fin a la llamada “guerra fría” comenzando un cambio de paradigmas mundial. El papel de Juan Pablo II, en estos cambios fundamentales, no se puede ignorar.
Luego vendrá, quizá, la etapa más difícil de su vida. La vejez cargada de enfermedades y de críticas a su gestión en el gobierno de la Iglesia. Sin embargo, su fidelidad a Cristo era superlativa en ese no querer “bajarse de la cruz” pese al dolor y el sufrimiento físico que le ocasionaba el Parkinson, y no renunció a su cargo, como muchos le pedían (hecho no  común en la historia de la Iglesia y que recién Benedicto XVI puso en clave de ofrenda). Verlo en su última aparición pública, en la plaza de San Pedro, asomado al balcón de la Biblioteca papal, sentado en la silla de ruedas, tomándose la cabeza porque no podía hablar, fue la síntesis de una vida de lucha y dolor, entregada por amor a Dios.
La figura de Juan Pablo II, “el Grande”, quien escribió durante su papado 14 encíclicas y realizó más de cien viajes por todo el mundo será recordada especialmente por la gente de mi generación; unos le pondrán valor en esto y otros en aquello. Yo, me quedo con el sentido que le dio al sufrimiento del ser humano en clave de imitación de Cristo y de salvación, del que habló magistralmente en su tan recordada Carta Apostólica, Salvifici Doloris (“El dolor salvífico”).


El último libro publicado por el autor de esta columna es: “Francisco. Un signo de esperanza” (Lumen)...

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