La Novia más bella y el rosario de Papa Francisco

15 de mayo de 2014

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La noche hacía agua. Una llovizna gris llegó para quedarse días. Una noche de poetas, pero no la más adecuada para una fiesta de casamiento. Contra todo pronóstico llegué temprano. Hasta me regalé unos momentos conmigo misma después de tantos días de estar todo el tiempo con los demás. A los minutos me fue imposible no pensar en ella, en la novia que estaba por llegar y el recorrido de su vida…
 
Cuando la conocí le estaba escapando a la vida. Se quería arrancar el dolor de adentro, de las entrañas y por momentos veía a la muerte como única salida. La muerte es una puerta pero para cuando estamos listos, ni un día más ni un día menos.
 
Suelo no rendirme ante el espanto, pero por momentos pensé que la perdíamos, que no había manera de retenerla con vida. Le habían hecho de todo, lo pensable y lo imaginable. La habían paseado por los prostíbulos de España, vendiéndola por monedas, cuando la adicción le había perforado la conciencia y la cordura. Recuerdo que lo primero que me dijo fue. "No tengo a nadie, mi mamá no me quiere y mi papá menos, que voy a hacer?" No la habían querido antes. Ahora que el dolor había anidado en sus entrañas para quedarse, menos.
 
Cuando todo parecía negro y sin retorno, una noche apareció un hombre lagrimeando que se sentó en el comedor de casa. Y dijo "yo fui un cliente, estoy tan mal, que puedo hacer para reparar el daño". En otro momento le hubiera dicho cientos de cosas, entre ellas que gracias a tipos como él, engañaban a jovencitas para matarlas en vida. Pero me callé porque era una de esas noches donde no sabía dónde ir...
 
Le cebé unos mates intomables y le dije: «Ayúdela, ella necesita un trabajo, ayúdela dándole trabajo en su negocio, bánquese la condena social y dele una oportunidad por favor». Se fue de ahí y a los días ella me habló feliz para decirme que le habían ofrecido un trabajo. Al tiempo me reveló de donde lo conocía al empleador.
 
Empezó a caminar un día a la vez, a veces días de sol, a veces días de tormenta. Cada vez que no se quería levantar yo le decía lo más tonto que se puede decir: "Los días negros sirven para valorar los de sol". Quizás poco sabio el concejo.
 
La fue remando despacio. Con el tiempo fui notando que el hombre no sólo le había dado trabajo sino que le había brindado una familia. La contención y el amor que no tenía.
 
Su madre y su padre nunca la habían querido. Una amiga siempre dice "las madres matamos o salvamos a los hijos" y cada vez pienso que está más en lo cierto.
Con el tiempo conoció a un pibe, que la amó como venía, con un presente a construir y un pasado transformado en una mochila media de plomo, media de piedras. El pibe entendió.

 

 
Me sequé un par de lágrimas. Ella estaba entrando, de la mano del hombre que la ayudó y de alguna manera al hacerlo cambió la vida de ambos, la de él también.
Hice un esfuerzo para no deshacerme en el banco. Sentí que para mí era "la novia más bella", vestida de blanco, temblando como una hoja y rogándole a Dios que no la dejara ni un instante. En medio de tantas emociones encontradas recordé la vez que me dijo "no me pidas que rece a ese Dios tuyo que se olvidó de mi".
 
Tiempo. Tiempo, coherencia en lo que uno dice, en lo que hace y amor. Dios hace el resto. Pero a Dios hay que ponerle onda.
 
Cuando me acerqué a abrazarla fue imposible no llorar. El abrazo duró una eternidad. Le puse en la mano del ramo un rosario del Papa Francisco... y cuando me estaba corriendo de la escena sentí que un hombre me abrazaba casi tan fuerte como ella. Era el Padrino de bodas, "el cliente arrepentido que se transformó en su familia".
 
Pueden brotar margaritas en las piedras, sólo hay que creer.
 
En la cena me ubicaron al lado del Padrino. Y durante toda la noche los tres cruzamos miradas cómplices y sonrisas de felicidad. Él como si fuera su familiar más cercano estaba en todo, ayudándola en lo que necesitara.
 
Me volví a casa como pude. Con las rodillas sonando como una coctelera. "Peor que matarte sería incapacitarte Mami" me dijo hace unas semanas Gino -mi hijito mayor-… Cuando llegué a casa -todos durmiendo- me senté tranquila en el patio, bajo un techito de cañas y me dispuse a tomar unos mates. Y anoté en un papel arrugado y húmedo:

"En días como hoy siento que le podemos ganar a la mafia, sólo faltan más voluntades, sólo eso".
 
 

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