¿Tienen derecho a adoptar los homosexuales?

27 de junio de 2014

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Como he sostenido ya en otros medios, en nuestros días es ésta una pregunta difícil de responder. No lo era en la época de Immanuel Kant, quien afirma en la Metafísica de las costumbres que la unión homosexual es contraria a la naturaleza.
 
Lo que ha ocurrido desde entonces es la consolidación de un conjunto de lo que Eric Voegelin llamó pseudo-ciencias que pugnan por abolir la moral e imponer una suerte de ortodoxia. Parte de los fundamentos de estas pseudo-ciencias se halla en un dualismo (a menudo no ontológico), que considera que el “yo” tiene derecho a disponer arbitrariamente del cuerpo humano (y que, por tanto, niega que de la naturaleza corpórea humana puedan emanar cánones morales); y un progresismo, que quiere alcanzar el bien sin controlar los impulsos. Y parte de las aplicaciones de las pseudo-ciencias consiste en elaborar estadísticas que puedan establecer los “efectos” de ciertas conductas, para extraer de ellos los sucedáneos de los cánones morales y políticos. Es difícil imaginar un caso más claro de lo que G. E. Moore llamó la “falacia naturalista”.
 
En el año 2012, Mark Regnerus publicó un estudio estadístico serio sobre los efectos de la conducta sexual de los padres sobre los hijos. Regnerus admitía que “este estudio no puede responder a las preguntas políticas acerca de las relaciones homosexuales y su legitimidad legal” (Social Science Research 41 [2012] 752–770). Pero Regnerus también revelaba los vicios técnicos de los estudios previos semejantes, realizados por otros: (a) las muestras no han sido representativas ni siquiera de la población homosexual. En particular: han estado compuestas sobre todo de personas blancas, de clase media alta, con estudios universitarios, que viven en zonas urbanas, con empleo y prósperas. (b) Se han basado en la auto-evaluación de las madres homosexuales, y no en la evaluación hecha por los propios hijos cuando se encuentran ya en edad de discernir por sí mismos. (c) En su intento de aislar variables han alterado el objeto de estudio.
 
Por supuesto, Regnerus despertó la ira de los enormes poderes que desean prohibir todo disenso respecto de esta extraña ortodoxia. Los ataques contra este sociólogo han sido inmisericordes. Pero él los ha refutado (cfr. pulse).

En nuestro ambiente de opinión, por tanto, es preciso descender a los fundamentos. El matrimonio es una institución natural que consiste en una comunidad de vida y de amor, entre un hombre y una mujer, que se ordena a la procreación, crianza y educación de los hijos. Es el núcleo desde el que se forma la familia. La adopción es un sucedáneo conveniente cuando algún niño ha perdido a sus padres naturales. El fin de la adopción es la crianza y educación de los niños en un clima lo más semejante posible a la familia natural.
 
Siendo ése el fin institucional de la adopción, debe uno preguntarse qué significa “educar”. Es indudable que cuando se educa a un niño es imposible tratarlo como una persona libre e igual. El niño está inevitablemente sujeto a la autoridad de los adultos, sean ellos los padres o los jueces o los burócratas estatales o supraestatales que interfieren cada vez más en la intimidad del hogar. Por esto, la educación se mueve entre dos posibles cursos, que describió C. S. Lewis en La abolición del hombre: o bien constituye manipulación del menor, que pretende imponer en su tierna y maleable pasta una figura arbitraria; o bien constituye una actividad que se orienta al cultivo de las potencialidades que se encuentran en el niño, para que alcancen su plenitud. A esta observación Platón añade otra, más profunda, en su República, que todos experimentamos cuando vemos a un niño que aprende a hablar: los adultos no hacemos sino ayudarlo a que dirija su ojo en la dirección adecuada. No podemos entregarle el significado de una palabra, sino que le señalamos la cosa que él mismo debe entender. La educación que no es manipulación hace dos cosas: ayudar a los niños a que alcancen la madurez desde sus potencialidades naturales; y ponerlos en contacto con una realidad que va a alimentar sus almas. Los padres contribuyen primordialmente al desarrollo natural encarnando un patrón que los niños tienden a imitar, patrón que no será arbitrario si es conforme a la naturaleza.
 
Aquí debo hacer un inciso: la primera vez que publiqué la premisa que sigue se intentó descalificarla objetando que Platón fue el amado de Sócrates y que sus textos no se pueden interpretar como aquí se propone. Respondo: (a) todos los testimonios directos del asunto muestran que Sócrates fue un hombre casto y ciertamente no sedujo a ninguno de sus discípulos (cfr. el discurso de Alcibíades en el Banquete). (b) Aun cuando fuera cierto el carácter homosexual de Platón (que no lo es), es posible que un homosexual use correctamente su razón para condenar su propio vicio.
 
El núcleo del problema sobre la adopción homosexual reside en si el patrón que los niños van a recibir de sus “adoptantes” es o no conforme a la naturaleza. La palabra “naturaleza” en este contexto puede tener dos significados. Uno de ellos es el sofístico: “lo que ocurre generalmente” o “lo que diga la psiquiatría” (que es poco relevante para la moral). El otro es el filosófico, que desarrolló Platón: “naturaleza” es la esencia en cuanto entraña una ordenación canónica de las potencialidades de un ser. El mismo Kant, en la Metafísica de las costumbres, se dio cuenta de que sin una noción semejante de naturaleza humana no podía fundarse moral alguna. En esta línea, Platón investigó las exigencias de la ordenación natural de la cópula sexual a la procreación, y declaró que la unión homosexual es contraria a la naturaleza (Leyes VIII 838-839). Imponer a los niños adoptados un patrón homosexual sería imponer a su pasta una figura arbitraria. Por ello, negar a una pareja de homosexuales una solicitud de adopción que sí se conceda a una pareja casada no constituye una desigualdad injustificada. Tampoco es discriminación negar a un abogado realizar una operación quirúrgica, por más que constituya su sueño más querido y no haya podido realizarlo “por razones ajenas a su voluntad”. –Pero quien lleva una vida de pareja homosexual ha decidido ponerse en una situación que excluye su capacidad de adoptar.
 
 

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