Mis viajes son para traer rosarios y luego compartirlos

04 de julio de 2014

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La tarde estaba violeta en Roma. Lo encontramos a César en medio de la multitud. Se acercaba a nosotros con una sonrisa inmensa que le iluminaba la cara. Apenas nos vio, comenzó a señalarnos una valija enorme que traía a duras penas. De la emoción casi no podía contarnos que le sucedía. "Compré quinientos sesenta rosarios, más de quinientos rosarios para regalar".
 
Confieso que en medio de la emoción, una nube gris me empañó la mirada. ¿Cómo pasar más de mil rosarios en tan pocas valijas por la aduana? Llevábamos cientos de rosarios, más todos los comprados, encargados o sin encargar, y de pronto más de quinientos rosarios más.
 
Ochocientos rosarios iguales. Entre los comprados antes, más los de César. Sólo un milagro podría convencer a los agentes que no llevábamos rosarios para reventa. Todos estaban festejando la osadía de César y yo me mantenía en silencio.
 
Esa noche se encontraron con el Obispo de México, un hombre con el cual habían establecido vínculos y felices le mostraron los rosarios en las valijas, además de bendecirlos el Obispo los felicitó por la compra.
 
Después de cenar y a solas en mi habitación, contemplé mis valijas con rosarios por doquier y recordé a César. Reconozco que un golpe de calor me encendió las mejillas. César había gastado una suma importantísima de dinero en rosarios para regalar y yo en vez de ver el sacrificio y la generosidad sólo pensaba en la aduana.
 
Me quedé un rato conmigo misma y mis adentros. De repente me reí sola imaginando la escena de la aduana. Después recordé las cientos de veces que estuve en apuros y la Virgen siempre me socorrió, cuanto más por una causa tan noble. Confieso que le rogué a la Virgen que me prendiera una idea y me dormí tranquila con el convencimiento que pasaríamos.
 
La madrugada que llegamos a Argentina desde Roma y mientras nos acercábamos a migraciones, iba diciendo: "Poneme onda María que se me ocurra algo". De siete puestos nos tocó el del tipo más serio y con cara de pocos amigos. Di la vuelta para acercarme mientras me hacía señas que no me acercara y con la mejor onda que pude le dije: "Llevo toda una vida luchando contra la mafia, he estado en las peores situaciones, venimos de Roma y traemos más de mil rosarios para regalar; usted sabe que gastamos todo en esos rosarios que son para la gente. Usted nos va dejar pasar y yo le voy a regalar a usted y sus dos amigos un rosario a cada uno del Papa Francisco y los van a rezar."
 
Nunca supe si me contestó, porque no esperé y me puse a buscarles los rosarios en medio de ropa interior y remeras. Mientras los buscaba y los agentes me miraban le decía a César y compañeros de viaje: "Vamos apuren que la fila es larga". Tampoco supe que nos dijeron, porque mientras ellos contemplaban los rosarios nosotros seguíamos con la mejor sonrisa de agradecimiento.
 
Hace dos días lo encontré a César que como mi hijito Yaco, regala rosarios, regala esperanzas. Me invitó a tomar un café para rememorar los maravillosos momentos vividos y en medio de la charla lo miré fijo a los ojos y le dije: "César vas a tener que prestarme unos cincuenta rosarios, nunca me alcanzan con Yaco que es como vos. Cuando vuelva te los traigo, total cada vez me convenzo más que Yaquito tiene razón y mis viajes a Roma son para traer rosarios".
 
Me tomé el café y terminé repitiéndole la frase de Yaco, que pronuncia cada vez que se le acaban los rosarios porque los regaló todos: "Mirá si algún día sos candidata a gobernadora, por cada rosario regalado dos votos, y ganás mamá, ganás seguro".
 
Nos quedamos en medio de la mañana riéndonos de las ocurrencias de un niño que como él, regala rosarios, regala esperanzas. A veces la vida es más simple si la miramos con ojos de niño, ¿verdad?

 

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