El dedo de Dios se halla en el lecho conyugal

25 de julio de 2013

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Como todos los 25 de julio celebramos el aniversario de la encíclica Humanae Vitae. Nunca me cansaré de agradecerle al Papa Pablo VI su valentía en publicar aquel texto sobre el inicio de la vida humana, su transmisión y el amor de los esposos. Lo hizo en el año de la revolución sexual de 1968 y probablemente contra la opinión de algunos expertos y una gran oposición mediática.
 
Ese texto se considera ya profético. Continuó las enseñanzas de Pío XII y apuntó muy bien a las de Juan Pablo II. Pero sobre todo acertó plenamente en la clave de la transmisión de la vida humana. Se trata de un momento especial entre los esposos y Dios. El dedo de Dios se halla en el lecho conyugal y en la transmisión de la vida es máxima la cooperación entre nosotros y el Creador. Los humanos disponemos de un amplio margen de libertad en nuestro actuar. Como es natural, tenemos límites físicos y morales; sin embargo, nuestra libertad y creatividad son más grandes de lo que podemos llegar a imaginar. En la creación de un nuevo ser humano Dios desea que fluya abundantemente el amor. La transmisión de una nueva vida es un acto de amor de Dios y de los esposos.
 
La creación de una familia y el don de sí sin esconder la facultad creadora son condiciones indispensables para acoger bien a un nuevo ser humano. Hay que pensar que todos y cada uno de los seres humanos lo somos para siempre. Una vez creados y, pasada la prueba de este mundo, existimos para siempre. Parece ser que hasta ahora la humanidad total ha sido de 15.000 millones de seres humanos. Dios podría haber creado infinitos más, pero somos los que somos, cada uno distinto del otro a la vez que hermano irrepetible. Desde antes de la Creación del mundo ya nos ha pensado Dios. Ninguno sobramos. Todos son deseados por Él.
 
Nuestra corporeidad nos viene de origen. No es algo añadido ni malo. Los médicos sabemos bien lo bello, complejo e interesante que es el cuerpo humano y su fisiología. Muchas veces hallamos aspectos sorprendentes en nosotros mismos. La mujer, ser bello donde los haya, tiene el don de la fertilidad periódica para ser y transmitir felicidad.
 
Junto con la importancia de ser más en lo posible, desearía resaltar la voluntad de entrega y ayuda mutua conyugal que explícitamente señaló Pablo VI. La entrega excluye la contracepción y la ayuda mutua sonríe pícaramente ante aquellos que sostienen que la Iglesia está contra la sexualidad.

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