La espiritualidad del exorcista. La devoción a la Santísima Virgen María

24 de octubre de 2014

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Quisiera finalizar, para decir una palabra sobre nuestra Madre Santísima, citar a san Bernardo, que nos dice que: “jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a María Santísima, implorando su protección y asistencia, y reclamado su auxilio, haya sido abandonado de ella”.

La devoción a la Santísima Virgen María nos da la seguridad que, en medio de la tormenta, en medio de la lucha, contaremos con los auxilios necesarios para vencer al enemigo y, sobre todo, para que éste no tenga poder contra nosotros.

En una entrevista que le hicieron al P. Amort, en España, le preguntaban que si no tenía miedo cuando realizaba los exorcismos, y él contestó: “Estoy bien protegido por la Madona. Ella siempre me cuida y no tengo miedo”.

Honrarla en sus fiestas, venerarla con sus oraciones y en sus representaciones artísticas, cantarle, buscar ser, como nos lo pidió Jesús, un verdadero hijo para ella, y con ternura tenerla en nuestro corazón como si fuera su propia casa (Jn 19, 27), es el camino para establecer con ella una relación tan sólida y cálida que le permite a ella entrar con facilidad al ámbito de nuestra vida y, como madre amorosa, actuar como lo hace una verdadera madre: cuidando y protegiendo al hijo de todo peligro y tentación.

Es por ello que san Bernardo termina su oración diciendo:
Animado con esta confianza, a ti también acudo, ¡oh Madre, Virgen de las vírgenes! y, aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a aparecer ante tu presencia soberana. No desechéis, ¡oh Madre de Dios!, mis humildes súplicas, antes bien, inclina a ellas tus oídos y dígnate atenderlas favorablemente. Amén.

Que nuestra Madre Santísima, la Siempre Virgen María, nos conceda constantemente su protección y amparo para ser un instrumento dócil —como lo fue ella en la construcción del Reino de los cielos—, y en los momentos del combate nos sostenga como lo hizo al pie de la cruz con su querido Hijo, para quien sea todo el poder, el honor y la gloria, por los siglos de los siglos. Amén.


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