"Crónicas de un obsoleto". Creando intimidad

21 de noviembre de 2014

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Benévolo lector: Hoy me presento por primera vez a Ud. con el  múltiple propósito de compartir a partir de esta semana y por este medio, algunas confidencias y revelaciones, como también noticias de personas y personajes un tanto desconocidos que merecerían más atención. En fin  habrá alguna que otra lágrima, muchas sonrisas o simplemente risas y todo esto desde mi rincón muy señalado de hombre totalmente sobrepasado, obsoleto, sentenciado, definidamente “periférico” como diría el Papa Francisco.

Le extrañará a Ud. que en estos tiempos del “tú”, inmotivado, frecuente e inmediato, haya preferido el “Ud.” más distante y respetuoso. Se trata tan sólo de una maniobra de aproximación inicial, o deferencia hacia una persona desconocida, como lo es Ud., caro lector.  Gradualmente, en la medida que nos reconozcamos mejor (sugiero que después de  que le haya contado la historia del ángel), podríamos avanzar hacia el más cotidiano “tú” y reírnos juntos del mundo… “avanzado y progresista”.

Por otro lado, no dejo de manifestarle mi temor de que, después de dicho cuento del ángel -que para mí no fue cuento sino un verdadero “reality show”-, podría Ud. no desear acceder a ningún “tú” sino, que más bien a un helado distanciamiento de mi persona. En otras palabras: el posible paso del “Ud.” al “Tú” nos servirá de filtro, porque si mis noticias y revelaciones le llegaren a ser al menos verosímiles y aceptables, podríamos pasar a la etapa de una feliz familiaridad. En caso contrario, seguiríamos con la mera reverencia.
           
Ha llegado el momento, digno lector, de sacarme un tanto el antifaz protector: Me he dado a conocer a Ud. con el calificativo social de “obsoleto”. Podría haberme llamado “Fray Obsoleto”, pero no soy fraile… de aquellos consagrados que exploran para la humanidad ante todo los recorridos y bocas del manantial primigenio, que es Dios. En cambio, son llamados “monjes” los que se sacan los zapatos para permanecer dentro de lo posible  frente a la zarza que arde, pero no se consume.

Debería, pues, recurrir al latín y llamarme “Dom Obsoletus”, pues soy monje y, como hay monjes blancos y monjes negros, soy de los últimos, de los de San Benito y mi nombre es Mauro, como se llamaba el principal discípulo de éste.  
 
Después de esta confesión, bien provisoria por cierto, enfilemos  nuestros pasos hacia la evocación de Emerenciana, notable por su persona y por sus dichos, especialmente de uno que conviene destacar

Oriunda de la región de San Juan de la Costa, provincia de Osorno y por ende enteramente de la etnia huilliche, debía su bello nombre romano a la costumbre de los PP Capuchinos y del Verbo Divino -que mayoritariamente habían evangelizado nuestras regiones-, de imponer a los infantes simplemente el nombre del santo del día de su nacimiento; como la Iglesia tiene santos y santas suficientes para que un buen número ocupe cada día del calendario, había en mis tiempos mucha más variedad de nombres que ahora, en que se los eligen según la moda del momento.

Circulaban entonces por nuestras calles los Eleuterios, los Nicanores, los Zorobabel, las Perpetuas y Felicidades, unidos a apellidos huilliches. Emerenciana  se había desempeñado desde su juventud en casa de mis abuelos y últimamente en la de mis padres. Si se le preguntaba por su edad respondía invariablemente de que era  “la misma que la de la señora Berta”, hermana mayor de mi abuela. En la época en que anoté su dicho  prestaba sus servicios en la fabricación del jarabe de frambuesas que mi padre había añadido a sus oficios de farmacéutico. Revestida de un chal negro, con escasos cabellos grises y tez broncínea y muy arrugada, revolvía con una estaca de madera la fruta en las palanganas de cobre suspendidas sobre el fuego. Fumaba sin cesar unos cigarrillos de papel amarillo, que ella misma se armaba, sacando el tabaco de una bolsita de plástico, disponiéndolo cuidadosamente sobre el papelito amarillo, enrollando el liado y humedeciendo con la lengua la parte con pegamento. Durante el trabajo mantenía el cigarrillo en la comisura de los labios y cuando pasaba a succionarlo y echar el humo lo sujetaba entre el pulgar y el dedo índice. Yo, que estaba en la edad de mi primera comunión, y había acudido por causa del delicioso perfume de la fruta, le pregunté de paso por qué le decíamos “Salvador” a Nuestro Señor Jesucristo. Emerenciana sacándose al momento el cigarrillo de la boca, y después de echar un pequeña nube de humo al aire sentenció:

“Porque él soluciona todos nuestros problemas”.

Desgraciadamente a esa edad yo carecía de más recursos intelectuales como para inquirir mayores precisiones a Emerenciana. Pero me quedó el dicho hasta hoy.

 Y concluimos aquí como en los famosos radioteatros de mi niñez: “Para saber más escuche el próximo episodio”…


 

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