Crónicas de un obsoleto. "...Hazme el milagro ligerito"

28 de noviembre de 2014

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Estimado lector:
 
Esta es la segunda crónica que me dispongo a escribir para desahogo mío y utilidad suya. En la anterior habíamos llegado al punto en que la benemérita señora Emerenciana de San Juan de la Costa había respondido a mi pregunta de niñito de Primera Comunión sobre el motivo por el que llamamos a Cristo “Salvador” nuestro y ella había sentenciado “porque él resuelve todos nuestros problemas”.
 
Aunque, como dije, mi edad no me permitió en esa ocasión indagar más sobre el tema, más tarde, en la medida en que iba creciendo, pude constatar no pocas veces la efectividad de aquel dicho de la anciana huilliche. Ella, como casi todo nuestro pueblo fiel, no había sido muy adicta a la misa dominical, pero sí a novenas y romerías. Pienso que es señal profundamente grabada en el alma nacional y eso a causa de la crónica escasez de sacerdotes. La aparición del ministro sagrado ha sido desde tiempos remotos algo ligado a lo extraordinario y a una fe muy teñida por el “de cuando en cuando”.
 
La repercusión de esta circunstancia histórica en el alma de Chile ha sido, me parece, la: debilidad y el defecto en nuestra fe cotidiana, y la mengua de un amor de todos los días, que otorga perseverancia y crea reciedumbre. Así y todo, doña Emerenciana había sido capaz de acuñar una sentencia como de bronce. Por esta confianza en la ayuda y destreza superior de un Hijo divino y su Madre santa, en general los creyentes se defienden mejor de las depresiones y rabias, plagas tan difundidas en este valle de lágrimas actual. También pensé que Emerenciana debió ser mujer muy rezadora y experta como para aseverar tan decididamente que “era tenido por Salvador “por solucionar todos nuestros problemas”.
 
Por otro lado también hay quienes objetan un culto limitado a la obtención de favores sobrenaturales. Es cierto que el mismo Jesús nos invita a pedir confiadamente esos favores: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque quien pide recibe; quien busca halla y a quien llama se le abre” (Mt 7,7-8). ¿Y qué decir de la parábola del juez inicuo (Lc 18,1-8) en que se nos da permiso hasta de ser cargosos a Dios con nuestras peticiones?
 
Pero en mi condición de hombre obsoleto testarudo diría lo siguiente: La oración del tipo San Expedito (“San Expedito, hazme el milagro ligerito”) me parece sólo un primer paso, el del cajero automático: introduzco en la ranura mi tarjeta bancaria y un poco más allá, por otra ranura, asomarán los billetes. Está bien: Dios en su humildad tolera que lo tratemos como cajero automático. Pero, de parte nuestra, es una gran mezquindad y encima de eso deja reducida la oración a sólo un monólogo. En cambio, lo cierto es que la oración es un diálogo entre el hombre y Dios. En este “sagrado intercambio” no sólo rige mi voluntad, sino también la de Dios. Yo apetezco los billetes del cajero automático; pero Dios apetece mi salvación, mi santidad, mi progreso espiritual. El tiene sus planes, que son mejores y más plenos que los míos. Yo pienso, pues, atento lector, que la oración debe pasar de la etapa de monólogo a la de diálogo. En mi conversación con Dios poco a poco comienza a resonar una voz diferente a la mía y muchas veces es una voz disidente, que no dice sólo lo que me gusta: me sale al paso, me dice a veces “no”. Es como en el “Concierto barroco” que diariamente nos brinda la Radio Beethoven: primero resuenan los instrumentos alegres, flautas, violines, oboes, pero infaltablemente se introduce el “bajo continuo” a tejer su contrapunto. Y gracias a él se arma el concierto y resulta belleza. Así es la oración.
 
Admirable fue la confianza filial de Emerenciana, que seguramente trataba con Jesús de las cuentas del almacén, de la última borrachera de su esposo Juan, del tifus del tío Casiano, de las cosechas del próximo verano, de los líos con la vecina. Pero estoy seguro – palabra de obsoleto-  que Emerenciana también debe haber percibido la otra voz, la que nos cambia el tema, el “bajo continuo” de toda vida cristiana.
 
“Hay más noticias”, como proclamaba con marcada pronunciación un famoso locutor uruguayo de tiempos pasados. Si le place, paciente lector, lea el próximo episodio.   


 

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