Crónicas de un obsoleto. "Olvidos del ateísmo progresista"

02 de enero de 2015

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Estimados lectores: En varias ocasiones he hecho mención del monasterio de San Benito de Llíu-Llíu, en la comuna de Limache, Chile. Injustamente he dejado en la sombra el monasterio de nuestras monjas benedictinas de Sta. María de Rautén, a pocos kilómetros de la ciudad de Quillota. También allí han sucedido y siguen sucediendo cosas dignas de contar. Pero todo tiene su tiempo, nos enseña el sabio del libro  Qohelet, del Antiguo Testamento.

 Me parece que ha llegado el momento de darles razón de lo que es un monasterio, recinto en el que no hay ni parroquia, ni colegio, ni otra institución que pudiera parecer útil, interesante o necesaria. Pues bien, se trata de un grupo de hombres o mujeres que se sienten llamados a construir juntos una central de energía espiritual, para su propia felicidad,  la de la Iglesia y la de cualquier persona que esté abierta a tal deseo. Se me va a objetar, ya sé,  que recurra al término de “energía”, sospechoso de esoterismo, pero el apóstol San Pablo  lo usa muchas veces en sus cartas. El señor Joaquín Acuña Solano, que detenta una famosa columna en las primeras páginas del diario El Mercurio y que desde ella difunde la noticia de la nobleza y ventaja del ateísmo, reprocha a los creyentes cristianos dos fallas principales: 1. que su discurso trate siempre de cosas pasadas -que ya no son- y 2 de las invisibles -que nunca existieron. Frente a esto el columnista preconiza que lo más sensato es adherirse al presente, la  palpitante actualidad, y las cosas visibles, palpables y concretas. Contundente ¿no?

 El obsoleto recoge el guante del Sr. Acuña Solano y sostiene contra lo primero que los ateos progresistas son como los que padecen la enfermedad de Alzheimer, que se olvidan del pasado y tienen una percepción muy vaga del presente; y contra lo segundo, (que atañe a la típica alergia contra lo invisible), que también en el campo de la ciencia y de la técnica se hacen presentes las realidades invisibles. ¿Acaso la electricidad no es invisible? Y sin embargo ella mueve los trenes, hace subir y bajar los ascensores y en  los EEUU. Incluso es capaz de matar por medio de la silla eléctrica. ¿Los virus no son invisibles también? Y sin embargo contagian enfermedades, provocan dolores y a menudo pueden matar. ¿Y la ingeniería informática no maneja  todo un mundo con fuerzas invisibles? Más aun: la civilización moderna  no sólo acepta la existencia de lo invisible, sino que también emplea   personas humanas que saben interpretar y hacer eficaces y visibles lo invisible: los ingenieros y electricistas en el caso de la electricidad, los médicos en el caso de los virus, los técnicos informáticos en el caso del inmenso sustrato invisible del internet. Del mismo modo, dice el obsoleto, los sacerdotes y monjes son como intérpretes del mundo de la oración, los santos y las santas son los ingenieros de la gracia divina,  las consagradas conocen una sanación más sutil que la cirugía. Los misioneros jesuitas y capuchinos forjaron los primeros diccionarios y gramáticas de los hombres de la tierra y supieron traducir dolencias y alegrías y lo que sembraron fueron semillas de paz y entendimiento. Qué bien discurría Fray Andresito por las barriadas de Santiago y dominaba el arte de poder conversar en salones y hospitales, estar en las casas de los vecinos pudientes y apoyar los pasos vacilantes de una ancianita desvalida. Qué hábil era la beatita Benavides de Quillota en traducir los anhelos del Corazón de Dios a los quehaceres provincianos de su ciudad. Cómo supo enfrentar Laurita Vicuña la llaga del abusivo infantil de su época. Gracias a las palabras invisibles que entendía. Qué desproporción entre la breve vida conventual de Teresita de los Andes, invisible casi para los ojos del mundo, pero ahora qué concretas y visibles  las atenciones que prodiga a la gente en su santuario. Volvemos al inicio de mi crónica si destaco la gran “energía espiritual” de San Alberto Hurtado: las instituciones creadas por él, la historia de los hechos de su vida, sus escritos no son más que “traducciones” de lo invisible experimentado por él a lo visible del mundo actual.

                “Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador de cielo y tierra, de todo lo visible e invisible”. 

 

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