La experiencia con el demonio fue un terremoto del que solo renacieron por gracia de Dios

08 de diciembre de 2017

Cuando Alejandra y Andrés formaron pareja en Colombia, hacía tiempo que cada uno de ellos había iniciado vínculos con el ocultismo y prácticas propias de la Nueva Era.

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El matrimonio Pérez Pulido es conocido por su devoción mariana entre los feligreses de la Parroquia Santa María del Camino en Medellín (Colombia), donde además colaboran siendo animadores de la comunidad juvenil.
 
Quien recién les conoce no podría imaginar que alguna vez Andrés Pérez y Alejandra Pulido se dejaron seducir a una forma de vida donde eran auténticas marionetas del demonio. Testimonio que hoy comparten concediendo entrevista a Portaluz.
 
Víctima de la violencia
 
El año 1979 nació Alejandra en el seno de una familia que vivía alejada de la fe. Ella no ha olvidado el miedo, la rabia y tristeza de sus primeros años de vida en Bogotá (Colombia). Creciendo con un padre fiestero que se excedía en el consumo de alcohol y quien no estuvo para protegerla cuando desde los cuatro años de edad -y hasta que cumplió 10- un tío y sus primos la violaban repetidamente. Tampoco su madre era un referente de confianza pues la percibía en extremo exigente, estricta… “fue una mujer muy dura, sobre todo conmigo”, recuerda Alejandra.
 
Su único escape lo comenzó a encontrar en la calle, con las tribus urbanas, siguiendo los pasos de su hermano mayor… “Mi hermano era parte de los Skinheads, cabezas rapadas (del grupo antifascista); a mí me gustaba el estilo de ellos, cómo se vestían y compartían mi gusto por la música metalera” puntualiza Alejandra, recordando además que también en el colegio comenzó a pasar límites… “Era un colegio de monjas, pero yo era súper rebelde y les llevaba la contraria en todo. Fui súper necia, le hacía bullying a todo el mundo”, sentencia.
 
Al tiempo sólo el Black Metal (rock característico por su sello satánico), quedaría como refugio cuando su hermano -amigo de rebeldías-, tuvo que irse a cumplir el servicio militar. En la milicia el mal comportamiento del joven le acarreó permanentes castigos y en varias ocasiones, cuando Alejandra llegaba a visitarlo junto con su familia, apenas podían enviarle saludos, comida y cosas de aseo a través de un “dragoneante”, quien “aunque superior en grado era amigo de mi hermano”. Visita tras visita la madre de Alejandra no paraba de alabar las supuestas virtudes de aquél mensajero y finalmente Alejandra comenzó a salir con él. Con apenas 16 años quedó embarazada. “Yo no contaba con eso la verdad. En ese momento pensé abortar él bebe porque… no sé, cómo que todo se confundió, todo se enredaba”. Las semanas siguientes ya eran convivientes, la madre presionaba a que se casaran cuanto antes “por la Iglesia” y Alejandra seguía en dudas sobre si abortar o no. Fue su padre quien impuso que ya no la presionaran a eso de casarse y Alejandra regresó a vivir con sus padres… “Recuerdo que empecé acercarme a Dios, pero muy superficialmente. Hice la novena al Divino Niño, devoción que en Bogotá es fuerte, para que el bebé naciera bien porque yo había estado en drogas y  todo eso”. Vivido este breve reencuentro con Dios y tras ocho meses de embarazo nacería su hijo, Nicolás.

El padre de Alejandra tomó luego la decisión de apoyarla económicamente para que estudiara alguna profesión. Ella lo hizo sin responsabilidad y continuaba de parranda por la vida. “Me desboqué tres o cuatro años, llegué a un nivel de alcoholismo muy alto, drogas y sexualidad súper desordenada”, dice, y se emociona al recordar.  Pasaron esos años sin rumbo hasta que conoció a un “chico que trabajaba en una aerolínea, era cristiano protestante y empezó a hablarme de Dios”. Se sentía atraída y aceptó ir con él a un retiro. Tras esto llegaría a ser con los meses una referente juvenil del grupo. Llevaba dos años con ellos, alejada de los vicios, su hijo había cumplido 6 años, cuando de improviso apareció en aquella Iglesia protestante el padre de Nicolás. “Yo me confundí y decía: Señor tu qué quieres, porque él terminó siendo un líder en la célula de nosotros. Lo cierto fue que un día entre estos ires y venires yo empecé a caer en fornicación con él”. Alejandra no toleró llevar en silencio lo que vivía y cuando lo transparentó a los líderes de su iglesia, fue expulsada.

“Decidí entonces alejarme totalmente de Dios y volver con el padre de mi hijo”, recuerda Alejandra y reconoce que también estas fueron decisiones que terminarían perjudicándola. Quedó nuevamente embarazada, se casaron incluso sacramentalmente en la Iglesia Católica; pero a las pocas semanas comenzaron los conflictos con su esposo, nació Sofía y seis meses después -cansada-, Alejandra decidió continuar su vida, sola, con su hijo e hija en Medellín. Años después, el 31 de enero de 2010 la decisión canónica confirmaría que el matrimonio había sido efectivamente nulo.
 
En la capital antioqueña Alejandra inició un emprendimiento al que llegaría como empleado quien es hoy su esposo. “Andrés era mensajero de otra empresa lo conocí y me parecía que trabajaba bien, le ofrecí trabajo y encontramos muchas cosas afines de que hablar: temas de ocultismo, esoterismo y varias prácticas de Nueva “ra que teníamos en común”.
 
Seducido por el demonio
 
Andrés Pérez tenía 25 años cuando conoció a Alejandra. En su adolescencia había sido seminarista menor durante dos años en los Legionarios de Cristo,  pero no pudiendo contener sus apetitos sexuales por las mujeres, finalmente dejó aquél camino. No sólo colgaría -coloquialmente dicho- la sotana, sino que efectivamente su carácter apasionado y compulsivo le llevó en aquellos años de juventud cada vez más lejos de Dios… “Luego que me alejé del seminario acomodé a Dios a mi antojo y sí… enloquecí por completo; drogas, sexualidad desordenada, pornografía, masturbación, esoterismo; estuve a punto de venderle el alma al diablo, a punto de suicidarme, soporté dos sobredosis”, comienza narrando Andrés.
 
Contracorriente, aunque sin conciencia entonces, fue relajándose espiritualmente al punto de creer en conciencia que lo malo era bueno. Con Alejandra coincidían en ese pasado de oscuridades y al poco de conocerla, dice, surgió la complicidad. También fue sintiendo gusto en apoyarla siendo ella una mujer sola, con dos hijos. “Éramos amigos y hacíamos locuras”, dice Andrés resumiendo así aquél período donde poco y nada de lo que vivían era precisamente ético o coherente con los valores del Evangelio.
 
En su desenfreno, disfrutaban incluso la adrenalina del robar –“no por necesidad”-, reconocen. Comenzar a convivir fue una consecuencia de ese proceso, como también otras menos gratas…

“Caímos en ruina  económica y  empezaron a suceder cosas extrañas en la casa, moscas, gusanos blancos” explica Andrés, reconociendo que desesperados incluso decidieron pedir ayuda a un brujo. Sin embargo intervino su hermana invitándolos a una Eucaristía que celebraría un cura amigo de ella, el padre Gerardo Piñeros… “¡que podía ayudarlos a combatir todo ese mal!”, agregó convencida. “Al conocer al padre nuestra vida se dividió en dos, cuando lo escuché con la guitarra me impactó mucho, sentí esa parte amable que ya había olvidado de los sacerdotes, sus palabras me hicieron recuperar mucha paz” dice Andrés destacando la transformación de alma, de vida, que inició en Alejandra y en él cuando el cura oró pidiendo en nombre de Jesucristo la liberación de sus almas.
 
Padre Gerardo, dice Andrés, les sugirió seguir acudiendo a la Iglesia, orar y participar también de la Eucaristía, pero que no podían comulgar ya que se encontraban en adulterio. Comenzaron a ser regulares asistiendo a misa… “y empezamos a sentir la necesidad de comulgar”, confidencia Andrés. Lo hablaron con el sacerdote -agrega- quien los desafió entonces a vivir en abstinencia total, “separar cobijas dijo”, y confesarse, para recibir a Jesús.
 
Un matrimonio para Cristo
 
Ambos se dejaron guiar, descubrieron en pequeñas y grandes experiencias de Dios, el poder mediador de la Santísima Virgen María cuando se le reza el rosario hasta lograr sanar sus almas en un proceso de conversión lleno de desafíos y esperanza. “Estuvimos cuatro años en castidad, la gracia nos la dio Dios, por gracia Divina nunca caímos” afirman ambos: “Nos volvimos unas personas que dependemos de Dios para todo”, reiteran. “Es como algo muy difícil de explicar… el amor con Jesús Eucaristía… rosario diario, eucaristía diaria, Viacrucis, lección, oraciones de Santa Brígida, oraciones del Consagrado”, comparte Andrés.
 
Tras obtener Alejandra la nulidad matrimonial canónica se casarían el 18 de mayo de 2013 y aunque ella no podía tener hijos por haberse ligado las trompas años antes, tendría la oportunidad de revertir el proceso y así ser padres de María del Rosario. “La niña -puntualiza Alejandra- nació el día de la Virgen del Pilar, el 12 de octubre, fue el mismo día que nosotros nos consagramos a la Virgen y pienso que esto fue el sello de Ella”. Hoy, el matrimonio Pérez Pulido sabe que junto a sus hijos son protegidos de la Santísima Virgen María. “Cuando uno es leal con Dios él lo respalda, y aquí sirviendo a Dios en la Iglesia, siendo obediente, encuentra uno la paz y la felicidad”, confirma Andrés.

 

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