Diez campanas que han hecho de mi vida una sinfonía (1)

02 de julio de 2013

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Un domingo hace ya algún tiempo estuve en un pequeño pueblo del valle del Trebbia, a pocos kilómetros de Piacenza. Rezaba mientras admiraba la belleza de la naturaleza que tenía delante: los campos cultivados, verdes y amarillos, y la montaña. De pronto, el silencio se rompió por el sonido de las campanas en el pueblo de al lado. Entonces me acordé de Neide, una amiga de mi parroquia en Brasil que durante un encuentro dijo que el sonido de las campanas no sólo indican las horas, sino la presencia de Dios en nuestro barrio. Me pregunté entonces qué campanas tenía yo en mi vida, no sólo las que cuelgan de las torres de las iglesias, sino aquellas personas y hechos que me recuerdan la dulce y fiel presencia de Jesús. Quiero hablar de algunas de esas campanas que han hecho de mi vida una sinfonía.

La primera se llama Jaciara. Es una señora de la parroquia que vive con su nieto en una casa muy pobre. Trabaja en las labores domésticas para una familia y gana 570 reales al mes, que equivalen a 230 euros, de los cuales 65 los dona a la parroquia. Un día, después de ver en la televisión un documental sobre la Iglesia en Etiopía que mostraba la difícil situación en que vivía allí un sacerdote, me dijo: «Padre Ignacio, quiero donar 100 reales al mes para ese sacerdote porque también él es hermano mío». En aquel instante Jaciara se convirtió en una campaña que tocaba por Jesús, que me hizo vibrar, y quel sonido aún reverbera en mis vísceras, en mis venas, y me hace decir: «¡Qué gran corazón!». Es un ejemplo evidente de que la fe nos abre al mundo.

La segunda campaña es Emilio. Hay un momento concreto en que el sonido de esta campana se hace evidente. Es el domingo por la noche, cuando compartimos y juzgamos juntos los hechos de la semana a partir de nuestra amistad con Jesús. Hace poco me llenó de admiración cuando me señaló cómo muchas veces nosotros buscamos la perfección en los amigos y, al no encontrarla, nos escandalizamos. Y añadió: «Jesús no hace eso con nosotros, al contrario, entra en nuestra imperfección y nos abraza». Durante estas cenas, se hace más evidente una característica suya que me fascina: su pasión por Jesús, que le lleva a no perder el tiempo, a buscar de todas las maneras posibles la implicación de nuevas personas…

(La siguiente columna de P. Ignazio nos contará de las otras "campanas de esta sinfonía" )

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