Padre Garralda, "un santo del siglo XXI" para presos, adictos y otros abandonados

06 de julio de 2018

El padre Garralda se reconocía tan indigente y necesitado del amor de Dios como cualquiera. Pero descubrió que, al dejarle actuar, suceden cosas asombrosas

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Vicente Ángel Gutiérrez Jiménez y Diego, dos exreclusos, saben lo que es descender a los infiernos. “He visto navajazos, cómo han quemado a gente; he visto morirse a dos compañeros míos. Nos fueron a robar y me infectaron el VIH con unas jeringuillas para quitarnos todo”, cuenta Diego.

Pero ambos han sido testigos también de un prodigio; han experimentado en sus propias carnes el significado de la palabra «resucitar». Todo gracias a “un santo del siglo XXI”, como no duda en calificar Vicente al jesuita Jaime Garralda, fallecido el sábado 30 de junio a los 96 años.
 
La fundación que puso en marcha hace cuatro décadas, cuando vivía en una chabola en Palomeras (Madrid), ha revolucionado el sistema penitenciario español. “Todavía –insistía el carismático sacerdote– falta un largo trecho por recorrer”, pero gracias en buena medida a él la sociedad española ha tomado conciencia de que las cárceles no pueden ser lugares en los que encerrar a todas aquellas personas marginadas a las que se renuncia a curar y reinsertar.

Cientos de personas abarrotaron este miércoles 4 de julio la parroquia de San Francisco de Borja en Madrid para despedir al padre Jaime Garralda, SJ, fundador de Horizontes Abiertos y exdelegado de Pastoral Universitaria y de Pastoral Penitenciaria de la diócesis, entre otras responsabilidades.

Su vida fue marcada por “la esperanza, la valentía y la entrega confiada”, como desgranó el cardenal Osoro en la homilía. Para hacer posible esta entrega hasta las últimas consecuencias y detenerse siempre en los últimos, -detalló el arzobispo- el padre Garralda “tuvo la mirada puesta en Jesucristo” y entendió perfectamente una oración de san Ignacio que “había orado muchas veces” y la convirtió en “diseño de su propia vida”: «Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer. Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro. Disponed a toda vuestra voluntad, dadme vuestro amor y gracia que esta me basta».
 
Nueva vida en Cristo
 
Vicente Ángel Gutiérrez Jiménez descendió a los abismos de las drogas cuando tan solo tenía 15 años. Desde entonces, y hasta sus 55 años, su vida se resume en unas pocas palabras: droga, más droga, mucha más droga, cárcel... Y resurrección. “Yo era un buen estudiante pero lo dejé todo por la droga”, confiesa al semanario español Alfa y Omega. Su adicción le terminó llevando a prisión. “Me condenaron a 22 meses de cárcel por robo con fuerza”.

Al salir del centro penitenciario intentó rehabilitarse pero “los resultados no llegaron” y, ante el fracaso, Vicente volvió a buscar evasión en las sustancias tóxicas. Concretamente, lo encontró en las Barraquillas y en Valdemingómez, los dos mayores poblados chabolistas de España, donde vivió y trabajó doce años como machaca al servicio de los clanes gitanos de la droga (los machacas son drogodependientes que trabajan como esclavos a cambio de su dosis diaria de la sustancia a la que estén enganchados).

La puerta del infierno se abrió para él cuando, después de una década viviendo exclusivamente para las drogas, se reencontró con su madre. Le impactó mucho “verla tan mayor. No tenía ese recuerdo de ella y ahí decidí que no podía seguir así”. Ingresó voluntariamente en un centro de estabilización social para toxicómanos y, después de seis meses, le derivaron al piso de las tablas de la fundación del padre Garralda.

Allí siguió el Proyecto Cardenal Martini, que ofrece alojamiento y un programa personalizado de deshabituación de drogas para cada usuario en coordinación con el centro ambulatorio de referencia de cada paciente. Además, “me ayudaron de la mejor forma que se puede ayudar a un toxicómano, dándome cariño y tratándome como una persona y no como alguien que ha hecho algo mal”, afirma.

Vicente Ángel Gutiérrez Jiménez obtuvo el alta terapéutica el 26 de enero de 2017. Unos meses antes, en noviembre de 2016, había logrado encontrar trabajo como conserje en un garaje en una empresa de servicios auxiliares. La resurrección se completó hace tan solo un mes cuando alquiló un piso en el que vive actualmente. “Al salir del trabajo ya puedo decir: «me voy a casa» (…) ha sido gracias al padre Garralda (…) un santo del siglo XXI”.

La ley del Retorno del amor

El padre Jaime Garralda, un gigante de la caridad, hablaba de la Ley del Retorno del Amor, según la cual –no se cansaba de explicar el jesuita– amar a quien no puede devolver nada a cambio (yonquis, personas sin techo, marginados sociales…) tiene doble recompensa, puesto que, a la alegría por ver cómo estas personas se ponen de nuevo en pie, se añade el pago al contado y con intereses por parte de Dios, su Padre, que no deja sin saldar ni una de esas deudas de amor que sus hijos más pequeños no pueden devolver por un motivo u otro. Ese era el secreto de por qué Garralda hacía el Evangelio comprensible y creíble para todo aquel que se cruzaba en su camino.

 

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