Valioso testimonio de sacerdote cercano al Papa muestra cómo la Iglesia sana a otros y a sí misma

13 de julio de 2018

Cuenta a Portaluz detalles de un signo eucarístico, sobrenatural, que reforzó su amor por Dios. "Jesús quiere recordarnos que Él está vivo, que nos espera, que nos habla, que nos escucha, que actúa, en la Eucaristía…"

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En 1992 Eduardo Pérez dal Lago tenía recién un año de haber sido ordenado sacerdote en España; formaba parte de una comunidad de tres sacerdotes y un diácono que animaban la vida de fe en la Parroquia Santa María de Buenos Aires (Argentina), cuando fue testigo de un hecho inaudito, a todas luces sobrenatural.
 
Antes de recibir aquel sacramento del Orden (CIC 1536ss), Eduardo ya era iconógrafo y como tal le apasionaba el arte sagrado, por ser una “ventana” al misterio de Dios. Nunca dudó -cuenta en esta entrevista con Portaluz- de la presencia real de Dios, Jesucristo, en la Eucaristía. Es además testigo directo de un milagro eucarístico cuya investigación fue autorizada y sentenciada por el cardenal Bergoglio, hoy Papa Francisco.
 
Por su particular experiencia de fe y según enseña la historia, afirma que ninguna crisis o pecado de las personas es el final del camino, ni destruirá a la Iglesia. Siempre y cuando, advierte, los fieles no olviden cual es el remedio, el alimento… “La Iglesia ha vivido en dos mil años las crisis más terribles, Papas terribles, sacerdotes terribles, ¿no es cierto?; persecuciones espantosas de los Estados y sin embargo la Iglesia se mantiene viva porque Jesús la alimenta todos los días”.
 
Hay bastante información en internet afirmando que hace 26 años fuiste testigo del «Milagro Eucarístico de Buenos Aires»” ¿En concreto de qué fuiste testigo?
En realidad, el milagro ocurrió dentro del Sagrario. Nosotros en el año noventa y dos éramos 3 sacerdotes y un diácono en la Parroquia de Santa María. Y el párroco una semana antes, primero de mayo, encontró dos pedacitos de hostia sobre el corporal; blanco sobre blanco, ¿viste? Quizá se cayó al pasar de un copón al otro. Entonces los puso en una vasija con agua y lo guardó en el Sagrario. Durante esa semana todos nos fijamos para ver de purificarlo, pero estaban (siempre) intactos. El 8 de mayo, que es el día de la Virgen de Luján, nuestra patrona, eso se había convertido en lo que parecía ser un coágulo de sangre. Pero como si hubiese explotado, porque había esquirlas.



Esa vasija estaba bajo llave, nadie pudo haber manipulado…
Era en el Sagrario, dentro del Sagrario. Eso se analizó inmediatamente, pero informalmente. Ocho años después, ya estando el cardenal Bergoglio como Arzobispo de Buenos Aires, se analizó en Estados Unidos, bien, con todo.

¿Fuiste el primero que lo encontró?
No. Lo encontró el párroco y nos llamó al diácono y a mí para que fuésemos a verlo. Cuando ocho años después se analizó informaron que era músculo de miocardio, ¡pero que ese miocardio estaba vivo y estaba herido!




¿Cuál podría ser la intención de Dios con estos eventos extraordinarios?
El cardenal Quarracino que era en esos momentos el Arzobispo de Buenos Aires -anterior al cardenal Bergoglio-, insistía en preguntarnos si alguno de nosotros había dudado… Porque, sabes, los milagros eucarísticos algunas veces se producen ante sacerdotes que dudan. Eso nos mortificaba mucho, mucho, porque nadie había dudado (ríe suave). Y entonces le decíamos: «No, nosotros creemos en la Eucaristía, nadie dudó» Entonces él nos decía: «Pero ¿cuál es el mensaje?» Y, bueno, nos reuníamos a rezar reflexionando sobre esto. La conclusión a la que llegamos es que Jesús quiere recordarnos que Él está vivo, que nos espera, que nos habla, que nos escucha, que actúa, en la Eucaristía. Quiere recordárnoslo especialmente a los sacerdotes, pero también a todos, porque algunas veces nos olvidamos.

¿Qué edad tenías entonces?
Yo tenía 30 años, estaba recién ordenado. Me había ordenado el año anterior.

¿De qué forma ser testigo de esto modeló tu alma, tu intimidad con Dios, tu pastoral, tu ministerio?
Yo siempre creí en la Eucaristía, pero cuando pasó eso me dije: «En realidad pues todo lo que yo pueda hacer en la vida, no puede ser mayor que el celebrar la misa». Entonces para mi fue una especie como descansar de los proyectos y decir… en realidad lo más importante es celebrar la misa, es adorarlo, es enseñar en esto a la gente; trabajar por la Adoración Eucarística, buscar la adoración perpetua, que la gente descubra eso que uno descubrió ese día. Ya lo sabías, pero evidentemente los milagros son muy elocuentes. Es decir, ver sangre, que te digan que es el corazón, que te digan que está vivo ¡y que tú lo veas! Porque, por ejemplo, yo todos los días me despertaba y… lo olía, a ver si se deterioraba; pero no, nunca se descompuso. (Ríe) Era como mi análisis vulgar. ¿Qué esto? ¡Si parece un pedazo de carne! Siempre estaba fresco, algunas veces cambió de forma, se sacaron muchas fotos. Es decir, era algo evidente.

Impacta la sencillez y honestidad con que te aproximas al misterio. Así también impacta la sencillez de Dios para abajarse y acercarse. ¿Alguna experiencia espiritual, mística, íntima, que viviste ante esta manifestación extraordinaria?
Es decir, se me hizo muy cotidiano la presencia viva de Jesús. Como si fuera Eucaristía igual a: Jesús vivo. Es decir, sin ninguna duda, ni matiz, ¿no? Entonces ir a Él se me hace más fácil hablarle de cosas, muy tontas, domésticas quizá, y entender que Él engendra una palabra en mi alma que es la respuesta; saber distinguir esa palabra. Pero sobre todo lo que quiere es que vaya a estar con Él, que vaya a amarlo, a sentir que Él está conmigo y que me ama. Eso que es como sin palabras, te da fuerzas para después no sentirte solo o fracasado o estéril o lo que fuera. Porque vos sabés que tenés un Dios que te ama, que te acompaña, que te consuela, que te nutre.

¿Has sido testigo de otros milagros?
Bueno, este milagro se replicó. Primero porque no ocurrió solamente ese día. Esto fue un viernes y ese fin de semana, el domingo del Buen Pastor, las patenas se mancharon de sangre. Una lo descubrió el sacerdote durante el Padre Nuestro y otra en la Comunión. Una de esas dos patenas era de estaño y este metal absorbió la sangre, no se pudo analizar. Pero la otra (patena) el análisis dio por resultado que la sangre correspondía a la de esa carne (signo eucarístico ya descrito) que estaba guardada en otro lugar (Sagrario). No correspondía a la sangre de ninguno de nosotros. Después, un día el párroco agarró un mondadientes. Empapó el mondadientes en la sangre de ese trozo de carne y luego sobre una servilleta de tela hizo puntitos con esa sangre. Lo dejó ahí hasta que se secaron y a cada uno de los sacerdotes nos regaló un trozo de esa tela que contenía un puntito de la sangre. Muchas veces lo llevamos para bendecir enfermos, para la oración. Lo traje conmigo…

¿Le tiene aquí?
(Sonríe) ¿Quieres verlo?, ahora lo muestro (ver en imagen adjunta). Y, como dicen, una sola gota de sangre de Jesús basta para salvar al mundo. Entonces cuando le hemos llevado para sanar enfermos ha habido curaciones, sí.

¿Qué te dijo el entonces arzobispo Bergoglio, hoy Papa Francisco, cuando le contaste de esto que había ocurrido ocho años antes?
Él siempre fue muy buen compañero de todo esto, nunca tuvo dudas. Pero cuando ya era cardenal había otro sacerdote en la parroquia. Entonces fue otro sacerdote, que también había tenidos experiencias porque esto pasó de vuelta en el 94 y el 96. Pero el producto de esos milagros se pudrió, no así lo de 1992 que es el que hoy se expone. Entonces este sacerdote le comentó había un investigador que justamente se dedicaba a los fenómenos sobrenaturales y si aceptaría que esto fuese analizado. Tu conoces al Papa y sabes que es muy austero ¿no? Lo primero que preguntó fue: «Bueno, y esto cuánto cuesta» (ríe). Le dijeron que gratis pues una fundación se ocupaba de financiar el análisis. «Pues entonces sí, que lo analicen, que lo analicen», les respondió. Así fue.
Se hizo con mucho rigor, tardaron los resultados unos cuantos meses. Cuando (cardenal Bergoglio) recibió la respuesta que era corazón herido y vivo, nos llamó para informarnos. Quedó en que unos días después, el ocho de mayo de 2000 -se cumplían ocho años-, él iría a celebrar la misa en la Iglesia de Santa María que es donde pasó esto. Entonces ahí en la misa él se refirió a que teníamos un “signo eucarístico”. No lo llamaba milagro eucarístico porque no quería que fuese la ciencia quien nos dijera que eso era un milagro, sino la fe de la gente. Que, si había adoración, si había conversiones, si había vocaciones, él iba a llamarlo milagro eucarístico. Dio permiso para que eso se venerara. Quedaron en que se haría dos veces al mes. Pero nos dijo que nos arrodilláramos delante de esto, lo pusiéramos en una custodia y le encendiéramos velas; es decir, el mismo culto que se le rinde a la Eucaristía. Así que evidentemente reconoció, hizo que se lo venerara como se hace con la Eucaristía.

En su reciente visita apostólica a Chile, reunido con los jóvenes en el Santuario Nacional de Maipú que honra a la Virgen del Carmen, el Papa les propuso siempre preguntarse ¿Qué haría Cristo en mi lugar? Los obispos de Chile al cierre de esa visita informaron al Pontífice que, partiendo en Semana Santa, durante 2018 la Iglesia en ese país celebraría un Año Eucarístico guiada por ese lema. Pocas semanas después y hasta ahora la Iglesia en Chile se encuentra en una profunda crisis, mundialmente conocida, llamados allí todos los católicos a una conversión-renovación. ¿En tu parecer cuál crees es la invitación de Cristo?
Hay una encíclica que dice que la Iglesia vive de la Eucaristía. Es decir, Jesús no se quedó de cualquier forma, sino se quedó bajo la apariencia de pan, que es un alimento. Justamente para los momentos de debilidad en que uno dice, bueno, ¿cómo salgo de esta enfermedad? ¿cómo salgo de este dolor? ¿cómo me repongo? Bueno, la forma es esa ¿no? Comiendo de este alimento (Cristo Eucaristía). Evidentemente la palabra de Dios y la Eucaristía. “He aquí tu madre” le dice a Juan en el momento de la cruz. Es decir, Dios nos da recursos para que la Iglesia siga viviendo; para que la Iglesia pase por la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús a lo largo de su historia en muchas oportunidades. Pero siempre es el mismo proceso… es decir, tiene que confesarse, asumir su pecado, hacer penitencia; confiar en la Eucaristía, robustecerse, vivir la Palabra de Dios, ampararse debajo del manto de la Virgen. Cuando hace esto, después las crisis más terribles…; imagínate que la Iglesia ha vivido en dos mil años las crisis más terribles, Papas terribles, sacerdotes terribles, ¿no es cierto?, persecuciones espantosas de los Estados y sin embargo la Iglesia se mantiene viva porque Jesús la alimenta todos los días. Así es que ahí está lo que va a repararnos.
 
Los católicos adoran la hostia y el vino consagrados porque creen que bajo esa forma y apariencia se encuentra realmente el cuerpo y sangre de Cristo, Dios. ¿Alguna vez tuviste dudas?
No, no.

Para quienes, declarándose católicos, si tienen dudas ¿Cómo se puede fortalecer la fe en que eso es verdad?
Que se acerquen con regularidad a orar ante la Eucaristía (Adoración Eucarística). Posiblemente al principio no sepan qué hacer. Pero como Jesús está vivo, Él si sabe qué hacer con ellos, ¿no? Entonces poquito a poco irá actuando en ellos, suscitando en sus corazones algún sentimiento, irá derramando su bendición, dando paz, enseñándoles algún mensaje. Al principio van a sentir que están mirando un pedazo de pan, ¿no es cierto?; pero poquito a poco se van a dar cuenta que están frente a alguien (...) Es decir, no es como una oración en que uno termina engolosinándose con un ‘qué bien estoy acá con Jesús’; sino que Jesús Eucaristía nos interpela y nos dice: Salí, encontráme en mis hermanos; tuve hambre ¿me diste de comer?, tuve sed ¿me diste de beber? Y entonces es verdad que de la Eucaristía sale toda gracia. De la Adoración Eucarística salió en mi comunidad (de la Fundación Santa Faz) esto de la ayuda a los adictos -que se recuperan- o el alojar a personas que vienen a estudiar a Buenos Aires.



Dato 1 : ¡Si estás en Argentina puedes ser testigo! Dos veces por mes: los terceros viernes de mes a las ocho de la noche y los cuartos sábados de mes a las once de la mañana se expone el signo eucarístico (imagen adjunta) en la Parroquia Santamaría que está en la Avenida La Plata esquina de Venezuela, barrio de Caballito en Buenos Aires.
 

Dato 2 : El Dr. Frederic Zugibe, conocido cardiólogo y patólogo forense, respetado en la comunidad científica, fue quien estableció de qué se trataba la materia en cuestión. Este científico desconocía el origen de la muestra que analizaba. Su reporte fue el siguiente:
“El material analizado es un fragmento del músculo del corazón que se encuentra en la pared del ventrículo izquierdo, cerca de las válvulas. Este músculo es responsable de la contracción del corazón. Hay que tener en cuenta que el ventrículo cardíaco izquierdo bombea sangre a todas las partes del cuerpo. El músculo cardíaco está en una condición inflamatoria y contiene un gran número de células blancas de la sangre. Esto indica que el corazón estaba vivo en el momento en que se tomó la muestra. Mi argumento es que el corazón estaba vivo, ya que las células blancas de la sangre mueren fuera de un organismo vivo. Por lo tanto, su presencia indica que el corazón estaba vivo cuando se tomó la muestra. Además, estas células blancas de la sangre habían penetrado el tejido. Lo que indica que el corazón había estado bajo estrés severo, como si la persona hubiera sido golpeada o herida”.

Dato 3 : El coordinador de la investigación autorizada por el Cardenal Bergoglio gestionó se comparasen los resultados del anterior análisis con los del milagro eucarístico de Lanciano (Italia). Las conclusiones son: “Ambas muestras corresponden a la misma persona; es de un grupo étnico de Medio Oriente; el tejido permanece vivo a pesar de los años”.

 

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