Mujeres nobles como Mari Graciana comparten el amor de Cristo resucitado entre los pobres del mundo

05 de abril de 2019

"Luchamos contra los enemigos más terribles de la humanidad: la ignorancia y el pecado, que han ganado mucho espacio porque la gente no tiene líderes espirituales".

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Faltando pocos días para el inicio a la Semana Santa, desde la Fundación Pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada reiteran su convocatoria a unir esfuerzos y respaldar las obras de caridad que despliegan por el mundo miles de mujeres consagradas a Dios, “Mujeres extraordinarias”.



Una de ellas es la hermana Mari Graciana, 28 años, quien impacta el alma con su testimonio en el video sobre estas líneas. Nació en Piura en la costa norte del Perú “donde la gente es muy alegre, espontánea, cariñosa y acogedora” cuenta la hermana Mari. Hoy vive en una zona de Perú “donde la vida de la gente es difícil y por eso estamos aquí”, destaca.
 
Cada día, ella y otras religiosas de su comunidad viajan largas distancias para visitar a las familias de su diócesis. “A veces, encontramos bastante tristeza en las familias, nuestra visita les reconforta, dicen que se sienten bendecidos porque nos tomamos parte de nuestro tiempo para estar con ellos. Los viernes llevamos la Sagrada Comunión a los ancianos. Es un momento especial. La mayoría de ellos tienen movilidad reducida, y recuerdan cuando podían ir a la iglesia por sus propios medios. Yo les respondo: «Ahora no tienes que hacerlo. Tu amigo ha venido a visitarte. ¿Lo conoces? Sí, Jesús viene hasta ustedes»”.
 
 
Además de visitar a los ancianos, también cuida de los adolescentes. “Recuerdo que una vez un chico hizo una broma. Lo llamé y le dije: «Lo que hiciste estuvo mal. Te quiero mucho, pero no voy a permitir que esto se vuelva a repetir». Él me miró fijamente y me preguntó: «Madre, ¿tú me quieres de verdad? Es que mi madre nunca me dice que me quiere». Me hizo darme cuenta de lo importante que es mostrar afecto porque a menudo no lo reciben de sus familias”, comenta la hermana Mari.

La congregación Misioneras de Jesús Verbo y Víctima – a la cual pertenece hermana Mari- fue fundada en Perú el año 1961 por Monseñor Federico Kaiser. Su misión es garantizar la atención pastoral, especialmente en zonas remotas. “Luchamos contra los enemigos más terribles de la humanidad: la ignorancia y el pecado, que han ganado mucho espacio porque la gente no tiene líderes espirituales”, afirman las hermanas en su misión.
 
 
Su apostolado es misionero allí donde no hay sacerdotes, ofreciendo consuelo espiritual para los necesitados, predicando la Palabra del Señor, enseñando el Catecismo. “Supe que pertenecía a esta congregación cuando las hermanas me explicaron su misión y carisma, cuando me describieron su trabajo y sus actividades pastorales. Desde el principio, sentí en mi corazón que mi lugar era estar con ellas. Visitamos diariamente a las familias en sus casas, y en ocasiones especiales, por ejemplo, en una fiesta patronal, visitamos las aldeas”, explica la hermana Mari.
 
“Recuerdo cuando tenía 13 años y mi maestra me preguntó: «¿Has pensado alguna vez en ser religiosa?» Para ser honesta, hasta aquel momento no lo había hecho, pero después empecé a considerarlo mucho”, comenta la hermana Mari Graciana. “Pasé muchas horas frente al Santísimo Sacramento, preguntándole al Señor qué quería de mí. Aunque rezaba más que otras niñas de mi edad, no creía que fuera diferente de ellas”, añade.
 
Cuando era pequeña, la hermana Mari iba a una escuela católica donde le enseñaban valores cristianos y al descubrir esta vocación, su madre la apoyó mucho. “Me dijo que no había vida más bella que aquella vivida cerca de Dios. Desde el principio mi madre estaba contenta y en paz sabiendo que yo había tomado la decisión correcta”, confidencia la hermana Mari Graciana.
 
 
“En una sociedad polarizada, en la que las diferentes culturas tienen dificultades para convivir, en la que los impotentes encuentran opresión, en la que abundan las desigualdades, los consagrados están llamados a ofrecer un modelo concreto de comunidad que, reconociendo la dignidad de cada uno y compartiendo nuestros respectivos dones, haga posible vivir como hermanos”.

Papa Francisco


 

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