Un matrimonio cuyo hijo fue asesinado visita la cárcel y brinda apoyo a jóvenes presos

05 de julio de 2019

"Somos parte de un mismo cuerpo. Cuando una parte sufre, todos sufrimos".

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El joven Michael Márquez fue asesinado a la edad de 22 años en el barrio Duboce Triangle de San Francisco (USA) en la mañana del 24 de noviembre de 2014.
 
Según informó entonces CBS News, la policía de San Francisco reportó que Michael y dos amigos fueron asaltados por un grupo de cinco hombres. Para robarle un celular, una billetera y su mochila en la cual llevaba una biblia -declaró su amiga Mary Twiman a la prensa- le mataron disparándole en el pecho, huyendo luego en un sedán de color oscuro.
 
Michael era el hijo menor de Ramón y Patricia Márquez, un joven compasivo que desde pequeño veía a los demás como seres humanos y no por lo que fueren sus circunstancias o problemas. "Era muy protector y siempre quería hacer más por la gente", cuenta Patricia Márquez al semanario de la arquidiócesis Catholic San Francisco y recuerda que en una ocasión… "cuando vimos un anuncio en el periódico buscando familias de acogida para inmigrantes, nuestro hijo preguntó: «¿Por qué no acogemos a alguien y comparto mi habitación?»"

Un corazón abierto
 

Este matrimonio (en imagen adjunta) no permitió que el odio o la desesperanza los destrozaran. Su reacción ante el asesinato del hijo hace casi cinco años, fue mostrar el corazón abierto que Michael ofreció a los demás durante su vida. Decidieron así ser voluntarios de la Comunidad San Dimas, un ministerio cristiano para jóvenes detenidos ofrecido por la Arquidiócesis de San Francisco. Mi esposo dijo, "hagamos esto juntos", recuerda Patricia, quien fue criada cercana a la Parroquia de San Esteban por sus difuntos padres, el diácono Gary West y su esposa Julie.
 
Dos lunes al mes durante los últimos tres años, Patricia y Ramón, que van juntos a misa en San Esteban desde la conversión de Ramón hace 10 años, oran con otros voluntarios antes de encontrarse con los jóvenes en una sala de recreo abierta en el centro de justicia juvenil. Les llevan las lecturas del siguiente domingo y el Evangelio, música y un mensaje del perdón de Dios. "Somos parte de un mismo cuerpo y cuando una parte sufre, todos sufrimos", afirma Patricia. "Estos jóvenes necesitan saber que tienen dignidad y valor incluso cuando la gente los minusvalora".

Ser católicos

Ramón considera que el tiempo que con su esposa comparten junto con los encarcelados es un imperativo moral del ser católicos. Sólo estoy haciendo “mi pequeña parte", dice y añade que "ir a la iglesia el domingo no es suficiente. Jesús nos llama a actuar", insiste.
 
Ramón está convencido que este apostolado siembra semillas de esperanza y la fe en los jóvenes presos. "Tal vez no se den cuenta ahora", comenta, "pero a medida que crecen podrán descubrir que una pequeña semilla fue plantada por alguien en su corazón y en su mente", afirma.
 
 

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