Entre eucaristías y confesiones transcurre la vida del único cura de Ponsa, una pequeña isla del Mediterráneo

19 de julio de 2019

En verano, el archipiélago de Pontine es un destino popular para los turistas, pero el resto del año el aislamiento y la falta de servicios son un problema. Conocimos a Salvatore, el único y querido sacerdote del archipiélago.

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En verano la isla Ponza está llena de turistas, el aire huele a mar y el paisaje parece una paleta de colores. Pero cuando el verano termina y se lleva a los vacacionistas y trabajadores del período, vivir en Ponza no es una diversión: hay que lidiar con el aislamiento cuando el mar se torna bravo, los servicios son escasos y son pocos los habitantes que se resisten.
 
Entre ellos se encuentra también el Padre Salvatore Maiorana, de 75 años, que desde hace 33 años es párroco de Maria Santísima Asunta al Cielo, en la conocida como “isla de las perlas” del archipiélago pontino, a 21 millas náuticas de la costa del Lazio. Revista Credere encontró a Salvatore en Le Forna, único pueblo de la isla, con 1.300 habitantes y casas blancas que se estrechan alrededor de la iglesia y de este sacerdote de origen campaniano.
 
"Entré a los Frailes Menores Conventuales muy joven", comienza a contar el padre Maiorana, "y luego terminé en Scauri, en la arquidiócesis de Gaeta, y hace 33 años pedí la incardinación como sacerdote diocesano. Me enviaron inmediatamente a Ponza y recuerdo que entonces ni siquiera me di cuenta de que era una isla. Pero de inmediato me encontré tan bien que nunca lo volví a dejar, ni siquiera en invierno, cuando los días son cortos, pero al mismo tiempo largos de llenar, con tanta gente yendo a trabajar a tierra firme, incluyendo gente joven con fines de estudio. Sólo los pescadores y alguien a cargo de la industria de la construcción permanecen aquí…". 

Siempre disponible para las Confesiones 

Este cura párroco es querido por todos pues siempre permanece con una vela encendida en su ventana para quien requiera de sus servicios. "La gente me ha adoptado prácticamente y hay dos o tres familias que incluso piensan en mis necesidades, incluida la alimentación. Todos me llaman ‘padre’ y me alegro, no por costumbre, sino porque sigo tan unido a mis raíces franciscanas".
 
De hecho, en Le Forna, el padre Maiorana es un referente, con su iglesia que ha sido embellecida continuamente a lo largo de estas tres décadas: "Siempre la mantengo abierta. Y para Confesiones siempre estoy disponible, sólo llámame. Digo una misa al día y tres el domingo. Durante la semana llevo la comunión a los enfermos, visito a los ancianos, sigo todas las actividades pastorales, incluida la creación de un gran pesebre que preparamos durante meses y que los turistas pueden admirar incluso en verano" cuando, entre hoteles y segundas residencias, en Le Forna llegan otras 5-6 mil personas.
 
"Hace mucho tiempo -prosigue el sacerdote- incluso los reyes belgas vinieron a la iglesia. Los Vips, por otro lado, generalmente se quedan en alta mar, en yates. Pero algunos feligreses me dijeron que habían visto a futbolistas y actores famosos entrar en la iglesia, rezar una oración y encender una vela, sin pensarlo dos veces". "Mi pueblo -continúa el párroco- es muy generoso, con una fe auténtica. Durante años, por ejemplo, hemos estado apoyando un hospital infantil en Filipinas. Por supuesto, algo está cambiando aquí también, en los valores, en la fuerza de la familia...".
 
Aferrado al crucifijo
 
Su mundo para evangelizar está en esta isla donde no hay banco, los servicios son pocos y si el mar está bravo, las conexiones con el continente son difíciles. En la parroquia no hay otro espacio que no sea el de la iglesia. “Por eso -dice- para el catecismo, a menudo me apoyo en casas particulares. Ni siquiera tengo la ayuda de las monjas: las últimas, las Adoratrices de la Sangre de Cristo, se fueron hace 15 años. Pero estoy bien. También me hicieron ciudadano honorario y hace seis meses, con motivo del 50 aniversario de mi sacerdocio, celebré con el Papa Francisco en Santa Marta. Quería invitarlo a Ponza, pero tiene mucho que hacer...".

Como el Papa, también el padre Salvatore no se detiene ni un momento, dándose tiempo también para preparar las diferentes procesiones de las fiestas populares que sostienen la devoción de miles. "No, nunca me siento solo pues tengo un bonito crucifijo en la iglesia para hacerme compañía”, sentencia.

 

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