El tratamiento contra el cáncer del actor Val Kilmer y el peligro de la secta Ciencia Cristiana

06 de julio de 2020

En un libro autobiográfico, el actor Val Kilmer asegura que se curó de un cáncer de garganta a través de la oración. Lo que a primera vista parece un testimonio cristiano sobre el poder de Dios esconde en realidad los postulados de la Ciencia Cristiana, una secta que rechaza los tratamientos médicos por una visión esotérica e irracional de la Biblia.

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“Rezar ha sido mi tratamiento contra el cáncer”. Este reciente titular en la prensa española ha llamado mucho la atención, y ha suscitado un interesante debate en torno al papel de las creencias religiosas en la vivencia de la enfermedad y la valoración que hacen los creyentes de las terapias médicas. ¿Ambos elementos son incompatibles? ¿Resulta irracional centrarse en la fe, como dicen algunos escépticos? O, por el contrario, ¿confiar en los médicos supone algún tipo de ofensa a Dios? 
 
Por supuesto que la postura cristiana es la de confiar en Dios y en su providencia amorosa, pero sin dejar de lado el cuidado de la propia salud, aprovechando todos los avances de las ciencias que ayuden al ser humano. Fe y razón no son enemigas. Al contrario: como decía San Juan Pablo II, “son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad” (encíclica Fides et ratio, 1). 
 
El testimonio personal de un famoso 
 
Si miramos con atención, veremos que se ha creado un falso debate, ya que parte de los postulados de una secta. ¿Quién ha dicho estas palabras “Rezar ha sido mi tratamiento contra el cáncer”– y por qué? No ha sido otro que Val Kilmer, un actor estadounidense que alcanzó gran popularidad en los años 80 y 90. Ahora, a sus 60 años, arrastra un duro cáncer de garganta, sobre el que ha hablado en su libro I’m Your Huckleberry: A Memoir. 


Aparecido este año 2020 como autobiografía, Val Kilmer cuenta en sus páginas la lucha que ha tenido contra “lo que otras personas llaman ‘cáncer’”. Resulta extraño leer esta forma de referirse a la enfermedad, y sólo puede entenderse a la luz de un hecho fundamental: el actor pertenece a la “Iglesia de la Ciencia Cristiana” desde su infancia, ya que sus padres formaban parte de este movimiento. 
 
Tras un período turbulento Val dice haber intensificado su vida espiritual, y cuando en 2015 le diagnosticaron el cáncer, decidió afrontarlo desde la Ciencia Cristiana (y hasta negó públicamente tenerlo, hasta que lo reconoció en 2017). Sin embargo, sus hijos lo convencieron para que no abandonara los tratamientos médicos convencionales, por lo que fue operado y recibió también quimioterapia y radioterapia. Además, ha pasado por dos traqueotomías de emergencia. Aunque él insiste ha sido por la oración que se ha salvado.
 
Un rechazo de la medicina… ¿por razones espirituales?
 
En una aparición pública reciente, Val Kilmer aseguró: “la gente que sabe que soy un ‘científico cristiano’ suponen que de alguna manera me he puesto en peligro”. Y añadió: “pero muchas, muchas personas han sido sanadas por la oración a lo largo de la historia. Y muchas, muchas personas han muerto por lo que sea que fuera la medicina moderna”.  
 
 

Aunque los de “Ciencia Cristiana” promueven renunciar a los tratamientos médicos, Kilmer nunca lo ha considerado como una postura extremista, sino su sentido personal del cristianismo. 

 
Precisamente la publicación periódica de la secta, el Christian Science Monitor, ha difundido hace pocos días una reseña del libro del actor, subrayando que “el arco narrativo subyacente de su autobiografía es su viaje espiritual”. De hecho, en las páginas del texto referido Val Kilmer expone sus creencias y habla sobre el poder de la oración. Con frecuencia se refiere a Dios como “Amor Divino”, y asegura que Él curó su cáncer “mucho más rápido de lo que predijeron los médicos”. 
 
Ni ciencia… ni cristiana 
 
A primera vista, lo que cuenta Val Kilmer puede parecer un bello testimonio de los milagros que pueden obrar la fe y la oración. Sin embargo, no estamos ante un grupo verdaderamente cristiano, sino ante un fenómeno de otro orden. Su origen tenemos que rastrearlo en el llamado “Nuevo Pensamiento” (New Thought), una propuesta espiritual que mezcló en el siglo XIX elementos provenientes del cristianismo protestante con el esoterismo de la “corriente metafísica”. 
 
El Nuevo Pensamiento renunciaba a la preocupación por los dogmas de la fe cristiana –empezando por la Santísima Trinidad y la divinidad de Jesucristo, centrándose en una visión gnóstica de la realidad, en los preceptos morales y en la sanación mental o espiritual. Al final, acababan reduciendo a Dios a una energía impersonal, un principio universal presente en cada persona. Por esto todos podríamos tener el poder de curar, como “el Maestro Jesús”. 
 
En este contexto surgió en los Estados Unidos la Iglesia de la Ciencia Cristiana. Su fundadora, Mary Baker Eddy (1821-1910), perteneciente a una iglesia congregacionalista, aseguró que se había curado de las consecuencias de un grave accidente mediante la lectura de la Biblia. Lo que hizo después fue elaborar toda una interpretación de los textos sagrados con ese acento de buscar en ellos “la sanación espiritual”: igual que Jesús había hecho milagros de curación, lo mismo podrían hacer sus seguidores aplicando sus principios y rechazando todo tratamiento médico. 
 
En 1875 publicó su libro fundamental, titulado Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, donde puso por escrito sus “descubrimientos”. Para ella, la Biblia es “la única medicina del hombre para mente y cuerpo”. Cuatro años después fundó en Boston la Asociación de la Ciencia Cristiana, al que en 1892 cambió su nombre por el de Iglesia de Cristo, Científico. Y no sólo escribió y predicó, sino que también aseguró haber curado a enfermos. 
 
Una secta en decadencia 
 
Aunque se desconocen las cifras actuales de miembros activos en Ciencia Cristiana, todos los análisis coinciden en señalar su declive. En los años 70 se acercaron al medio millón de adeptos a nivel mundial, pero después los números han descendido notablemente. El importante sociólogo Rodney Stark publicó un estudio en 1998 constatando ese descenso, al calcular menos de 200.000 miembros en 1990. 
 
Por su apariencia –incluso, a veces, en los mismos edificios que usan– pretenden ser una confesión cristiana más. También intentan asemejarse en sus prácticas comunes. Los domingos por la mañana se reúnen en sus locales para un servicio religioso, y tienen una Escuela Dominical para los niños y en ocasiones lo que llaman “Sala de Lectura”. También es común que tengan reuniones de testimonios, con periodicidad mensual, y conferencias públicas para difundir sus creencias sectarias.  
 
No tienen sacerdotes, pastores o ministros. Sus puestos de responsabilidad son los “maestros” (capacitados para impartir sus enseñanzas) y los practicistas” (dedicados a tiempo completo a la función de sanar a través de la oración). Además, desempeñan un lugar importante en su organigrama los “Comités de Publicación, cuya función es la de relaciones públicas del movimiento y atención a los medios de comunicación. 
 
Una de las cosas que tienen que desmentir con frecuencia es que tengan nada que ver con la Iglesia de la Cienciología (debido a la confusión que a veces se da en los medios de comunicación, por lo semejante de sus nombres).  
 
Su rastro de muertes 
 
El caso del actor Val Kilmer y la difusión que han presentado intenta mostrar una cara amable de la Ciencia Cristiana y dejar al lector creyente con una impresión agradable, ya que hablan de Dios, de la fe y de la oración sin complejos… y afirman que ha sobrevivido a un cáncer importante. Pero en la historia de más de un siglo de la secta no todo han sido desenlaces positivos. 
 

El rechazo a los tratamientos médicos basado en una supuesta enseñanza bíblica ha sido nocivo, y en ocasiones mortal, para muchas personas que se han sometido a los dictados de este grupo.  

 
En 1977, el matrimonio formado por Doug y Rita Swan llevó a su bebé Matthew, que tenía fiebre, a un “practicista” de la Ciencia Cristiana, y éste supuestamente lo “curó”. Después el niño volvió a enfermar, y sus padres llamaron a otro “practicista”, y más tarde a una “enfermera” de la secta. Cuando fueron por fin a un médico de verdad, que lo diagnóstico de meningitis y un absceso cerebral, Matthew murió. 
 
No fue un caso aislado. Precisamente tras la muerte de su hijo, Rita Swan creó una fundación para prevenir la muerte de otros niños por someterlos a la “curación por la fe”. En los años siguientes no sólo alertó sobre brotes de poliomielitis y sarampión en colegios y campamentos de la Ciencia Cristiana, sino también documentó una gran cantidad de muertes infantiles dentro de la secta por meningitis, diabetes, difteria, sarampión, infección renal, septicemia, cáncer y apendicitis… que podrían haberse previsto y tratado.

 

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