Con la sutileza del Espíritu Santo

Un chileno confiesa haber sido convertido y sanado de su violencia "por pura misericordia de Dios"

08 de agosto de 2014

El trasfondo de anónima fe en esta historia es Marcela, la esposa de René Araya, quien nunca claudicó en su esperanza y oración por la conversión de su esposo.

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Groserías y un lenguaje ambiguo hacían parte de la violencia cotidiana con que René Araya establecía una errática y agresiva comunicación con su esposa. El proyecto matrimonial y de familia con Marcela le resultaba por momentos algo ajeno. En ese mar de confusión y compulsiones transcurría su vida.

René creció sin referentes que encauzaran o nutrieran su fe. Fueron entonces los libros de metafísica y algunas ideas de la New Age, “como el creer que Dios era energía”, las únicas bases de una tibia búsqueda espiritual que tampoco era para él una cuestión significativa. Es más, René se sentía siempre “impulsado por un algo que latía en mi interior al punto que era un joven complicado, mal genio, violento, era desagradable”. Disfrutaba incluso, recuerda, cuando se burlaba de las expresiones de piedad de las personas.

Marcela, la esposa, se refugiaba paciente en la oración. Ella desde joven participaba en la pastoral de su parroquia y al casarse con René uno de sus momentos de mayor felicidad y consuelo era participar en un grupo de alabanza al Espíritu Santo. Si algo tenía claro esta esposa es que no renunciaría a la esperanza de que su esposo, algún día, se convirtiese.

Sin embargo, la sola idea de tener que ir con su esposa a una misa, causaba una explícita reacción de compulsivo rechazo en René. “Recuerdo que a veces le decía: «¡Cómo se te ocurre estar en las catequesis!»… pero usando palabras violentas, groseras. Mi esposa formó entonces un grupo de oración, regresaba feliz y yo la recibía de mala manera. ¡Incluso intenté forzarla para que dejara de ir a misa!”.

Sutilezas del Espíritu Santo

Aunque no doblaba sus rodillas ante nada ni nadie, comenta René, quizás porque también un amigo recibió la misma invitación, aceptó ir a un Encuentro de Padres en el Espíritu (EPE)… sin tener mucha noción de qué se trataba aquello. “Tenía más de 30 años ese año 1993 cuando viví aquella experiencia donde el Señor, durante el retiro, se pronunció sutilmente… pura misericordia de Dios. Como Él sabía que yo era quisquilloso, rabioso –que incluso hablaba en doble sentido, con muchos garabatos y tratando violentamente a la gente-, se valió de muchas personas para conquistarme”, recuerda, hoy sereno y emocionado.

Era Pentecostés y los recuerdos de aquella jornada son intensos en la memoria de René: “¡Si hasta hubo un matrimonio! Se hablaba del amor. Incluso hubo un hombre que me abrazó, me tomó de repente, y me dijo: «Yo te amo tal como eres». En ese instante caí de rodillas y entendí... El Señor fue sabio”.

El retiro fue el punto de partida para una serie de acontecimientos que lentamente sanaron a René. Entre ellos, vino luego un encuentro de la Renovación Carismática Católica donde “vi que Dios estaba vivo, no era una historia; vi auténticos milagros en personas… el perdón, la sanación espiritual y física”, proclama este converso a la fe.

Morir al hombre viejo

Y como en la Sagrada Escritura se narra, también él, que mucho había recibido, aprendió de igual forma a testimoniar… “Antes fumaba mucho, dos cajetillas de cigarros al día. Recuerdo que en un retiro, un sacerdote nos dijo que si queríamos dejar nuestros vicios nos decidiéramos en ese instante y que el Señor nos iba a sanar. Y me quedé pensando. En ese instante oré: «Señor, yo he tratado el dejar de fumar por muchos años, pero no he podido… te entrego mis cigarros». En ese momento no los tiré, pasó poco más de un mes y entonces de improviso tomé los cigarros de mi bolsillo, busqué los que estaban en el velador de mi casa y los puse en la basura. A partir de ese día, prometí dejar de fumar”.

René al cumplir 35 años recuerda este paso a paso donde fue muriendo al “hombre viejo”, sanando, liberando. Para él compartir su testimonio es gratitud con Dios…  “Porque, cuando Dios pasó a estar en primer lugar, sobre todas las cosas, yo me enamoré completamente de mi esposa. ¡Es hermoso! porque cuando doy la prioridad a Dios, desborda el amor”.

Con Marcela han cumplido 28 años de matrimonio, tienen dos hijas y desde hace algún tiempo es monitor de los Encuentros de Padres en el Espíritu (EPE), los mismos que iniciaron su conversión.
 
 
 

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