A quien mucho ama, mucho se le perdona

10 de junio de 2016

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Comentario al Evangelio del domingo 12 de Junio. Lucas 7,36-50.8,1-3

Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa.
Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume.
Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: "Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!".
Pero Jesús le dijo: "Simón, tengo algo que decirte". "Di, Maestro!", respondió él.
"Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta.
Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?".
Simón contestó: "Pienso que aquel a quien perdonó más". Jesús le dijo: "Has juzgado bien".
Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos.
Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies.
Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies.
Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor".
Después dijo a la mujer: "Tus pecados te son perdonados".
Los invitados pensaron: "¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?".
Pero Jesús dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado, vete en paz".
Después, Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce
y también algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios;
Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus bienes.



Comentario


La pecadora se presenta sin previo aviso en el banquete y se comporta con toda libertad ante el “qué dirán”; y eso da a entender que ya conocía a Jesús y había tenido con él un encuentro de conversión, perdón y liberación.

Jesús establece una relación nueva con los pecadores, a quienes las autoridades religiosas consideraban indignos de ser tenidos en cuenta, de ser acogidos por Dios, y hasta los consideraban malditos. Por eso Jesús aclara: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mt 9, 13).

Los escribas y fariseos se consideran “justos”; y se escandalizan porque Jesús acepta aquellas atenciones inoportunas de una pecadora pública. Pero no sospechan siquiera su arrepentimiento sincero y el gran amor a Jesús por haberla perdonado. Es ya una “pecadora buena”, arrepentida, convertida.

En verdad que no hay motivo más grande para amar a Dios que el perdón incansable de nuestros pecados. Perdón que merece una inmensa y eterna gratitud, porque nos devuelve el derecho a la vida eternamente feliz en la Casa del Padre. Derecho que se pierde por el pecado.

Pero Dios también se siente feliz perdonando: “Hay más fiesta en el cielo por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos” (Lc 15,10). Y desea que también nosotros gocemos la gran felicidad de perdonar al prójimo como él nos perdona a nosotros. El perdón es la obra de misericordia y del amor más puro, pues no está contagiado de egoísmo.

Que Dios nos dé el gozo de perdonar “setenta veces siete”. La señal evidente de que amamos a Dios y al prójimo, es el perdón que damos a quienes nos ofenden. Y la más clara señal de que Dios nos ama, es el perdón que nos concede.
Por otra parte, sería fatal ligereza creer que Dios perdona todo sin condición alguna, y que la salvación la tenemos asegurada por más que nos aferremos al pecado, negándonos a volver a Él. Jesús mismo nos lo dice sin rodeos: “Si ustedes no perdonan, no serán perdonados” (Mt 6, 15).

Danos, Señor, la gracia y el gozo de saber perdonar, para que tú puedas tener el gozo de perdonarnos.

 

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