En la imagen superior Rocío, su hijo José Manuel y su nieto Emilio

Los doctores pueden dar su diagnóstico, pero la vida es un don de Dios

14 de abril de 2017

"¡Yo me quedo con mi fe y mis creencias, usted quédese con el tumor!".

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“Puedes morir en cualquier momento”, fue el mensaje que recibió Rocío Pérez tras revelársele que tenía un tumor en el cerebro.

Laredo, Texas es la tierra que la vio nacer como hija de padres inmigrantes, venidos de México. Fue en el 2009 cuando Rocío, con 34 años de edad, comenzó a notar problemas de oído, sentía mareos, náuseas y dolores de cabeza.
 
Una madrugada la llevaron al hospital de emergencia porque perdió control de parte de su cuerpo y del habla. Su fiesta de cumpleaños que había sido organizada para unos días más tarde, debido a la gravedad del caso, tuvo que ser cancelada por recomendación de los médicos.

Días después Rocío se encontraba dentro de una sala, con una máscara protectora y anclada a una camilla, mientras le tomaban una imagen de resonancia magnética. Tras dejar el hospital, ese mismo día, Pérez recibió una llamada que le indicaría la severidad de su caso: Un tumor “no común”, le informaron, se albergaba en su cabeza e invadía su cerebro.
Las opciones para tratar el mal eran limitadas, así como sus posibilidades de seguir con vida. Según le explicó el doctor en cualquier momento podría darle un ataque cerebral y morir.

“Fue una experiencia muy ‘interesante’… Yo lo vi desde el punto de vista de una persona de negocios aquí está un problema, hay que buscarle una solución. Y fue ahí donde comenzó un camino de descubrir lo que era importante en mi vida”, aseguró la entrevistada al semanario de la diócesis de Denver.

Sin embargo, para su familia no fue así y Rocío tuvo que brindarles apoyo psicológico. Mientras ellos se lamentaban, ella decía: “Yo voy a celebrar la vida. Voy a vivir todas las experiencias que pueda, y voy a amarme…”, esa era la respuesta de aliento que Rocío compartía con sus amigos y familiares que estaban consternados con la noticia.

No hacer nada al respecto, recibir una sesión de radiación estereotática –de alta precisión, o someterse a una operación para extraer el tumor, eran las opciones que proponían los doctores. La fe de Rocío en que se sanaría era tal que optó por la radiación ya que se temía que la operación dejaba más posibilidades de “error humano”.

Decidir por la esperanza

El día más intenso para esta mujer, fue el 8 de diciembre, una tarde antes del procedimiento de radiación cuando llegaron a su casa su hijo y su nuera a llevarle los regalos de navidad. “Me dijeron: mamá, nos gustaría que abrieras tus regalos de navidad hoy (porque ellos pensaban que no llegaría al 25 de diciembre)”, recuerda con voz entrecortada.
En ese momento, “el camino se tornó más interesante”. El proceso de “recuperación” duró un año y medio durante el cual no podía llevar una vida normal.

El tumor se expandió –como efecto de la radiación-, esto hizo que a Rocío le incrementaran los dolores de cabeza. “Un día bueno era poder salir al sol. No podía caminar y un día me dije: ‘no puedo más’”, recuerda Pérez.

Decidió tomar un viaje a México por una semana. Durante ese tiempo se percató que su cuerpo reaccionó positivamente debido al cambio de clima y geografía. Entonces, decidió mudarse a San Diego, California.

Los médicos ahora ahí, le informaron que el procedimiento que le habían hecho en Denver había empeorado las cosas, ahora el tumor estaba pegado al cerebro -anteriormente estaba sobre este-. “No comprendía lo que estaba pasando, salí de la oficina del doctor y me fui a hacer lo que nunca había hecho, ¡Vivir! “Me compré un Kayak, me fui a la playa y comencé a hacer todo lo que siempre quise hacer”, acotó.

Rocío siguió viendo especialistas, y también incrementando su fe, comenzó a hacer diferentes cosas para sanarse: comer saludable, alcalinizarse, y a llevar una vida más activa
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La fe trasciende la muerte

En el 2013 ocurrió un cambio en la salud de Rocío. Los análisis dictaban que se estaba mejorando. “Le dije al doctor: ‘Un día voy a entrar a esta oficina y el tumor se va a haber desaparecido’”.

El doctor le dijo que eso no era posible, que el tumor seguiría creciendo y que no se hiciera falsas esperanzas, a lo que ella contesto con simpatía: “¡Yo me quedo con mi fe y mis creencias, usted quédese con el tumor!”.

Los análisis anuales muestran que el tumor que antes amenazaba su vida ahora está inactivo. Este año Rocío recibió la gran noticia de que por los próximos años no tendrá que revisarse ya que todo indica que está mejor que nunca.
Al preguntarle a Rocío si hubiera tenido la opción de tomar la decisión del suicidio asistido, ¿lo hubiera hecho? Su respuesta fue “¡No! ¡La vida es fenomenal!,¡Agradece a Dios la vida por lo que es, que, si no lo has hecho, estas muerto en vida!”.

Rocío Pérez vive ahora en Colorado, es profesional, empresaria y dedica parte de su tiempo a dar conferencias motivacionales.

 

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